Minsk es la capital de Bielorrusia, la antigua Rusia blanca, país agrícola de vida nada fácil que sufrió horrores en tiempos de Stalin, que pagó un precio altísimo en la Segunda Guerra Mundial y que fue traumatizada hace diez años por la catástrofe de Chernobyl. Los diez millones de habitantes de Bielorrusia son hermanos de los rusos y nunca entendieron la necesidad de ser independientes. Acaban de demostrar, en su angustia, en su destanteo, que la vía democrática puede ser la vía real para la dictadura.
En Minsk vive ``el amo Luke'', el presidente Alexander Lukashenko un hombre autoritario que ha manifestado varias veces su admiración para ``el gran estadista Adolfo Hitler'', un hombre que ``supo mandar'' y ``exaltar la grandeza de su pueblo''. Lukashenko arrasó democráticamente en las elecciones presidenciales en 1994; como no soporta ``la menor limitación a su poder y como su mandato se le hacía muy corto, acaba de imponer unas ``reformas constitucionales'' muy propias. El resultado es que, sin nuevas elecciones, seguirá en la silla hasta 2001. Acaba de disolver el congreso y de nombrar a los cien diputados que formarán la nueva ``cámara baja'' en su nuevo régimen de dos asambleas. Nombrará también a los miembros de la ``camara alta'', cuyo nombre queda por definir, así como a los jueces de la suprema corte.
La protesta casi unánime de todas las instituciones legales, del Tribunal Constitucional, las advertencias del Consejo Europeo sobre el carácter no democrático de unas reformas que acaban con la independencia del Poder Legislativo y las garantías constitucionales, los consejos del gran vecino ruso, las manifestaciones callejeras de una oposición amedrentada y castigada de mil maneras, de nada sirvieron: el amo Luke organizó su referéndum, impuso su fecha, dictaminó que el resultado tendría fuerza de ley.
Frente a las tensiones crecientes, Moscú intentó una mediación de última hora. Fue una de las primeras decisiones personales de Yeltsin, después de su operación. Mandó a su primer ministro, y a los presidentes de las cámaras, a explicar a Lukashenko que había que buscar la ``concordia social'' y que ``el no empleo de la violencia debe ser una prioridad absoluta''. Para esa fecha los diputados habían empezado a colectar firmas para lanzar el mecanismo de destitución del autócrata; el tribunal constitucional había restado todo valor legal al referéndum. La mediación rusa ofreció un compromiso: el congreso suspendería el proceso de destitución; a cambio, el referéndum, sería consultivo y un congreso constituyente, compuesto por mitad de diputados, por mitad de hombres del presidente, se pondría a trabajar.
La mediación que favorecía de hecho al presidente, no le gustó para nada. A las 24 horas desafió a sus adversarios, afirmando que el referéndum tendría fuerza de ley. El domingo 24 de noviembre los bielorrusos votaron. Participo 84 por ciento de los electores; 70.5 por ciento de los votantes siguió a Lukashenko quien instrumentó en seguida sus reformas. Observadores independientes designados por el parlamento europeo denunciaron más de mil infracciones electorales, pero no cabe duda que la mayoría de un electorado apático y desmoralizado apoyó al Amo.
Las condenas europea y norteameriana llenaron de orgullo al presidente: ``Bielorrusia no sigue la línea occidental. No permitiremos la creación de una frontera entre nuestro país y Rusia, no aceptaremos nunca la expansión de la OTAN hacia el este''. Insistió en que es partidario de la reunificación con Rusia y que propone un plebiscito sobre el tema, el 2 de abril de 1997, en los dos países. Esa reunificación sería tan normal, si no es que más, que la reunificación de Alemania, pero, hasta ahora, Rusia ha preferido no tener que cargar con el costo financiero que significaría integrar ese país pobre y atrasado, que no ha empezado ninguna reforma económica.
Para los bielorrusos, la integración a Rusia podría ser políticamente positiva, siempre y cuando no siguiera en el poder el amo Luke, lo que estaría por verse. Mientras tanto la evolución política en Minsk preocupa mucho a los países vecinos, Polonia, Ucrania y Lituania. Es también un rompecabezas para Europa y la OTAN.