La Jornada 7 de diciembre de 1996

Luis González Souza
¿Asociación con EU?

¿Cuándo lograremos comprenderlo? Entre México y Estados Unidos (EU) hay espacio, mucho espacio, para una relación tanto más estrecha cuanto más se finque en los principios de la democracia. En cambio no hay espacio --al menos, racional-- para una asociación, incluidas sus variantes (integración, anexión y demás).

No lo hay, en primer lugar, porque EU ya tiene suficientes problemas como para hacerse cargo de los nuestros. En segundo lugar, porque aunque no fuese así, hay algo que se llama dignidad, y es lo que todavía anima a muchos mexicanos a (re)construir su propio país, por más maltrecho que se encuentre. En tercer lugar porque, afortunadamente o no, México y EU son naciones con profundas diferencias, comenzando por su historia, su cultura e inclusive su idiosincrasia. Por decir algo, mientras que EU vive para redimir al resto del mundo con las divisas de la fuerza y el dinero, México vive para redimirse a sí mismo con las divisas del tesón y la dignidad.

Y en cuarto lugar porque, hoy por hoy, cualquier asociación México-EU quedaría edificada sobre pilares harto defectuosos. Sólo actualicemos aquí el círculo de la inequidad: entre más concesiones de México, más exigencias de EU, acompañadas de nuevas hostilidades. Estas incluyen, sólo en las últimas semanas: el allanamiento del consulado de México en Nogales (Arizona) a cargo de agentes de la Patrulla Fronteriza (La Jornada, 21/XI/96); la ilegal incursión en territorio mexicano de agentes policiacos de EU (La Jornada, 26/XI/96); las presiones, hasta ahora exitosas, para que México no adquiera helicópteros de fabricación rusa (El Universal, 6/XII/96); y, desde luego, el ya cotidiano maltrato de nuestros trabajadores migratorios.

Así, cualquier asociación de México con EU se antojaría tan frágil como viciosa. Más bien se asemejaría al vínculo que asocia al domador de circo con su fiera. Y, sin embargo, las élites de México, sin consultar a nadie, insisten en hacer de la asociación, la nueva brújula en su peregrinación hacia el norte. Puerto Rico, una colonia de EU, precisamente se llama un estado ``(libre) y asociado''. ¿Hacer de México un Puerto Rico grandote es el objetivo?

Desde las cúpulas de la cultura sonó una voz imposible de ignorar. Cuando se debatía el TLC, Octavio Paz opinó que dicho tratado podría, debía, ``coronarse con una asociación política y cultural'' de los firmantes (Vuelta, núm.192). Y hoy mismo, desde las cúpulas gubernamentales, el canciller José Angel Gurría parece refrendarlo en su comparecencia ante el Senado de la República: ``confiamos en que, durante su segundo mandato, el gobierno de Clinton buscará desarrollar relaciones de mayor entendimiento, respeto y beneficio común con México, a través de vínculos institucionales que conduzcan a una asociación cada día más madura, equilibrada y constructiva'' (La Jornada, 5/XII/96). En rigor, el canciller parece ya dar por un hecho, la asociación México-EU. Todo lo que le preocupa es que sea ``más madura (...)''.

A nuestro entender, tal asociación jamás será equilibrada y constructiva, mientras México siga siendo el que pone las concesiones y EU el que pone las exigencias y los palos. Y esto seguirá ocurriendo mientras los gobernantes de acá se sigan manejando con espejismo (desde el Espíritu de Houston hasta el flamante Espíritu de Clinton) y los gobernantes de allá sigan con una incongruencia ya esquizofrénica: México es de importancia estratégica para EU, pero ni siquiera lo ha visitado Clinton. Nada más importante que la prosperidad de México, pero EU sigue succionándole riquezas varias. Imposible sostener la economía, digamos de California, sin el trabajo de los mexicanos, pero avante la campaña antinmigrante. Nada más crucial que la estabilidad de México, pero EU sigue apuntalando a un régimen que ahora genera más y más inestabilidad.

Con perdón de los pontífices del realismo, no queda sino pedirles más realismo. Pongamos los pies en la tierra y conformémonos con metas más modestas. Antes que asociaciones, integraciones, anexiones y demás megaproyectos modernos, dediquémonos a construir una relación simplemente sana, democrática. Y ésta sólo puede construirse con el empuje de una sociedad, aquí y allá, en verdad consciente y organizada.

Viene entonces, inevitablemente, el llamado a los pontífices de la democracia: dejen de obstruir esfuerzos como el de Alianza Cívica y el de Causa Ciudadana.