La dimensión de lo social, de lo colectivo, parece disminuir en este fin de siglo ante la irrupción de dos instancias extremas: los macro-actores y el individuo.
Entre los múltiples impactos de la globalización, está la prevalencia de tesis que sostienen, que sólo las grandes organizaciones --los Estados, las corporaciones multinacionales, las instituciones financieras, etcétera-- pueden definir un orden que, entonces, irradia, penetra y se impone inevitablemente en todos los rincones. En esa concepción --la tesis de la resignación--, los esfuerzos de las organizaciones sociales están derrotados de antemano.
Pero esta visión no sólo es inmoral, sino irreal. Es posible construir, desde la dimensión social, no sólo resistencias sino, incluso, transformaciones de fondo encaminadas al bienestar de la población. A pesar de la ``aldea global'', en los países y en las regiones hay realidades distintas que tienen que ver no sólo con condiciones estructurales, sino también con la eficacia de los actores sociales para defender y promover sus intereses, para resistir y avanzar.
La disminución del poder Estatal y la afirmación de lo individual no tienen, como correlato ineluctable, el debilitamiento de las organizaciones sociales, ni hay una contradicción entre el fortalecimiento de lo individual y la creación y robustecimiento de los esfuerzos comunes. Por el contrario, es en el espacio colectivo donde se potencia el hacer humano, convirtiéndose en energía social.
Lo que está desgastado no es la organización social, sino algunas organizaciones sociales, y detrás de esta erosión hay, unas veces, esquemas de simulación, y otras, el desgano de los líderes, usos autoritarios y el abandono o la subestimación de las visiones y las propuestas de sus miembros. Los ciudadanos, entonces, se sienten ofendidos, manipulados. Las respuestas ante ello son múltiples: reproducir el esquema de simulación con militancias aparentes, replegarse o crear nuevas organizaciones. Tal está ocurriendo en distintas esferas: en el sector empresarial donde han surgido asociaciones paralelas a las cámaras; en el sindical donde se consolidan expresiones, corrientes y sindicatos nuevos; en el religioso, donde se multiplican congregaciones.
Echarse para adelante en vez de dejarse llevar por la inercia, habla de la madurez de lo social --lo popular, como preferimos algunos--; se ejercitan los derechos, se remplaza la apatía individual por el trabajo colectivo. Se recupera el viejo consejo: la unión hace la fuerza.
Rescatar la representatividad y legitimidad de las organizaciones es condición indispensable para defender con eficacia los intereses sociales, pero esto precisa de una cultura democrática que incluya una relación distinta entre dirigentes y miembros, que subraye la corresponsabilidad y la reflexión colectiva para realizar diagnósticos y encontrar soluciones, que deje de lado la indolencia y a los indolentes... Requiere, además, empatar la visión de las organizaciones con la del gran colectivo que es la nación; los tópicos concretos de la vida diaria --el empleo, la seguridad, el cuidado del medio ambiente, etcétera-- con los grandes temas de la patria: la soberanía, la justicia, la democracia, la identidad nacional.
Cuando hay tanto por hacer, no caben ni apatía ni rutina. Es preciso contagiarnos del entusiasmo colectivo: multiplicar el trabajo, explorar y experimentar, combinar experiencia con innovación para diseñar y poner en marcha propuestas en materia de educación, seguridad social, administración pública, problemática urbana, fortalecimiento de la micro y pequeña empresa, federalismo, fortalecimiento del municipio.
Algunos de los componentes más frescos de la agenda social, están en la visión de las mujeres y los jóvenes; pero está, también, en la de los servidores públicos y los pequeños y medianos empresarios, en la de los profesionistas y técnicos... Hay que recuperarla, hacerla orgánica, respetando su diversidad. Hay que construirla de abajo hacia arriba y de la periferia al centro. ¿Qué sigue? recuperar la visión de la política como el interés en la cosa pública... ponernos a trabajar.