Letra S, 5 de diciembre de 1996
este mal, o este castigo,
que disfrazado de amigo
se infiltra aún más. Que no toque
mi piel su ponzoña, o lo que
emigra de hueso a hueso,
de sangre a sangre, de seso
a semen: un mismo blanco
ofrece al morbo su flanco
endeble: la vida es eso.
Yace aquí, sordo y severo
quien suelas tantas usó
y de cadera abusó
por delantero y postrero.
Parco adagio --y agorero--
para inscribir en su tumba
--la osamenta se derrumba,
oro de joyas deshechas--:
su nombre, y entre dos fechas,
el muerto se fue de rumba.
No te apresures, filosa,
que no ha llegado mi hora,
ni me aflige tu demora.
Raudo pie, mano cerosa,
te adueñas de cada cosa
antes de tiempo. Exageras
tu papel, cuando debieras
atenuarlo. No por eso
dejaré la piel y el hueso
de menear. Ni las caderas.
Severo Sarduy
Que no se nombre ni evoque
Alberto Ruy Sánchez
Un sueño dentro de otro
Carlos Monsiváis
Ronda de las calaveras dolientes
A partir de una serie de Francisco Toledo
Los amigos muertos se adueñan de la memoria convertidos en imágenes circulares, rostros, gestos, frases, escenas cuya calidad memorable ahora aquilatamos. De ellos, de los desaparecidos en las brumas hirientes de la plaga, vamos sabiendo lo que nos negó la cercanía: la firmeza y la coherencia de sus actitudes, el estilo de vivir mucho más armonioso de lo que jamás supusimos, la delicadeza de su trato, la generosidad. Los amigos muertos son el diálogo incesante y la melancolía de las conversaciones pendientes. Y son la certeza de que, si es verdad la metafísica, se encuentran ahora, con su mirada entrenadísima y la experiencia cinegética, en la esquina del Más Allá y la Lujuria Pendiente.
¿Virgen? ``Yo no soy virgen, no estoy en un altar, no tengo florecitas, ni hago milagros.'' Maricarmen habla así frente a la cámara, tranquila, retadora, decidida a romper el cerco de silencio que a las mujeres imponen los padres de familia (esos prófugos ``del tiempo de la canica'') o los compañeros que no abandonan la vocación machista incluso en sus poses más liberales. Estamos rodeados de tentaciones (jóvenes, sexualidad y sida), el más reciente video de Maricarmen de Lara, reúne en ocho breves episodios (a lo largo de cuarenta minutos) varios testimonios juveniles en los que se cuestiona la desinformación familiar, la tiranía de los roles sexuales, la virginidad, y la desprotección frente al sida. Se habla de la necesidad de prevención, de las pruebas de detección de anticuerpos al VIH y del papel nefasto que juega la más alta jerarquía católica en la propagación de la epidemia.
Maricarmen de Lara ordena sus temas, marca transiciones discretas, parte de lo general a lo más específico, es decir, del panorama del sexismo en México --materia inagotable-- a la respuesta de dos interrogantes generalizadas: ¿Qué es el sida? ¿Cómo se usa el condón? El video intercala música de rock entre los testimonios --rolas de El Tri, El Personal, Desorden Público, o de Gloria Trevi--, con letras que completan o exacerban lo que dicen los jóvenes. Aunque pocas letras tienen la contundencia del escepticismo de la joven Mariana: ``Los hombres parecen perros, nomás echan su meada y se van.''
Al afán didáctico de sus videos anteriores sobre sida (Nosotras también, 94; y La vida sigue, 95), Maricarmen de Lara añade aquí la amenidad y astucia de un buen trabajo de animación que describe el mecanismo de infección y la respuesta del sistema inmunológico; incluye también un interesantísimo documento francés sobre la réplica viral observada por microscopio. Lo más valioso, sin embargo, en esta experiencia de video es la confrontación de puntos de vista de chavas y chavos sobre la prevención del sida y sobre las conductas sexistas, sobre la poca capacidad de negociación sexual de la mujer y las posibles consecuencias de esta situación en la salud de la pareja.
El ojo electrónico me ve desde lo alto. Zumba como una turbina de jet. El negro ojo me escruta. Luego se pone rojo, parpadea. ``No respire'', me grita el radiólogo y zaz: el brazo robótico con el ojo invasivo se detiene sobre mi cara.
Poco después el hombre me hace plática para gastar minutos antes de la toma siguiente. Me dice que como laboratorista en la Central Camionera tiene que hacer exámenes de sangre a miles de choferes del servicio público federal. ``¿Les informan del sida?'', le pregunto yo. Contesta que lo que más afecta a esos trabajadores es la diabetes y la hipertensión, que el ELISA es sólo para la población de alto riesgo. Cierro los ojos y veo ante mí los retenes con cientos de prostitutas en la salida a Saltillo, Monclova, Laredo y Reynosa. ``Estúpido'', pienso en mis adentros. ``Tiene razón'' le grito para que me pueda escuchar desde su cabina de control remoto. Reinicia el disparo de los rayos equis sobre mis riñones. El ojo del androide sonríe enmedio de su críptica danza.
Abel espera afuera, ya exhausto descansa asido a la silla de ruedas en la que me trajo. En el trayecto me contó el chisme de lo que salió en la prensa y el radio sobre los cuates del grupo Ser Humano. Desde 1993, nosotros habíamos cortado nexos con sus administradores precisamente a causa de nuestro olfato de lobas: nos habían parecido muy gandallas. ``Era de esperarse su caída'', le digo a Abel aferrándome a mi frasco de suero. Qué quemón para las ONG, pienso.
Dos horas antes, con el mismo bote en lo alto, había salido al pasillo del hospital para reclamar al internista que el encargado de introducir los alimentos a mi cuarto (``Aislamiento riguroso'', advertía un letrero en la entrada), sólo se atrevía a llegar hasta el quicio de la puerta, golpearla, gritar ¡comida! y huir a la carrera, dejando el plato con la insípida y fría revoltura de huevos para el monstruo voraz. Me hicieron caso y la siguiente vez el alimentador entró pero casi se cae, vestido como andaba con un absurdo y pesado traje adquirido seguramente en la NASA.
Una semana en la leonera hospitalaria me curó de los cálculos renales causados por el Crixiván. ``Dejas este medicamento y nos vamos a Ritonavir'', ordenó mi infectólogo. A mi me vale queso qué me recete mientras no me duela y no me cueste un centavo.
De regreso a casa me dan un recibimiento regio. De tres seropositivos que vivíamos en el barrio, uno está feliz porque salió fragante de su clinicazo. Otro murió el lunes pasado y del tercero quién sabe qué será de él.
Me dieron otra nueva noticia que ha cimbrado a la familia Hurtado. Cuando se la escuché a mi hermana casi me orino de risa: mi tía Sagrario, de Tamaulipas, ya recibió su respectivo, premio mayor: también tiene sida. El colmo: cuenta con 50 años. Qué familia, qué orgullo. Qué país.
Una vez lanzada la bola, solita rueda: ¿Por qué una ama de casa
tendría que praticarse el examen de detección de anticuerpos al VIH?
¿Es suficiente una infidelidad en años de relación de pareja estable
para sentirse en riesgo? ¿Se puede confiar en la promesa de fidelidad
del otro? ¿Y qué hay de la actividad sexual propia y de la pareja de
antes del matrimonio o concubinato? ¿Realmente estamos todos en
riesgo?
Pongamos por caso, Andrea es una mujer liberal que ha compartido con Mauricio ocho años de su vida; antes de él tuvo seis compañeros sexuales y recientemente un amante. Lejos está de considerarse una mujer promiscua. Su infidelidad no respondió a insatisfacción sexual, venganza o ánimo de mujer conquistadora, sino a una ley de lo más simple y común: la del deseo. El sentimiento que la embarga por este ``desliz'' no es de culpa; mujer preparada, informada, siente temor a la infección por VIH. Decide entonces someterse a la prueba de detección de anticuerpos.
A partir de esta determinación y hasta que recibe el resultado, un mes después, Andrea reflexiona sobre los asuntos que tiene que ver con la pareja y el sexo; repasa sus propias experiencias y las de los demás; cuestiona los prejuicios en torno a la sexualidad; duda de la fidelidad conyugal (...el deseo de poligamia se lleva en los genes. En los machos se debe a la ambición de predominio de sus gametos en la especie, y en las mujeres a la búsqueda de mejores ejemplares, fuerza física demás, para mejorar la raza...), y se angustia como cualquier mortal que sabe que puede recibir una mala noticia.
El primo Javier, que así se llama la novela que se comenta, es una metáfora del VIH, es el pariente indeseable que se presenta en casa sin previo aviso y con la intención de quedarse para siempre. Narrada en primera persona, el relato añade a su valor literario el pedagógico, pues el desarrollo de la trama es acertadamente combinado con información fidedigna sobre lo que es el VIH, las formas de contraerlo y las maneras de prevenirlo, amén de que logra mantener un adecuado ritmo de tensión que crece mientras la protagonista espera los resultados.
Edmeé Pardo, quien además de esta novela ha escrito una serie de mini relatos eróticos, consigue con El primo Javier un texto vigoroso en virtud de la investigación que se percibe detrás de él y de su habilidad narrativa. Por su valor didáctico y su ubicación en el contexto mexicano, no exento de ingenio y fino humor, valdría la pena que las autoridades de educación y salud promovieran la lectura de esta novela entre estudiantes de secundaria y bachillerato. Como esto no se ve fácil, LETRA S propone a los profesores de estos niveles que por su cuenta la recomienden a sus alumnos y, si es posible, la discutan en clases.
(Antonio Contreras)