Carlos Bonfil
Abuso de poder

Mulholland falls. Más que el nombre de un despeñadero en las colinas de Hollywood, es un estilo, una práctica de los elementos más duros de la policía de Los Angeles para deshacerse de los gangsters incómodos. La época es principios de los cincuenta. El duro núcleo policiaco parece haber existido realmente: The hat squad era su nombre, por los sombreros de fieltro que coronaban su indumentaria civil de agentes funerarios.

En Abuso de poder (Mulholland falls), del neozelandés Lee Tamahori (Somos guerreros, 93), el descubrimiento del cadáver de la joven Allison Pond y de un video que compromete a un alto jerarca del ejército estadunidense, el general Thomas Timms (John Malkovich), siembra el desasosiego en el detective Max Hoover (Nick Nolte), ex amante de Allison, encargado de investigar el crimen. La búsqueda de otros videos comprometedores, la negociación de intercambio de los mismos entre Timms y Hoover, y la intervención del FBI, comandado por el otro Hoover de siniestra fama, completan las peripecias de este thriller, debut hollywoodense de Tahori.

El guión de Peter Dexter resume en su esporádica violencia verbal el carácter del detective Hoover y su vocación de inquisidor policiaco. (Dice a un agente del FBI: ``Te encontraré de nuevo, quemaré tu casa, me cogeré a tu mujer y mataré a tu perro''.) También el método y la frialdad del justiciero moralista que mata a un gángster por su paidofilia inyectándole heroína en la yugular, que remiten, por ejemplo, a la cinta Rush (91), de Fini Zanuck, basada también en un guión suyo, pero hay cabos sueltos en la narración, imprecisión en las motivaciones de los personajes y sobre todo un cambio de tono que al final transforma a la cinta ácida y dura en mero vehículo de un regaño moralista.

Se habla en la película del misterio y escándalo de una base militar donde los ensayos nucleares provocan numerosos casos de cáncer entre los soldados (el propio general Timms es una de las víctimas), pero el tema no se desarrolla con coherencia y sólo se vuelve artificio sensacionalista para ilustrar las posturas fascistas del general que justifica la muerte por radiación de sus soldados (``deben morir cien para que mil puedan vivir'', ``El cimiento de la civilización es el sacrificio humano''). Pero lo que parece esencial en la cinta es un escándalo todavía mayor: el adulterio cometido por Max Hoover. Su esposa (Melanie Griffith, en su papel más ingrato) contempla llorosa las ruinas de su matrimonio y lanza al rostro de Max Hoover la acusación implacable (``me has roto el corazón''). ¿Qué mayor drama en el cine hollywoodense que el adulterio, ese atentado casi terrorista contra la unidad familiar?

La paradoja de Abuso de poder es la manera en que el arranque vigoroso de la cinta, la astucia de la trama, el video como elemento clave de la historia, el tema del autoritarismo, en fin, todos sus aspectos interesantes conducen finalmente a la anécdota banal de una pareja madura en plena crisis conyugal. Poco se conoce de los detectives amigos de Max Hoover, cuya presencia se vuelve anodina a medida que transcurre la historia; la excepción parecería ser Ellery Coolidge (Chazz Palminteri), pero incluso su relación de camaradería con Hoover es episódica y melodramática, John Malkovich es de nuevo un personaje vagamente malévolo y decadente, caracterización fácil de un hombre reaccionario que padece una enfermedad terminal, y de cuyas decisiones dependen vidas ajenas. El tema de la nota roja y su vinculación con sórdidos secretos militares, el posible retrato de la mafia angelina en los años cincuenta, la complejidad de la sexualidad ligada con una práctica abusiva del poder, todo esto pierde relevancia e interés al favorecer la cinta la opción del melodrama doméstico. Del director de Somos guerreros, interesante alegato antisexista, cabía esperar algo más que esta tibia aclimatación a la moral y a las rutinas hollywoodenses