La décima edicion de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara tuvo como protagonista a Augusto Monterroso, ganador del Premio Juan Rulfo. No se nos ocurre mejor forma de celebrar a Tito que compartir con nuestros lectores una fábula amorosa y carnicera de otro autor que participó en la Feria, Moacyr Scliar, nacido en Porto Alegre, en 1937, conocido en Brasil por sus colecciones de cuentos El carnaval de los animales y El ojo enigmático, y la novela El ejército de un hombre solo. Una de las más conocidas miniaturas narrativas de Monterroso lleva por título "La vaca". En este domingo de fábula, nuestra Autopista es recorrida por Carola, la pródiga vaca de Scliar.
La vaca
En una noche de temporal, un barco naufragó lejos de las costas africanas. Se partió al medio, yéndose a pique en menos de un minuto. Pasajeros y tripulantes perecieron instantáneamente. Sólo un marinero se salvó, que fue lanzado lejos en el momento del desastre. Medio ahogado, porque no era buen nadador, el marinero oraba despidiéndose de la vida, entonces vio a su lado, nadando con desenvoltura y vigor, a la vaca Carola. La vaca Carola había sido embarcada en Amsterdam. Excelente vientre, su destino era una hacienda en América del Sur. Agarrado a los cuernos de la vaca, el marinero se dejó llevar; y así, al extinguirse el día, llegaron a un islote arenoso, donde la vaca aposentó al infeliz joven, lamiéndole el rostro hasta que éste despertó. Al darse cuenta de que estaba en una isla desierta, el marinero se puso a sollozar: "Ay de mí, esta isla está fuera de todas las rutas! Nunca más veré a un ser humano!" Lloró mucho, postrado en la arena, mientras la vaca Carola lo miraba con sus grandes ojos castaños. Finalmente, el joven se secó las lágrimas y se puso de pie. Miró alrededor: no había nada en la isla, a no ser rocas filosas y unos pocos árboles raquíticos. Sintió hambre; llamó a la vaca: "Ven Carola!", la ordeñó y bebió una buena leche, tibia y espumosa. Se sintió mejor, se puso a mirar el océano. "Ay de mi" gemía de vez en cuando, pero ya sin mucha convicción; la leche le había hecho bien. Aquella noche durmió abrazado a la vaca, tuvo un buen sueño, lleno de imágenes reconfortantes; y cuando despertó, allí estaba la ubre ofreciéndole leche en abundancia. Los días fueron pasando y el joven se apegaba cada vez más a la vaca. "Ven acá Carola!" Ella iba obediente. Cortaba un pedazo de carne tierna le gustaba mucho la lengua devorándola cruda, todavía caliente, la sangre escurriéndole por el cuello. La vaca ni siquiera mugía. Sólo lamía sus heridas. El marinero siempre tenía el cuidado de no herir orgános vitales; si arrancaba un pulmón, dejaba el otro, se comía el brazo, pero no el corazón, etcétera. Con pedazos de cuero el marinero hizo ropas, zapatos y un toldo para cubrirse del sol y de la lluvia. Cortó la cola de Carola, usándola para espantar las moscas. Cuando la carne comenzó a escasear, amarró a la vaca a un rudimientario arado hecho de ramas, labró el pedazo de tierra más fértil, entre los árboles. Usó de abono el excremento del animal. Como era escaso, trituró algunos huesos, para usarlos como fertilizantes. Sembró algunos granos de maíz, que habían quedado en las caries de la dentadura de Carola. En poco tiempo, comenzó a brotar lo plantado y el joven sintió renacer la esperanza. Para la fiesta de San Juan, comió los primeros frutos. La primavera llegó. Durante la noche una brisa suave venía de lugares remotos, trayendo sutiles aromas. Mirando las estrellas, el marinero suspiraba. Una noche arrancó uno de los ojos de Carola, mezclándolo con agua de mar se tragó la masa suave. Tuvo visiones voluptuosas, como ningún mortal había experimentado. Transportado por el deseo, se aproximó a la vaca. Y aun esta vez, Carola no le falló. Pasó mucho tiempo. Un día el marinero avistó un barco en el horizonte. Loco de alegría, gritó con todas sus fuerzas, pero no le respondían: el barco estaba demasiado lejos. El marinero arrancó uno de los cuernos de Carola e improvisó una corneta. El poderoso ruido atronó los aires, pero aún así no obtuvo respuesta. El joven se desesperaba: la noche caía y el barco se apartaba de la isla. Finalmente, el joven acostó a Carola en el suelo y lanzó un fósforo encendido en el vientre ulcerado de Carola, donde todavía quedaba un poco de grasa. Rápidamente la vaca se prendió. En medio de la humareda negra, el único ojo de ella lo miraba. El joven se estremeció; juró haber visto una lágrima. Pero no, fue sólo una impresión. La hoguera llamó la atención del comandante del barco; una lancha fue a recoger al marinero. Cuando iba a partir, aprovechando la marea, el joven gritó: "Un momento!", volvió a la isla, tomó el montículo de cenizas humeantes, un puñado que guardó en un pedazo de cuero. "Adiós Carola", murmuró. Los tripulantes de la lancha se miraron. "Es el sol", dijo alguien. El marinero llegó a su país natal. Abandonó la vida de mar y se convirtió en un rico y respetado granjero, dueño de centenares de vacas. Pero a pesar de esto, vivió infeliz y solitario, teniendo pesadillas horribles todas las noches, hasta los cuarenta años. Al llegar a esta edad, viajó a Europa en barco. Una noche de insomnio, dejó el lujoso camarote y subió al lugar que estaba iluminado por la luna. Encendio, un cigarrillo, apoyado en la baranda se quedó mirando el mar. De repente estiró el cuello, ansioso. Había visto un islote en el horizonte. Hola dijo alguien, cerca de él. Se volteó. Era una bella rubia, de ojos castaños y busto opulento. Mi nombre es Carola le dijo. |
Por qué un olor no puede describirse? Prueba a describirlo, verás que sólo puedes remitirte a otro olor: huele como a gas, como a violeta. Imagínate un olor que nunca has percibido y no se parece a nada, cómo lo describirías? No, no hay palabras. Pero por qué? Qué podemos hacer para responder?, dónde buscar? Un ataque sensato sería, tal vez, preguntar qué hacemos cuando describimos? La respuesta a esta pregunta puede decirnos por qué no puede hacerse eso con un olor. "Tiene patas donde descansa una tabla." He descrito una mesa. En este primer sentido, describir es decir qué hay en algo y cómo se acomoda. Un químico podría decirnos qué hay en una sustancia olorosa. Por ejemplo, "tiene azufre y tal y tal cosa". Pero eso no responde a nuestra pregunta. El químico tendría que decirnos algo cuando le pedimos "describe el olor a azufre". Pero eso es lo que él no puede hacer. El olor, tal y como lo percibimos, no tiene elementos o partes que se acomoden de modo alguno, por eso no podemos describirlo. Pero, no, no, no. Qué precipitación. Un nocaut así, a los 15 segundos de iniciado el combate, a nadie puede dejar satisfecho. No hemos entendido todavía nada y ya estamos concluyendo. Falta mucho por aclarar. Por ejemplo: no habrá formas de describir que no consistan en lo que vimos (partes y su acomodo)? Habría que buscar otras maneras de describir. Podemos construir casos. 1) "El que la ingiere cobra un color azulino y se mueve inquieto como si padeciera incontinencia urinaria." Hemos descrito el efecto lateral de una medicina. 2) "Tiene ochenta años y canta con voz de contratenor." Hemos descrito una persona. 3) "Líquido sin sabor ni olor que hierve a los 100 grados." Hemos descrito el agua. Estas versiones de "describir" nos libran de nuestra pequeña obsesión con lo espacial (partes y acomodo) que hacía equivaler describir a dibujar. Qué estuvimos haciendo en esos tres casos? Estuvimos describiendo a partir de las propiedades de la cosa. Ahora podemos preguntarnos los olores tienen propiedades? Desde luego que sí. Por ejemplo, la de ser desagradables o agradables, o la de recordarnos esto o lo otro (como aprovecha Proust). Pero si los olores tienen propiedades y describir puede ser señalar las propiedades de la cosa, por qué los olores no pueden describirse? Aquí damos un salto al corazón de la respuesta del problema. Exponemos una tesis: las propiedades de los olores son relacionales (me gusta, me recuerda esto), no intrínsecas. Es decir, puede señalarse que un color es claro, o brillante, y estoy hablando, no de mí, sino del color en cuestión. Un color "es" claro. Y puedo hablar así de un sonido. Pero no puedo hablar así de un olor. Por qué? La razón es que un olor es difícil, probablemente imposible de aislar, de individualizar. Todo olor es olor de algo, es decir, se agota remitiendo a su fuente. Mientras el color no es color de algo. Puedo hablar del rojo sin remitir a manzanas o a sangre. Tampoco el sonido es sonido de algo: una melodía puede tocarla una viola o un oboe, no depende de su fuente, tiene individualidad. Piensa en un perro. Para que un olor cumpla su función tiene que remitir claramente a su fuente. Para un perro un olor está cargadísimo de información sobre el mundo que lo rodea. Esto quiere decir que el olor es sobre todo un mensajero, sin identidad propia. Y la industria de la perfumería, siempre tan rendidora? Nadie ha dicho nada del "embrujo acariciador" que pueden alcanzar los perfumes. Pero obsérvese que los nombres que ostentan en la cosmética son siempre relacionales: Éxtasis, Noche de Pakistán, Gota de colibrí, Orgía, Cebra de arena, Decamerón. Estos nombres no hablan de los perfumes, tan imposibles de describir como cualquier otro olor, sino de su posible efecto en nosotros. El vocabulario para hablar de olores es muy reducido: acaramelado, frutal, floral, podrido, agrio y siempre, de un modo u otro, remite a la fuente. Ahora sí podemos responder la pregunta original. Un olor no puede describirse porque no tiene elementos que se acomoden y sus propiedades son relacionales y no nos dicen nada de él sino de la fuente de donde provienen y de nuestra reacción hacia ella. Quedan cosas por hacer. Por ejemplo, la distinción entre propiedades relacionales y propiedades intrínsecas, en que se basa la solución, puede ser confusa y pésimamente establecida, pero dejemos eso para otra ocasión y terminemos aquí.
El criminal ideal
El primer caso criminal importante que llegó a un tribunal y en el cual estaba involucrado un tablero electrónico de Internet con temas sexuales fue "Estados Unidos contra DePew". En el libro Bound & Gagged, Pornography and the Politics of Fantasy in America, la brillante Laura Kipnis narra la increíble pero verdadera aventura de la condenación de Daniel DePew. Una historia de horror que comienza en febrero de 1989, cuando el agente James Rodríguez puso bajo el seudónimo Bobby R. un anuncio en el tablero californiano Chaos, especializado en conversaciones gays sexualmente explícitas:
Tema: jóvenes. Se busca otros interesados. Caliente y necesito a alguien. Viajaré si se puede armar algo. Mejor si hay fotos. Me gusta tomar fotos y ser la estrella. El agente inmobiliario Dean Ashley Lambley se interesó y, usando el seudónimo David Ashley, comenzó a tener correspondencia con el agente pensando que compartían el deseo por los menores de edad. Ashley nunca había tenido relaciones con un menor. Bobby le hizo creer que él tenía una amplia experiencia en el asunto, y que contaba con un amigo dispuesto a financiar películas porno con niños. Durante semanas Bobby y Dean se contaron toda clase de intimidades y secretos, hasta que, entrados en confianza, Bobby propuso la idea de hacer un film porno en el que un niño sería violado y asesinado. Dean no estaba muy interesado en la última parte del proyecto; no obstante, pensó que se trataba tan sólo de una fantasía sexual, aterradora y perversa, pero una fantasía al fin. Como la ley estadunidense determina que una conspiración criminal no puede tener lugar entre una sola persona y un policía, hacía falta incriminar a alguien más. Bobby pidió a Dean que reclutara a otro socio. Entonces, Daniel DePew tuvo la desventurade ser introducido en el escenario. DePew, un homosexual entusiasta del sadomasoquismo (pero que nunca había tenido sexo con un menor), conoció a Dean en línea. Éste lo invitó a participar en lo que pensó DePew era tan sólo otra fantasía erótica de un par de adultos. El acoso de Bobby se volvió más agresivo, e incluso amenazó a Dean de muerte al darse cuenta que quería abandonar el plan. Después de numerosas conversaciones en línea, llamadas telefónicas y unos cuantos encuentros, los agentes decidieron que ya tenían suficientes evidencias. Daniel y Dean fueron arrestados el mismo día por conspirar en el secuestro, violación, filmación y asesinato de un niño imaginario. Nunca se cometió ningún crimen sexual ni se produjo pornografía infantil alguna; no obstante, con un costo de más de un millón de dólares, la fiscalía logró que DePew fuera condenado a 33 años de cárcel. Ashley perdió su casa (ya que supuestamente el film se iba a hacer ahí) y recibió una condena más corta, debido a que hizo un arreglo con la fiscalía al declarar contra DePew.
La epidemia de los pedófilos satánicos
A principios de la década pasada, una serie de casos de pedofilia (como el de la escuela de Virginia McMartin) estremeció a Estados Unidos y cautivó la atención del público mundial debido a sus extrañas características, que a menudo involucraban aparte del abuso sexual de menores supuestos rituales satánicos, así como sacrificios animales y humanos. La epidemia de los violadores infernales resultó un fraude al descubrirse numerosas inconsistencias, flagrantes mentiras de algunos niños, y debido a la ausencia de pruebas. Muchos de los supuestos pedófilos satánicos fueron liberados de las cárceles a las que habían sido condenados hasta por varios cientos de años. Hoy la pandemia amenaza con resurgir debido a la paranoia de la pedofilia en Internet, y a escándalos como el del asesino de niñas Marc Dutroux y sus cómplices en Bélgica, o bien el caso del pornógrafo infantil Clair Anthony, quien tenía su centro de operaciones en Acapulco.
La defensa de los niños virtuales
El 3 de octubre de este año se aprobó en Estados Unidos la legislación que actualiza los estatutos de la pornografía infantil, al prohibir cualquier imagen generada por computadora que muestre a un niño en poses sexuales. La prohibición de imágenes porno infantiles tienepor objetivo proteger a los menores (reales) de ser víctimas de abusos. No obstante, proteger a niños virtuales resulta (todavía) un poco extraño. Los censores argumentan que la porno infantilestá en plena expansión, y que sus imágenes estimulan el apetito perverso,además de que "son usadas por los abusadores para seducir niños". No es difícil imaginar los abusos policiacos que fomentará esta legislación, así como la amenaza que representa para el trabajo de muchos artistas. Una vez más, los moralistas y defensores de la niñez ignoran los hechos (la inmensa mayoría de los casos de abuso de menores tiene lugar dentro de la estructura familiar), pues resulta más fácil perseguir imágenes y fantasías que impedir el abuso de menores en el mundo real. ¤ Naief Yehya ¤ [email protected]
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