En alguna nota anterior externaba mi preocupación por la situación del teatro en los estados, a partir de la última Muestra Nacional. Permítame el lector que ahora insista en ello, porque de la salud del teatro en provincia dependen en gran parte las posibilidades de una descentralización a la que todos aspiramos, y un hecho real es que esa salud resulta, en muchas ocasiones, precaria. En efecto, a pesar de talentos aislados en diversos puntos de la República, en términos generales el teatro que se hace en el país no logra alcanzar un buen nivel; sea porque el ambiente cultural de sus lugares no resulta del todo propicio, a veces por una autocomplacencia de los propios hacedores de teatro --que ignoran hasta qué punto ignoran-- no existen todavía suficientes ofertas de calidad. Lo más grave es que en casos cada vez más numerosos, gente con muy escasos --a lo peor, deformados-- conocimientos deciden fundar talleres y diplomados; hasta ahora, un caso excepcional, porque logró reunir a teatristas de calidad y experiencia, es el CAEN que funciona en Tijuana.
No se podría decir que no se hayan hecho intentos por elevar la calidad del teatro en los estados, pero los planes truncos --ya sea por el relevo de funcionarios o por otras causas-- no logra sacar de su marasmo al teatro nacional, entendido éste como el que se hace en todo el país y no sólo en la capital: porque parecería que se ve teatro de dos naciones diferentes. El Programa Nacional de Teatro Escolar, que ya arrancó con diez escenificaciones, cinco al empezar el año y cinco al terminarlo, por donde se mire es un proyecto --o más bien ya una realidad--, muy generoso por una gran cantidad de razones. Detengámonos en las principales.
Las bondades del teatro escolar caen por su propio peso (y me refiero al teatro escolar avalado por las instituciones, que bien o mal buscan propuestas de calidad para los niños y adolescentes, y no al sucio negocio que en la capital hacen multitud de grupos de bajísimo nivel, pero que logran un público cautivo mediante el pago de cuotas a los maestros, para que envíen a sufrir sus escenificaciones a los inocentes escolares). Creo con honestidad que es parte del derecho a la educación que deben tener todos nuestros menores, amén de la posible formación de nuevos públicos, cada vez más apercibidos y exigentes.
Por otra parte, las asesorías que se dan a los participantes tienen, por fuerza, que ser un llamado y un catalizador para que los teatristas provincianos descubran sus posibles insuficiencias y de ahora en adelante luchen por superarlas: ya no podrán, a excepción de que sean de una torpeza infinita, volver a ese ahí se va al que por desconocimiento de las técnicas estaban casi obligados. Para estos primeros programas se buscó a aquellos directores que tienen relieve en sus estados --y en dos ocasiones se enviaron directores capitalinos invitados, en el primer ciclo a José Acosta para trabajar en Sinaloa y en éste a Sandra Félix con Aguascalientes-- pero aun para ellos los puntos de vista de otros experimentados teatristas enriquecieron sus trabajos. Un caso notable fue el de Tamaulipas, en donde se escogió director por audición, saliendo favorecido Refugio Hernández quien dio un gran salto cualitativo respecto a los montajes que se le conocieran: es, justamente, a gente como Hernández a quien el programa traerá mayores beneficios.
Los grupos incluidos en el programa cuentan con un presupuesto para su producción que ni en sueños se contempla en los estados. Y cien funciones programadas resultan una agradecible fuente de trabajo que los llevará a la profesionalización total; es bien posible que podamos, a mediano plazo, alejarnos de la improvisación, de las escenografías que no responden a su nombre, de la ignorancia total en cuanto a iluminación. Fue un placer presenciar los talentos conjugados de Sandra Félix y Philippe Amand en esa Antígona de Anohuil que, además, nos permitió ver a la joven, excelente, mediante un juego de cortinas atadas y desatadas para dar las diferentes áreas de acción, de Angel Norzagaray --el ya muy reconocido director bajacaliforniano-- en Los milagros del desprecio de Lope de Vega. Y ver conjuntamente al Lope clásico y al Lope revisitado por Elena Garro con La dama boba, que no sólo mostró el desempeño del director yucateco Tomás Ceballos, sino que nos permitió conocer al admirable actor que es Menalio Garrido.
Se trató, como la vez anterior, de ensayos generales que todavía, unos más y otros menos, requieren de ajustes para su estreno. Y si en el primer ciclo pudo haber algunos desencuentros entre todas las instituciones involucradas, ahora representantes de los institutos y funcionarios de IMSS y SEP estatales fueron invitados, con lo que su involucración fue plena y se descarta cualquier malentendido; aun en un caso --el negrito en el arroz-- de un grupo que desatendió los lineamientos del programa y cuya escenificación resultó la menos lograda, los funcionarios del Consejo estatal tuvieron la oportunidad de comparar calidades con las de los otros grupos: de todos modos, el teatro va.