La Jornada Semanal, 8 de diciembre de 1996
Partiendo del precepto de Montaigne, escribir un ensayo es
"ensayar el yo", qué "yos" aparecen
en la temática múltiple de tus ensayos? Lo mismo dedicas
un texto a marzo, "El mes de Rushdie", que a la
poesía de Wang Wei, el Altazor de Huidobro, la
desaparecida Atlántida, el gurú de Allen Ginsberg, la
utópica Black Mountain College o Camboya...
Prefiero el ensayo como un "ensayar el yoyo". Un ensayo que viaje, por medio de sus temas, hacia arriba y hacia abajo,de lado a lado, pero regresando siempre hasta la mano que escribe, que es su punto de partida. Sin embargo, durante siglos, el ensayo en inglés ha sido regido por Montaigne empleando la misma fórmula: "Yo estaba pensando en esto; comencé investigando o meditando, y descubrí..." El ensayo angloamericano nunca tuvo una vanguardia. Hubo excepciones, la mayor parte escritas por poetas (Pound, Williams, Lawrence, Olson), pero ellos no ejercieron una influencia con su prosa. Hoy, casi todos los poemas angloamericanos son herederos del "modernismo", pero los ensayos pertenecen más, en términos de estilo, al siglo XVIII, la época que corresponde a Johnson y Addison.
En mi caso, a lo largo de veinte años de escribir ensayos casi nunca he empleado el "yo". Por supuesto, el proceso de crear un ensayo ha sido esencialmente el mismo pensar, investigar, descubrir pero preferí suprimir toda descripción del proceso en favor de "una presentación directa de la cosa". Éste era uno de los preceptos del Imaginismonoticias viejas para la poesía, pero algo nuevo para el ensayo.
Mi escritura salta de sujeto en sujeto de un ensayo a otro, y también dentro del ensayo mismo. Tengo lo que Fourier llamó el "instinto de mariposa", que no tiene nada que ver con el sexo: se refiere a una sensibilidad que salta de flor en flor, siempre interesada en otra cosa. Recientemente, después de años de negar el yo, descubrí que podía emplearlo, no como el Gran Sujeto, sino como un sujeto entre muchos, e igual, o menos igual, a los otros. Escribí "El conejito", que debe ser una broma o mi obra maestra, o tal vez ambos; pero, para mí, relatar la triste historia del conejito era un acto de confesión más osado que la revelación de Sylvia Plath de que su papá era como un nazi. Después de esta liberación del "sí mismo", acudí nuevamente a elementos autobiográficos en mi siguiente ensayo, "Trazos kármicos" (publicado en Vuelta), precisamente porque se trata de la idea de que el yo que escribe el poema es una invención occidental.
Por qué te interesó eliminar toda manifestación de tu yo occidental?
No quiero eliminar toda manifestación de mi yo, porque hay que responder a todas tus preguntas. Y tengo hijos y gatos hambrientos. Pero es verdad que nunca tuve mucho interés en mi propio yo. Nunca fui al psicoanalista, nunca medité sobre el yo como un punto de entrada a los misterios del universo. No recuerdo mucho sobre mi propia vida, aunque recuerdo todas las historias de mis amigos. No sé por qué. No sé por qué no pienso en por qué yo sé o no sé algo. Sólo pienso en el "algo". Sin duda, esto proviene de algunos hechos de mi vida que sería una lata relatar, y también es parte de mi preocupación por el hinduismo y su creencia en la multiplicidad de las vidas.
En cuanto al ensayo, el yo tan estorboso en la conversación puede ser igualmente estorboso en el ensayo. Frecuentemente, leer lo que se llama en Estados Unidos el ensayo personal, es como sentarse al lado de un pesado en una cena. Por esta razón, en el ensayo prefiero presentar muchos platillos en lugar de un monólogo.
Comenzaste tu relación con la literatura como poeta, pero ahora escribes largamente en prosa. Sin embargo, con frecuencia tus ensayos tienen un aliento poético que los transforma en textos independientes del tema que los motivó...
Sí, comencé como un poeta. No fui a la universidad. En su lugar, me conver-tí en un estudiante, tal vez el último, de la Universidad de Ezra Pound, lo que James Laughlin llamó la "Ezuversidad". (Debo añadir que todo esto es relativo:nunca me encontré ni coincidí con el poeta.) El programa de estudios, que está en el ABC de Lectura y otros escritos de Pound, era una especie de curso de Todo Lo Que Se Necesita Para Ser Un Poeta, y había que dedicarse a ello devotamente hasta la edad de treinta años, cuando el estudiante finalmente obtendría el conocimiento suficiente para empezar a escribir poesía.
Y así fue como leí, en orden cronológico, la poesía completa de los poetas mayores (y de muchos menores) de la tradición inglesa. Aprendí suficiente italiano para leer a Dante y a Cavalcanti con un diccionario. Estudié un poco de provenzal para leer a los trovadores. Y estudié chino cada día durante siete años. Al mismo tiempo, escribía poemas y traducía, sobre todo la poesía de Paz, que empecé a publicar muy pronto. Todo esto para cumplir con los requisitos del programa. Pero no fui el estudiante ideal de la Ezuversidad: nunca estudié ni latín ni griego, y deliberadamente ignoré por completo el programa poundiano sobre política y economía.
Finalmente, medio ciego por tanta lectura, alcancé la edad de treinta años. Y me di cuenta de que yo era un poeta pésimo. Afortunadamente, antes de suicidarme o de matricularme en la Escuela de Odontología, descubrí que podía escribir una prosa que no era tan mala. Y, más importante, que podía usar todo lo que aprendí sobre poesía y aplicarlo a la escritura del ensayo.
Dices en un ensayo de 1985 que "la poesía es algo que merece traducirse". Qué papel juega esta actividad en tu ejercicio literario?
Sigo escribiendo prosa y traduciendo poesía. Esta última actividad es otra forma de "ensayar el no-yo". Lo hago por mi salud, en lugar de tomar una clase de aeróbics. Y es un servicio a la República de las Letras, tal como existe. Pero ahora traduzco poco.
Aunque el tema está un tanto desprestigiado, me interesa hablar del lenguaje en la poesía escrita por mujeres. En algún momento, Rachel Blau du Plessis se refiere a Gertrude Stein: "Stein dice que no contamos con las palabras que la gente acostumbraba tener, así que tenemos que volverlas nuevas de alguna manera, pero las mujeres no las han tenido nunca y entonces cómo puedes desconstruir un lenguaje que nunca has construido o que nunca fue construido por otros como tú, o con tu mente?" Te enfrentaste con algo similar al preparar tu antología de poesía norteamericana?
Temo que no estoy de acuerdo, ni con Stein ni con mi amiga Rachel, en que el lenguaje es, por sí mismo, el producto del patriarcado. Por una parte, hubo momentos en que los mejores escritores eran mujeres, y ellas alteraban decisivamente el lenguaje. Por ejemplo, en el Japón de la época heiana, cuando los primeros escritores en lengua japonesa eran mujeres, como La Dama Murasaki y la poeta Ono no Komachi. Toda la literatura japonesa viene de ellas. Otro ejemplo es la edad dorada de la novela inglesa del siglo XIX, con George Eliot, Jane Austen, las hermanas Brontë, etcétera. No se puede decir que ellas no tenían sus propias palabras.
Pero un lenguaje es lo que un pueblo habla. Es una cosa viva que cambia sin cesar, precisamente porque hay tantas personas que lo hablan. Y la mitad de los hablantes de cualquier lengua son mujeres. En términos de las estructuras de poder, es verdad que los hombres nunca escuchaban (escuchan) a las mujeres. Pero sí oyen las palabras de las mujeres cada día. Y las palabras son profundamente democráticas, tienen una facilidad para cruzar todas las barreras. Por ejemplo, el lenguaje norteamericano actual es inimaginable sin la influencia de los esclavos africanos. Es decir, las palabras de los esclavos son pronunciadas ahora por la boca del Presidente.
Del otro lado, es obvio que las mujeres han sido generalmente excluidas de la historia, de la narrativa de lo que somos, y su entrada es el gran cambio saludable de los años recientes. En el caso de mi antología, en Estados Unidos censuraron el hecho de que no incluí muchas mujeres. Pero esto ocurrió porque en la época histórica que abarca la antología (el libro está compuesto con poemas escritos después de 1950, por poetas nacidos antes de 1945) no había, en proporción, tantas poetas mujeres importantes. Ahora la situación es completamente distinta. Si yo preparara una antología de poetas norteamericanos nacidos después de 1945, la mayor parte estaría conformada por mujeres, porque han descubierto que tienen nuevos mundos por explorar: nuevas lecturas de la historia y de los mitos, y sentimientos y experiencias que son nuevos en la poesía norteamericana. Una de las tonterías comunes en los Estados Unidos, es que nadie tiene una memoria y que todos insisten en que el pasado debe ser exactamente como el presente.
Para finalizar, puedes mencionar otras tonterías propias de los Estados Unidos, las que más te importen?
Ahora, gracias a la televisión por cable, los mexicanos pueden ver las tonterías del Norte cada minuto, y pueden hacer sus propios catálogos. Estados Unidos no es más ridículo que otros países, pero es tan grande y tan diverso que tiene muchas más formas de estupidez que los otros. El país es como un "cablevisión" con millones de canales, cada uno con su propia obsesión y todos en el mismo estado de histeria.
Por mi parte, afortunadamente, nací y vivo en Nueva York, que apenas es una ciudad estadunidense. La mitad de nuestros habitantes nacieron en otro país, y la mayor parte del resto son hijos o nietos de extranjeros. Allí no hay evangelistas televisivos, ni Pat Buchanan, ni las Naciones Arias. Allí estamos felices de que ahora hay muchos mexicanos en la ciudad, porque ahora se pueden comprar en la esquina buenos tacos al pastor. No tenemos y no tengo la responsabilidad de lo que ocurre al oeste del río Hudson.
Tuve una vez un conejo que desarrolló un problema dental. Sus incisivos superiores e inferiores no coincidían al masticar y siguieron creciendo. Si se desatienden, como algunas veces ocurre en el mundo natural, los dientes crecen a tal punto que se curvan y se introducen en el cráneo del conejo, con lo cual se le perfora el cerebro. El veterinario me dijo que comprara un par de tijeras especiales de podiatría y que periódicamente le recortara los colmillos.
La primera vez que lo intenté estropeé el trabajo. Los dientes se estrellaron y hubo mucha sangre. Una hora después tuve que tomar un avión para viajar a otro país, iba a presentarme en una de esas convenciones culturales, siempre en el exterior, en donde los gobiernos extranjeros brindan a toda clase de oscuros intelectuales una hospitalidad exorbitante.
Un funcionario me recogió en el aeropuerto, me condujo al frente de la fila de inmigración y me llevó en una limusina a un elegante hotel. Esa noche, en una suite del piso catorceavo, mirando por encima de la radiante extensión de una ciudad infinita, solo en una cama tan vasta como la ciudad, no pude dormir. El recuerdo de la boca ensangrentada del conejo me mantuvo mirando por la ventana.
La siguiente mañana otra limusina pasó por mí; en ella viajaban un poeta francés y un pintor chino con quienes visitaría una ciudad de la provincia. Yo ya conocía el lugar, así que mientras los otros se iban de tour a la catedral, me fui a una tienda de cachivaches de la Calle de las Ranas, en donde, años antes, yo había comprado un pequeño y oxidado dispositivo cuya función nadie había podido averiguar.
Recorriendo las calles coloniales, me encontré de pronto en medio de una multitud formada por unos cuantos cientos de personas y algunos equipos de televisión en torno suyo, aparentemente en espera de algo. Yo había leído en el periódico local que los estudiantes estaban protestando contra alguna medida universitaria; asumí que la multitud esperaba la llegada de una marcha que debía pasar por ahí. La mitad de la calle estaba desierta. La multitud, situada a uno y otro lado, había formado sus propias barreras con el objetivo de, pensé, mantener el campo visual libre para las cámaras. No había policías, no había agitación, nada excepto la visión familiar de un enorme grupo de gente sumida en el estado semicomatoso de la espera.
Como turista que era, yo había estado consultando un mapa, y éste indicaba que el camino más corto hasta mi objetivo estaba cruzando la tierra de nadie de la calle semidesierta. Me atravesé sin prisa. Del otro lado, la gente comenzó a agitarse frenéticamente, quizá pensé porque yo estaba alterando lo que sería la imagen televisiva. Entonces se escuchó un disparo y vi resquebrajarse un ladrillo del muro, cerca de mi cráneo. Sin alarmarme, apenas registrando el hecho, sin reaccionar con el huye o pelea* supuestamente programado en mis genes, apresuré mi paso, sin correr, en dirección a la multitud que se hallaba del otro lado. Al día siguiente leí que un grupo de estudiantes había ocupado el edificio; un grupo rival estaba tratando de sacarlo de allí; el primer grupo había puesto francotiradores en el techo; dos personas habían sido acribilladas ese día.
El conejo estaba bien. Sus dientes continuaron creciendo, y periódicamente yo se los recortaba cada vez con mayor destreza. Meses después me desperté jadeando: mi primer ataque de asma. Los exámenes médicos demostraron que yo era violentamente alérgico a los conejos; el conejo se quedó en casa para apaciguar a los niños; el asma continuó. Una noche del verano siguiente, en una casa en el campo, el perro esquimal siberiano de un vecino aplastó la pequeña jaula en donde vivía el conejo fuera de casa, lo magulló hasta que lo mató, y después no pudo salir.
Pensé en mi mascota, el conejo, algunos años
después, tras de leer en una publicación
académica la reseña de un libro mío que terminaba
así: "Sencillamente Weinberger necesita un curso
universitario de composición elemental." Puesto que nunca
había tomado una clase de composición, decidí
escribir un ensayo titulado "El conejito"; parecía
que eso era lo que había que hacer. Le mandé el texto a
una amiga que ocasionalmente da clases de escritura creativa. Ella
pensó que el ensayo era vago y disperso, y que si yo estaba
intentando establecer un paralelo entre el conejo y yo como
víctimas, eso no estaba muy claro. Jamás se me
había ocurrido esa asociación. Pero era cierto que las
diversas crueldades de la historia, deliberadas o inadvertidas,
grandes o pequeñas, todas, por el hecho de ser tan aisladas en
mi escritura, se habían vinculado ominosamente. Eso no fue lo
que yo intenté y, desalentado, abandoné el ensayo
titulado "El conejito".
*Juego de palabras intraducible en español: fight or flight. [N. del T.]
Traducción: Magali Tercero