De un golpe, los priístas de Morelos han colocado sobre la mesa de las discusiones dos temas igualmente polémicos: las formas de financiamiento de los partidos y la operación de casas de juego.
Con pridólares como moneda corriente, parte de la clase política morelense participó en un Casino de la Fantasía organizado para recaudar fondos en favor del partido tricolor con la vista puesta en las elecciones de 1997. Ruleta, Black Jack y Derby fueron algunos de los juegos en los que participaron funcionarios del gobierno estatal, legisladores y personajes del priísmo local.
El ejercicio lúdico no es ilícito ni punible en sí mismo, en cuanto careció del sentido de lucro que caracteriza a los juegos de azar con apuestas, pero lleva el tema del financiamiento partidista a los difíciles terrenos de la imprecisión en el origen del dinero privado para fines políticos. Los pridólares, que por otra parte muestran una peculiar prevalencia de la moneda extranjera sobre la nacional, evidencian también las formas mediante las cuales pueden disfrazarse como transparentes los ingresos de los diversos partidos. En el caso específico del PRI no sólo es necesario hacer públicas las formas de conseguir ingresos sino, también, el monto de los gastos totales de operación y el origen global de esos recursos.
Un elemento más arroja la luz de los reflectores sobre el asunto: mientras ha sido suspendida transitoriamente la discusión sobre la apertura de casinos y casas de juego, priístas de élite muestran, como en juego, que el tema es asimilable y utilizable.
Asunto aparentemente menor, el de los pridólares, sin embargo, muestra una concepción de preeminencias monetarias -allí donde Gustavo Petriccioli preside la comisión priísta de financiamiento-, de tendencias ideológicas, de definición respecto a temas candentes y, finalmente, de una insensibilidad rampante.
Y, viniendo del partido en el poder, como que no es cosa de juego