André Malraux volvió a ser un protagonista, como lo fue durante una larga parte de su vida. Después de 20 años de su muerte, ocurrida el 23 de noviembre de 1976, sus restos fueron trasladados al Panteón de los Hombres Ilustres de Francia. Mucho se ha dicho de Malraux: militante, aventurero, revolucionario, ensayista, ministro de cultura con De Gaulle y novelista. Intelectual y hombre de acción, esa fue la combinación que lo situó en un lugar visible y lo convirtió en una figura central y controvertida de la historia del este siglo.
El asunto del Panteón es un buen pretexto para repensar a Malraux, su estilo personal, su actividad en la guerra civil española y en la resistencia francesa, su nacionalismo y su obra como crítico de arte y en la literatura. Sus novelas tienen una fuerza tal que los temas, los personajes, la trama y los diálogos se quedan como una marca, como una herencia de la que no se puede uno deshacer. Hay escenas y diálogos de Malraux que cambian la forma como nos aproximamos a la vida y a los hombres que nos rodean.
La Vía Real ubica una expedición arqueológica para conseguir ídolos de los templos de Laos. Ahí, para iniciar la historia y situar sin dudas a los personajes, Malraux hace decir a Perken, con la actitud un poco resignada de quien ha vivido muchas cosas, que ``los hombres jóvenes comprenden mal... ¿cómo dicen ustedes..? el erotismo. Hasta los cuarenta años, uno se equivoca, no sabe liberarse del amor. Un hombre que piensa, no en una mujer como complemento de un sexo, sino en el sexo como complemento de una mujer, está maduro para el amor. ¡Peor para él!''.
En la condición humana, apenas se abre la primera página y se está de lleno en una de las mayores disyuntivas de un ser humano, matar a otro hombre. Chen, el revolucionario de Shanghai, sabía que ante ese hombre dormido al que iba a apuñalar ``no era un combatiente sino un sacrificador''. A través del mosquitero que cubría a la víctima Chen pensaba cómo debía clavar el cuchillo para cumplir con su objetivo. ``Un solo movimiento y el hombre quedaría muerto. Matarlo no era nada: lo que resultaba imposible era tocarlo''. Toda la escena de ese asesinato transcurre entre la descripción de los movimientos de Chen y de sus reflexiones ante el acto que está a punto de cometer. Se puede leer con la misma intensidad muchas veces.
Las novelas de Malraux tienen la característica de la contundencia con la que están planteadas desde el mismo inicio, como esos acordes fuertes --por decisivos-- que marcan las grandes obras musicales. El estado concentrado de esas primeras escenas marcan el desarrollo de todo el texto y sientan el ritmo y la tensión que mantienen hasta el fin. En esa tensión vital mostró mucha consistencia en todas sus actividades, por eso frente a Malraux se han mantenido diversas posiciones, críticas en ocasiones y de admiración en otras. Lo que no se puede es ser indiferente.