Con la regularización de la situación migratoria para cerca de 20 mil refugiados guatemaltecos, México confirma su tradición generosa e irrenunciable de tierra de asilo, y contribuye en forma significativa a cerrar el drama que han padecido decenas de miles de campesinos del vecino país que debieron abandonar su patria para salvar la vida.
Cabe recordar que, a inicios de la década pasada y en el marco de una política de terror de Estado que incluyó el arrasamiento completo de pueblos y aldeas en tierras guatemaltecas, se produjo un masivo flujo migratorio hacia diversos estados del sureste mexicano. Miles de familias del país vecino --o de sus miembros sobrevivientes--, comunidades enteras incluso, huyeron de la violencia militar que se cernía sobre ellas y atravesaron la frontera común. Del lado mexicano encontraron, entonces, refugio y subsistencia.
Hoy, cuando las condiciones en Guatemala han cambiado en forma significativa, y cuando la guerra que desangró a esa nación durante más de tres décadas ha tocado a su fin --como lo indica la reciente firma, en Oslo, de un acuerdo de cese el fuego entre la guerrilla y el gobierno guatemaltecos--, la mitad o más de los refugiados optaron por volver a su tierra.
La normalización migratoria concedida por el gobierno mexicano a quienes han decidido permanecer temporal o definitivamente en nuestro país es una decisión que les permitirá integrarse, en la medida en que lo deseen, a la nación que les dio asilo. Es importante subrayar que más de la mitad de quienes dejarán de ser refugiados son menores de edad, nacidos en México, y que tanto ellos como sus padres dispondrán de libertad de tránsito y de derecho al trabajo. De esta forma, millares de familias que ya una vez habían perdido todo, podrán continuar su vida de un modo normal sin tener que abandonar nuevamente tierra y amigos en pos de una incierta inserción en el país natal que se vieron obligados a dejar.
Además de saludar esta medida humanitaria y solidaria que honra a nuestro país, debe homenajearse también el abnegado y constante esfuerzo de quienes ayudaron a los refugiados guatemaltecos trabajando en las organizaciones de voluntariado o en las entidades de Naciones Unidas y, especialmente, a los campesinos del sureste que compartieron sus escasas pertenencias con sus hermanos del otro lado del Suchiate.