TRES OREJAS PARA ELOY CAVAZOS
Rafaelillo Todo pasó como un relámpago, lo mismo los muletazos perfileros de Eloy Cavazos, que tanto gustan a sus istas, como el drama de José María Luévano, arrollado por el marrajo que cerró plaza, un burel corraleado de Santiago, manso de solemnidad, que en su huida arrastró al diestro clavándole primero contra la barrera e infiriéndole, después, una cornada grande --con trayectorias de diez y veinte centímetros-- en la parte antero exterior del muslo izquierdo. Otra vez el drama como consecuencia de las vicisitudes de la lidia ante astados de acometer descompuesto, resabiados, con perfiles de consanguinidad.
Eloy Cavazos, quien casi llena la Plaza México gracias a su permanente poder de convocatoria, alcanzó el éxito a su estilo, aprovechando los viajes suaves del primero del festejo, Manito de Arroyo Zarco --negro mulato listón con 495 kilos--, aquerenciado en tablas. El diestro, quien brindó a su pequeña hija, con el colmillo crecido tras tres décadas de andar entre los pitones, se metió en los terrenos de un toro sin peligro por lo claro de su embestida. Así cuajó tandas de derechazos, citando siempre de perfil, eso sí muy templados, y dejando la pañosa en los belfos para ligar cada pase. Los olés estentóreos obligaron a Eloy a lucir todo su repertorio, desde el molinete inicial con el que alegra al enemigo hasta el martinete que culmina con el pase de pecho rodilla en tierra. Ejecutó el volapié soltando la franela y dejando el acero un tanto caído. El calor del público confundió al usía quien, con manga ancha, concedió los dos apéndices.
Todavía, tras la lidia del cuarto, Padrecito, berrendo en cárdeno con 504 kilos, habría de agregar un trofeo más a pesar de que el de Monterrey sacó a flote todas sus marrullerías. El morlaco, reparado de la vista según señaló el propio Cavazos, apenas seguía la franela, por lo que la lidia se convirtió en un temerario repaso derechista ante un enemigo mermado y de escasa fuerza.
Algunos espectadores, reacios al toreo populista, descubrieron tras el efectismo de Eloy toda una secuela de recursos extrataurinos. Dejó una estocada caída y, presuroso, el juez, el ex matador Pepe Luis Vázquez, sacó su pañuelo blanco. Las protestas de los conocedores evitaron que Eloy recorriera el anillo con el auricular conquistado.
José Miguel Arroyo Joselito, una de las grandes figuras hispanas del momento, demostró su clase ante Buen Amigo, el segundo, un novillote con 461 kilos. El diestro ni siquiera se despeinó al enfrentarse a un animalillo de dulce acometer al que era necesario confiar. El ibérico lo hizo y se recreó al torear en redondo --tres derechazos plenos perfectamente rematados--, y con la figura siempre erguida. Pinchazo y pinchazo hondo. Salió al tercio.
En cambio con el quinto, Don Guillo --negro entrepelado con 508 kilos--, Joselito pronto perdió el entusiasmo inicial --lo recibió con una larga de rodillas y después comenzó su faena de muleta sentado en el estribo--, hasta sucumbir penosamente con el acero: seis pinchazos, un aviso y entera en buen sitio.
Luévano, comprometido entre dos maestros, intentó lo suyo con el tercero, Don Pepe --negro bragado con 463 kilos--, tras haberse sustituido a Patito, a consecuencia de un golpe que, en apariencia, afectó a la médula y le hizo aparecer como un inválido.
José María Luévano logró momentos de lucimiento al correr la mano diestra con sabor. Falló con la toledana: dos pinchazos y bajonazo. Y le llamaron al tercio.
El burel, que debió lidiarse en sexto lugar, Real de Catorce, un hermoso castaño, se lastimó el ojo derecho al saltar al callejón y fue remplazado por Relojero, de Santiago, un cariavacado morlaco con supuestos 501 kilos, que dio lugar a un herradero que condujo al drama de Luévano, herido seriamente, y al descarrilamiento del festejo.
El asunto culminó, tras una cojiniza, cuando Eloy Cavazos, primer espada, asestó media estocada a paso de banderillas refrendada con descabello al segundo golpe.
Se anuncia a Enrique Ponce, el levantino clásico, junto a Miguel Espinosa Armillita, para el próximo domingo. El paladar se prepara.