Karol Wojtyla es un hombre tenaz y no ceja a pesar de que muchos de sus ambiciosos sueños han quedado por el camino.
Por ejemplo, en tiempos de Mijail Gorbachov esperaba celebrar en Moscú el milenio cristiano en los países eslavos, apoyándose en la fuerza de la Iglesia católica polaca (y la eslovaca y la húngara). Con ellas y con los católicos de rito ortodoxo, llamados uniates, de Ucraina, esperaba lograr la hegemonía en una alianza ecuménica de todos los cristianos en la que habrían participado los ortodoxos de la entonces Unión Soviética, quizás también los guiados por el patriarca de Constantinopla, los cristianos orientales y buena parte de los protestantes, encabezados por los anglicanos.
El ecumenismo y el sueño de una primacía romana en una Europa unificada por el cristianismo, como en el primer milenio de nuestra era, saltaron por el aire con el derrumbe de Gorbachov y de la URSS. El lugar de Gorby fue ocupado por individuos que unen el nacionalismo con una ideología neoliberal de choque y eso llevó a las Iglesias locales a la afirmación chauvinista del pasado (y, por lo tanto, a agravar sus distancias con el Vatica-no), quitó peso a las Iglesias católicas polaca, eslovaca, húngara, que ya no pudieron contar con el temor popular y nacional al poderío ruso y empe-zaron a ser juzgadas (desfavorablemente) por sus políticas concretas. Como los planes del Wojtyla contaban con el apoyo del Kremlin para una europeización que permitiese a la pe-restroika una modernización (capita-lista) desde arriba preservando el poder y esta alianza interburocrática entre el Vaticano y Moscú no funcionó, el Papa se encontró así, de golpe, sin estrategia de fin de reinado.
Trató entonces de lograr el acuerdo ecuménico con los anglicanos, pero a éstos no les convenía abrazarse solos con los católicos; buscó sin conseguirlo viajar a Sarajevo sitiada como organizador de la paz; quiso, infructuosamente, resolver el problema de Jerusalén; no pudo ni siquiera conseguir la paz en Burundi, Ruanda y Zaire, que es la región más católica de Africa. No le quedó más que viajar de un lado a otro, como superstar, para mantener su imagen decaída.
Ahora le cae del cielo la visita de Fidel Castro, que le permite cerrar el segundo milenio cristiano y su reinado absoluto con un gran éxito político y un baño de multitudes y, al mismo tiempo, volver a adquirir peso internacional.
En 1961 Cuba expulsó 2 mil religiosos y cerró 350 colegios católicos. El Vaticano, empero, no se resignó a ser pastor de ovejas exiliadas en Miami y en 1962 Juan XXIII medió en la crisis de los cohetes entre el EU de Kennedy y la URSS de Jruschov, el cardenal Casaroli visitó Cuba en 1974, su colega Etchegaray hizo tres viajes a la isla en los años 80, el cardenal Angelini lo hizo en 1984 y últimamente el cardenal Taurant preparó la visita de Castro a Wojtyla, que no fue una humillación del cubano sino un acuerdo entre dos necesitados de apoyo y de carisma que, además, tienen algunas coincidencias políticas importantes.
En efecto, ambos condenan duramente el neoliberalismo, se indignan ante el aumento de la diferencia entre ricos y pobres, dan preminencia a las políticas basadas sobre la solidaridad y necesitan más que nunca el apoyo del llamado Tercer Mundo. Fidel, además, necesita que un viaje del Papa le legitime internacionalmente como moderado y dé el golpe de gracia a la ley Helms-Burton y quiere quitarles a los de Miami toda posibilidad de usar la religión. Wojtyla, por su parte, necesita reforzar una Iglesia débil numérica y socialmente (según el nuncio en La Habana, había sólo 27 mil bautizados en 1986 que ahora son casi 70 mil, encuadrados por unas 400 monjas y 250 curas). Además quiere hacer de ella el eje de la oposición legal para ganar peso político en una región donde el Vaticano ve con preocupación el cre-cimiento del protestantismo. Por último, sabe que podrá reunir un mi-llón de personas en la Plaza de la Revolución que antes sólo llenaba Castro y que ese éxito seguro le podría rendir grandes dividendos políticos. Por último, cuenta con el pragmatismo del líder cubano que, como siempre, busca ser más papista que el Papa e innecesariamente está recordando sus estudios con los jesuitas, su querida abuelita católica y declaró en Roma que la religión ``no era ni opio ni remedio milagroso''. Por lo tanto, la tenacidad de Karol podría verse prontamente premiada