A la par con sus esfuerzos tenaces para frenar lo más posible las tendencias democratizadoras realmente existentes en la sociedad, el grupo tecnocrático en el poder lleva a cabo de manera implacable su política salarial, con resistencias débiles de los sindicalistas independientes y el apoyo vergonzante del sindicalismo oficialista de Fidel Velázquez.
En materia salarial, la llamada economía de mercado, pregonada como la panacea económica por el presidente Zedillo y sus teóricos, no tiene vigencia en lo absoluto, es una falacia. En lugar del libre juego de las llamadas fuerzas del mercado para la determinación de los salarios, que no son otra cosa sino la expresión del valor de la mercancía fuerza de trabajo, es en las alturas del poder donde el gobierno federal y empresarios determinan cuáles son los salarios mínimos y los mínimos profesionales; a partir de ahí se influye en la decisión sobre los salarios contractuales. Gracias al ensamblaje de las cúpulas sindicales con la burocracia política del Estado se asegura que la política salarial oficial se aplique en todos los niveles, con honrosas excepciones.
El reciente aumento de 17 por ciento al salario mínimo es apenas una muestra de esa política. Aprobado formalmente por la Comisión de los Salarios Mínimos, fue, sin embargo, una decisión de los estrategas económicos del gobierno. Estos tienen como uno de los ejes de la política económica oficial, el mantenimiento de los salarios a su nivel real más bajo posible. Sin ello serían impensables los altos niveles de acumulación de capitales y eso explica que esté concentrada la riqueza en pocas manos y la pobreza se extienda a la mayoría de la población, pues la pobreza, debe insistirse, no es una desgracia de la naturaleza, sino fruto de políticas fríamente determinadas por el bloque en el poder, acentuada sobre todo en los años del neoliberalismo.
Sobra decir que el magro aumento que eleve al salario mínimo general a la misérrima cantidad de 26.45 pesos diarios, no frena la caída libre del salarios real de los trabajadores, reducida aproximadamente a la mitad en los últimos lustros. Ya en los primeros días de diciembre, merced a las alzas de precios de mercancías, servicios (todo el transporte en el D.F) y combustibles, el aumento salarial ha sido nulificado. En las próximas semanas el aumento al predial y a las tarifas del agua, que pueden ser elevadas en varias veces, no dejarán ni el recuerdo del insultante aumento de 17 por ciento a los mínimos.
En éste, como en otros casos, el gobierno decide impunemente medidas económicas --verdaderas burlas--, abusando de la indefensión de los trabajadores. Estos, por ahora, sólo cuentan con su inconformidad y rabia, que el presidente y sus secretarios no ven ni oyen ni les importa; tampoco a los dirigentes del partido oficial, ni a los capos sindicales, sólo capaces de gesticulaciones demagógicas y mentiras.
Las protestas y manifestaciones de rechazo a la decisión oficial, como la huelga de hambre de varios sindicalistas en las puertas de la Comisión de los Salarios Mínimos, despiertan todo tipo de apoyos y simpatía, alertan contra la resignación y contribuyen a desarrollar la conciencia de los trabajadores asalariados, pero no son suficientes para obligar a rectificaciones. La política gubernamental de bajos salarios es sólo una parte de la estrategia global que el gobierno, con el apoyo de los grandes empresarios nacionales y extranjeros, impone al país sin importarle los enormes sacrificios y sufrimientos de los trabajadores y sus familias. Esa estrategia es la que necesita ser cambiada para imponer un nuevo rumbo económico en el cual satisfacer las necesidades de la gente sea el propósito principal del funcionamiento de la economía.
Aunque acosados, sin organismos de defensa, dispersos en sus protestas, pero muy irritados, los trabajadores poco a poco pueden encontrar formas más eficaces para contribuir a ese cambio. Una de ellas ya se manifestó el 10 de noviembre en las elecciones del estado de México. En buena parte de los distritos con predominio de electores proletarios, ganó la oposición. Fue una forma de protesta contra el rumbo actual y una exigencia de cambio. Los trabajadores pueden entender que no sólo sus formas tradicionales de lucha y movilización, sino también el voto bien orientado puede servir a sus intereses.