La Jornada 5 de diciembre de 1996

UN NOBEL EN LA CAPITAL

Angélica Abelleyra ¿Cuándo seré un hombre maduro? --se pregunta el escritor japonés Kenzaburo Oé, el Premio Nobel de Literatura 1994 que visita nuestro país. ``Espero que nunca. Cuando era pequeño pensé que a los 40 sería un adulto, pero ahora que tengo 61 me sigo sintiendo un niño''.

Y el profundo ejercicio que Oé hace con el juego, la sorpresa y la imaginación fue nítido cuando recorrió ayer el Templo Mayor y caminó entre las piedras añejas que revelan la muerte y el sacrificio.

Frente a un tzompantli y la Coyolxauhqui, el autor de libros como La presa (que nombró ``mi preferido''), El grito silencioso y Una cuestión personal se refirió a Andrei Tarkovski y Yukio Mishima, el cineasta soviético de Sacrificio y el escritor japonés que se suicidó en un ritual hace 26 años.

``Tarkovski y Mishima son completamente diferentes. El primero creó su arte a partir de un reflejo visual de la humanidad y Mishima hablaba a partir de sí mismo''.

--¿Eran amigos?

--No, yo era muy pequeño; Mishima era grande.

--La obra de Kenzaburo Oé está cargada de un ambiente de misticismo, donde lo sagrado es importante, así como el sentido de sacrificio.

--Ah, lo sagrado es siempre importante pero eso se percibe, no puede explicarse. Respecto al sacrificio, hay muchas clases. El de Mishima fue místico, metafísico, pero hay otros casos como cuando hace 150 años fue sacrificado en Japón el más pequeño de los hermanos de una familia. Un hermano de aquel sacrificado era jefe del ejército oficial y ese título militar quedó en mi familia; el oficial mató a su hermano menor y fue una especie de sacrificio con el que no estoy de acuerdo. En nuestros días eso debería desaparecer para siempre.

Considerado un ``aguafiestas'' para su país, Japón, porque nunca ha sostenido ante su patria una visión complaciente, Oé comenta:

``Cuando quiero algo, me importa y lo respeto, también lo critico. Japón me importa'', indica sobre ese señalamiento que hizo hace algunos años el escritor alemán Günter Grass en un intercambio epistolar con el novelista oriental.

``Algunos dijeron que Grass y yo éramos como pájaros que echan su popó dentro de su nido. Pero no: Günter ama tanto a Alemania como yo a Japón y ambos queremos al mundo. Y para que mi país sea querido en el mundo yo lo critico''.

Amable y dispuesto al diálogo, mucho más que el personal de la embajada que se mostró presuroso y estricto, Kenzaburo Oé ofreció ayer por la mañana una mini conferencia de prensa, acompañado por Flora Botton, directora del Centro de Estudios de Asia y Africa de El Colegio de México (Colmex).

En su idioma natal relató parte de sus orígenes en la isla de Shikoku, y se dio vuelo cuando el tema fue su primera estancia en México en los años setenta, como profesor visitante del Colmex en el área de posgrado de Asia y Africa.

``Vine a México en medio de mi crisis de escritor cuando llegué a los 40 de edad y en vez de comprar una guía para turistas leía varias cosas: un libro de poemas mexicanos, Bajo el volcán, de Malcolm Lowry y luego El laberinto de la soledad, de Octavio Paz.

``Vivía en un departamento cerca de Insurgentes y en vez de salir a la calle, leí durante tres semanas y sólo comía los tacos de la esquina. Los estudiosos japoneses siempre me criticaron que no conviviera ni con ellos ni con los mexicanos, pero mi interés era estudiar para entender México. Tomaré algunas palabras de Carlos Fuentes para decir que a través de la literatura yo experimenté mi Tiempo mexicano''.

Más adelante, el novelista de Acribilla a los niños se explayó para indicar que Alfonso Reyes le permitió conocer un poco acerca de los tarahumaras.

``Tienen talentos superiores y su visión mística tiene algo de equivalencia con la cultura de mi pueblo, un lugar pequeño rodeado de bosques, mitos y folclor.

``Su profundo contacto con la naturaleza ayudará a que sobrevivan y perduren'', añadió el actual profesor en Princeton, admirador de Sartre, estudioso de las letras francesas y quien se siente cercano a Dante y Poe, a T. S. Eliot y Selma Lagerlof, pero también a Juan Rulfo por su libro Pedro Páramo.

``Gracias a Rulfo, a Reyes y a Paz, entre otros, mi estilo fue cambiando con el paso del tiempo''.

Pero de México no sólo adquirió el conocimiento a través de las novelas. También se llevó unas cuantas fisuras en las costillas por un pleito en la Zona Rosa y algo mucho más entrañable que Oé llama un ``tesoro'': un cuadro de David Alfaro Siqueiros que muestra ``un perro que aplasta un periódico y ladra de furia en contra de la opresión'', describe con la compañía de una sonrisa y el asombro de Flora Botton:

``¡Le debimos de haber pagado muy bien para que comprara un Siqueiros, maestro!'', comentó la amiga del Nobel de Literatura japonés.

--Sus historias están cargadas de personajes infelices, desolados. ¿Prefiere éstos que a los exitosos?

--Es mejor ser feliz, pero como niño vi la guerra, la posguerra y el hambre. Luego tuve un hijo con problemas (Hikari, hoy un compositor exitoso en Japón, nació hace una treintena de años con malformaciones cerebrales) así que he venido rebasando dificultades.

``Yo pregunto: ¿Será el hombre feliz algún día? ¿Es feliz ahora? ¿Paz o Rulfo o Fuentes no han escrito algún sufrimiento? Es importante el sufrimiento, pero también lo es rebasarlo y vencerlo''.

--Usted ha dicho que su literatura le sirve para exorcizar sus demonios. ¿Cuáles son los demonios que permanecen?

--Los demonios que en mí permanecen son como los de Pedro Páramo.

--La literatura y la oración son importantes en su vida y, en medio de ellas ¿qué importancia tiene el silencio?

--Como escribió García Márquez, yo llevo 61 años de soledad. Y ésta, como el silencio, son necesarios para escribir pero, de otro lado, cuando escribo pienso en el convivio.

``Para el escritor es importante el silencio, pero no forzado. A aquéllos que tienen un silencio forzoso me gustaría ayudarlos, como a los artistas chinos que a raíz de la matanza de Tienanmen los apoyé. Porque yo admiro mucho a China y respeto a Mao. Pero como los respeto los critico. Es importante criticar algo que uno respeta.

En el plano político que, según su semblante ayer es el que menos le interesa, Oé sostuvo que ante el advenimiento del siglo XXI espera un mundo basado en ``la abolición de las armas nucleares, la supresión de las diferencias Norte-Sur y que el mundo no tenga ni centro ni periferia: que cada país tenga su propia vida.

``Sé que esto parece un sueño pero a nivel intelectual hay algunos ejemplos: Octavio Paz es mexicano y es universal y me gustaría que de igual manera salga de Japón un tipo de intelectual con estos alcances'', situó.

Vocero informal de la nueva izquierda en Japón, dice que no es ni socialista ni comunista y mejor se ubica anarquista. Sin embargo, Oé recalcó:

``Quiero creer en la democracia. Japón tuvo una tradición no democrática, ahora sí es democrático, pero siempre hay peligro no sólo en mi país sino en el mundo. Veamos a Francia, a Estados Unidos y a otras naciones. El peligro siempre está latente''.

[El escritor japonés Kenzaburo Oé entablará esta tarde un diálogo público, con el Nobel de Literatura y poeta mexicano, Octavio Paz. La cita es a las 18 horas en la Sala Alfonso Reyes de El Colegio de México].