Octavio Rodríguez Araujo
El rector y las ciencias sociales

Para los defensores del neoliberalismo y especialmente de la globalización económica la nueva división internacional del trabajo no contempla que en los países subdesarrollados se desarrollen las ciencias y las tecnologías. Estas son mercancías que se encargan de producir y de vender los grandes centros económicos mundiales, donde el research and development existe como negocio desde hace varias décadas y se exporta en paquetes a los países subdesarrollados, a veces cuando ya cayeron en obsolescencia. Por lo mismo, para los ideólogos de la nueva división internacional del trabajo y para sus ultra-defensores en el FMI y el Banco Mundial, las ciencias sociales y las humanidades, fuera de los países más desarrollados, son gasto y no inversión, por lo que son prescindibles o reducibles al mínimo. Además, al igual que lo han considerado invariablemente las dictaduras militar-tecnocráticas, las ciencias sociales y las humanidades forman críticos y la crítica es innecesaria para la nueva historia planeada por las más grandes empresas que dominan la economía mundial (no debiera olvidarse que entre las primeras acciones de las dictaduras latinoamericanas ha destacado el cierre de las escuelas y centros de investigación en ciencias sociales).

Un rector que sea funcional al poder económico y político, como ya lo ha insinuado uno de los miembros de la Junta de Gobierno que elegirá a la máxima autoridad de la UNAM, actuará, en principio, en la lógica de ese poder económico y político. Lo que significa que mantendrá la política de subsistencia, al mínimo, de las ciencias sociales y de las humanidades; a menos que esta máxima autoridad asuma un papel nacionalista (en el sentido amplio y no patriotero del término) y estimule el fortalecimiento académico de estas disciplinas con criterios que les sean propios.

El futuro rector (o rectora, who knows?) de la UNAM deberá romper el círculo vicioso en que han metido a las ciencias sociales y las humanidades sus antecesores.

¿En qué consiste este círculo vicioso? En el mismo en que, guardando las proporciones debidas, ha metido el gobierno a otras instituciones: las someten a deterioro restándoles recursos de todo tipo y poniendo frenos a su posible expansión, luego dicen que funcionan mal y que son muy costosas para el país y finalmente proponen su privatización (en el caso de las ciencias sociales, su casi desaparición sin que se note mucho que ése es el propósito). Para los últimos rectores de la UNAM, como para otros de otras universidades, las ciencias sociales y las humanidades son algo así como piedras en el zapato, como un problema que bien a bien no saben cómo manejar; y cuando se han visto obligados a hacer algo por ellas las dotan de equipos de cómputo, multimedia o edificios sin atacar realmente los rezagos y los impedimentos estructurales y académicos para su desarrollo.

El tema es muy amplio para un artículo periodístico, pero mencionaré un aspecto comprobable de dicho círculo: Se subordina al mercado la calidad de la producción científica, desestimulando las investigaciones de largo aliento mediante criterios propios de las llamadas ciencias duras y de las ingenierías para medir la productividad (artículos en lugar de libros o libros compuestos de artículos para demostrar anualmente que se es productivo y entonces recibir complementos de salario), y se sujeta la producción a la política de las editoriales comerciales que prefieren vender libros de coyuntura (libros kleenex) que tratados filosóficos o estudios históricos porque éstos tienen menor demanda o venta menos rápida. De aquí que los profesores, puestos en la carrera de la productividad, no investigan para saber más sino para ganar más en función de las modas y de los criterios de evaluación dominantes, y entonces bajan la calidad de lo que enseñan. Como consecuencia, los alumnos aprenden menos (con las excepciones propias de los alumnos excepcionales) y en el mercado de trabajo, universitario o no, serán menos demandados y, de aquí la lógica conclusión neoliberal: si no son necesarios para las empresas o para la cada vez más reducida administración pública, porque la preparación deja mucho que desear, entonces ¿para qué producir más sociólogos o politólogos o filósofos o filólogos o historiadores?.