José Cueli
De la omnipotencia a la crucifixión

Los políticos mexicanos, mito sombrío, pesadilla de la imaginación, que atraen y repelen a la vez por la ceguedad de su protagonismo los suele conducir a un fatal destino. Por delante de nosotros desfila sin tregua una procesión de fantasmas, restos del extravío y del terror que los acontecimientos infunden: muertes, robos, fraudes, grillas.

Desenlaces infaustos e imprecisos, resultados funestos de una fuerza desconocida, difícil de definir, pero a la que todos obedecemos --políticos y no-- a nuestro pesar. Los personajes relacionados de cerca y sucesivamente con la política son víctimas de los males que ella irradia y los mata poco a poco, llenándolos de amargura, miedo y depresión. Es la pérdida difusa de la omnipotencia que, como en ningún otro país exalta la forma de ser de los mexicanos, desde ya.

Terrible persecución que termina en desgracia de cuantos los rodean. Círculo donde los que en ella se dejan ir, acaban dejando regueros de vida y dolor. Espíritu azteca diabólico que se complace en encumbrar cual si fueran dioses, a los gobernantes, sin ningún límite. Omnipotencia tan brutal, les hace perder de vista que ésta es temporal. Imposibilitados luego de recuperar el poder y con él, la omnipotencia, no se resignan después a dejar correr el destino --ya que no es posible borrar lo que estaba escrito. Escritura no fonética, escritura de trazo interno marcada por lo incompleto del ser humano.

La fatalidad --incompletud y desamparo-- reposa en la manera de ser. Como una masa de polvo colorante en el fondo de un vaso de agua, así que al agitarse toda el agua queda teñida de ese color. Sí, la fatalidad, esa fatalidad omnipotente que llevó a la guillotina a Luis XVI --porque se le consideraba criminal y un año más tarde llevaba a la misma guillotina a los que lo condenaron-- nada respeta ni perdona.

Son raros los gobernantes que dominan oponiendo al influjo de la omnipotencia azteca, las enseñanzas de la experiencia --el colocarse en el lugar del otro. La experiencia es ``ese algo'' que nos indica ``el dónde'' y nos va quitando las ilusiones de ser dioses, poco a poco. Terrible condición azteca, siempre pendiente de los vaivenes omnipotentes --unos exaltándola en otros-- como el marino de las mudanzas del cielo. Lástima que en este juego de omnipotencia, el caos nos domine y lleve a la tristeza