La Jornada 5 de diciembre de 1996

EXPOSICION-HOMENAJE A LUIS BUÑUEL

Pablo Espinosa y Rosa Elvira Vargas Entre la sala Nacional y la sala de Murales del Palacio de Bellas Artes, bella de noche, la más asediada en la apertura de la celebración por los 50 años de la llegada a México de Luis Buñuel:

--Vi esta exposición en Madrid. Es un bello homenaje a esa gran persona. No imaginé participar en tal celebración en la tierra donde vivió sus últimos años.

Catherine Deneuve, distante del protocolo que agobia a los personajes del cine nacional (Silvia Pinal, Gabriel Figueroa, et al) y a una multitud de ese gremio, opta por su propio recorrido de las salas donde se ha conjuntado, en fotografías, óleos, objetos personales y toda una suerte de referencias del surrealismo hasta el último suspiro, la mirada del siglo: Buñuel.

Encabezó el recorrido el presidente Ernesto Zedillo, luego de una de las más fugaces ceremonias de inauguración en ese recinto: media hora antes de lo estipulado en las invitaciones para la comunidad cinematográfica, y bastaron cinco minutos para la presentación, en voz de Rafael Tovar y de Teresa, presidente del CNCA:

El título de esta exposición, ¿Buñuel! La mirada del siglo, lleva signos admirativo e interrogativo al mismo tiempo, explicó Tovar, porque ``si sus primeros observadores se vieron obligados a referirse a él con un signo de admiración y otro de interrogación, los de hoy no podemos evitar estos mismos signos contrapuestos: sólo que la admiración es mucho mayor y la interrogación no es ante la obra por hacer, sino ante la obra cumplida''.

Las varias maneras en que fue visitada la exposición-homenaje a Buñuel: por una parte, el Presidente de la República y un séquito cada vez más reducido por obra y gracia de sus guardias. Sus disposiciones lo mismo impedían el paso a funcionarios equis, a periodistas, que a una señora cuya identidad a todas luces ignoraban: ``Es Catherine Deneuve'', la rescataba el director general de Cinematografía, Diego López. Pero tampoco pasaban los diques ni Juan Luis Buñuel, hijo del mito, ni Roberto Cobo, ni Gabriel Figueroa. A Silvia Pinal sí la reconoció la trivia guaruril, pero ella también optó por seguir su propio itinerario. Tristana y Viridiana en Bellas Artes.

El ambiente no pudo ser más cinematográfico: cuando todos esperaban el típico acto protocolario de discursos, saluditos, apapachos y demás formalidades en este encuentro entre el glamour de la política y el glamour del star system, ya Zedillo entraba en una de las salas, mientras actrices, actores y directores de cine intentaban incorporarse al séquito. Y cuando ya le habían adivinado la ruta crítica, se encontraron con una sorpresa mayor: el Presidente ya no estaba en ningún lado. Se esfumó.

Antes de marcharse, Zedillo y su esposa se despidieron de la ministra española de Cultura, Esperanza Aguirre Gil, con una petición: que diera saludos al presidente Aznar con quien, dijo el Presidente, ``hablé por teléfono la semana pasada en Singapur, a las tres de la mañana''.

Deneuve, bella de todas horas, no estaba en otra cosa que en el homenaje. Seguía con su propio itinerario a lo largo de la exposición dedicada al director cinematográfico que la dio al mundo. Y entonces el Presidente desandó su inminente partida y también, cómo no, se despidió. Obtuvo una de las fugaces sonrisas buñuelianas, de las pocas dibujadas anoche en el rostro de la actriz francesa.

Desde anoche, en Bellas Artes, la mirada del siglo...