El 12 de septiembre de 1963 Peter Medawar, el biólogo inglés que ganó el Premio Nobel por sus trabajos sobre la inmunidad de los transplantes de tejidos, dio una famosa plática en la BBC titulada ``¿Es el artículo científico un fraude?'', en la que señaló con su elocuencia característica lo que todos los científicos sabíamos pero ninguno se había atrevido a decir: que el artículo científico es un fraude porque no describe el proceso como realmente se hizo el trabajo, sino que lo modifica y lo deforma para adaptarlo al modelo de presentación que le imponen los cuerpos editoriales de las revistas. En no pocas ocasiones, lo que se publica tiene muy poca relación con lo que ocurrió durante la investigación, aunque como regla los resultados son verídicos y tanto su discusión como las conclusiones se basan en ellos.
La conferencia de Medawar se publicó varias veces (1) y estimuló la esperanza de que las reglas editoriales de las revistas científicas se revisaran para acercarse siquiera un poco a la realidad. Pero esto simplemente no ocurrió, para decepción de una minoría de científicos románticos que ya veíamos en un futuro no muy lejano la posibilidad de escribir nuestros artículos contando las cosas como realmente las vivimos durante los experimentos: las discusiones entre los investigadores, los problemas absurdos para conseguir tal o cual reactivo, la publicación de un artículo por la competencia que casi descubre lo que estamos buscando, las frustraciones porque llueve y se va la luz, o porque no llueve y también se va la luz, el chispazo del resultado inesperado (la bendita serendipia), la manera insidiosa como un hecho experimental, que al principio parecía imposible, se va haciendo cada vez más natural, hasta que finalmente surge como inevitable, la sencillez que todo este largo y desordenado complejo de experiencias y emociones adopta cuando nos sentamos con calma a examinar lo que hicimos y lo que observamos durante meses y años. Nada de todo esto tiene visa para ingresar al artículo científico que aspira a ser publicado en una revista periódica de circulación internacional. Y como yo mismo he experimentado personalmente desde hace tiempo, y acabo de confirmar en estos días, tampoco cabe en el informe técnico que debe presentarse al término del apoyo financiero a un proyecto de investigación.
Para facilitar el manejo de la información requerida se están usando medios electrónicos, lo que me parece excelente (cuando funcionan), pero también los encuentros limitantes en el sentido de Medawar, o sea que estoy obligado a relatar lo que hice con sus recursos siguiendo unos patrones que no me permiten decirles lo que realmente pasó en mi laboratorio. El programa de computadora me pide que enliste mis logros académicos, o sea conferencias, presentaciones en congresos, seminarios, mesas redondas, programas de Tv, publicaciones científicas, artículos periodísticos, etcétera. Pero en ningún lugar me pide que señale las muchas horas invertidas en escuchar, discutir y aconsejar a mis estudiantes, en contestar cuestionarios sobre nuestro trabajo, en escribir solicitudes de apoyo a nuestros proyectos de investigación, y en redactar informes anuales y finales cuando se cumplen los plazos respectivos, que cuando se suman consumen casi todas las 40 horas semanales que debo invertir en mis actividades en la UNAM.
Tampoco hay sitio para describir los experimentos que no salieron, las interrupciones en el trabajo debidas a las huelgas del STUNAM, a la contaminación de los cultivos celulares, a la tardanza en la importación de algunos reactivos, a las vacaciones de los colaboradores, y a otras plagas más. El informe final del proyecto presupone que lo único ocurrido entre el planteamiento de la hipótesis y la obtención de los resultados es una sucesión ininterrumpida de experimentos exitosos. Los administradores de la ciencia deberían pasar por lo menos unos seis meses con un grupo de investigación para apreciar lo que realmente ocurre cuando se trabaja en la solución de un problema científico. Ahí se darían cuenta de que en el mejor de los casos lo que finalmente resulta aprovechable no es más del 10 por ciento de todo el trabajo que se hace; el 90 por ciento restante también es trabajo, el más tedioso y frustrante porque no conduce a nada, pero no cabe en el informe final del proyecto. Por eso pienso que la respuesta a la pregunta que encabeza estas líneas es ``sí''.
1. Medawar, P.B.: Is the scientific paper a fraud?, en The Threat and the Glory, Reflections on Science and Scientists. Harper Collins, Publ., New York, 1990, pp.228-233.