La riqueza de la Tarahumara, a una trasnacional
Angélica Enciso /I, enviada, San Rafael, Chih. Con vías a expanderse por toda la Sierra Tarahumara, la transnacional International Paper Company prevé en un año obtener una producción de al menos 100 mil toneladas de material para celulosa en cinco ejidos de la región. Mientras, los solitarios tarahumares ven así desaparecer su espacio de vida.
En la prueba piloto que realiza la empresa en el ejido de San Alonso, enclavado en la baja Tarahumara y donde habitan más de 200 tarahumares, la riqueza forestal de éstos es pagada en 116 pesos por tonelada de madera para celulosa, de los cuales tan sólo 6 pesos son ganancía para los ejidatarios ya que 80 se gastan en la transportación de material y 30 en salarios.
Esta empresa estadunidense, una de las más grandes productoras de papel a nivel mundial --con ganancias anuales de 24 mil millones de dólares--, ya comenzó negociaciones con diversos ejidos de la Sierra Tarahumara para aprovechar la explotación de los bosques naturales bajo el mismo esquema de San Alonso, y con las autoridades de la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap), únicamente como invitadas de piedra en el proceso.
Ese aprovechamiento es autorizado prácticamente sin restricciones por la legislación mexicana, mientras en Estados Unidos esta actividad se realiza bajo diversas condicionantes.
En enero de este año los representantes ejidales contrataron con International Paper Company la venta de 75 por ciento de la producción de madera para celulosa, y el 25 por ciento restante lo venden a Proveedora Industrial de Chihuahua. La producción anual de material para celulosa de la entidad es de 150 mil toneladas, en promedio.
Con la anuencia de la legislación forestal, que permite la asociación entre particulares y ejidatarios, la compañía prevé expandirse por toda la Sierra Madre Occidental. Tan sólo para junio de 1997 comenzará el aprovechamiento forestal con los ejidos San Luis Majimachi, Rocoroibo, Ocobiachi y Monterde, y busca tener una cobertura total en la región de 75 mil hectáreas, indicó Carlos González Vicente, representante de la empresa en la zona.
Debido al aislamiento y la lejanía en que tradicionalmente han vivido los tarahumaras, los ejidatarios difícilmente se enteran de la realización de asambleas y, por lo tanto, de las decisiones que toman sus representantes y la empresa.
Para llegar a San Rafael, el poblado más cercano a San Alonso y sede de las asambleas, los indígenas deben caminar durante horas tras haber dejado atrás sus pequeñas rancherías.
En San Alonso habita la mayor parte de las 275 familias ejidales, en caseríos alejados unos de otros, comunicados por estrechos senderos, ya que otras 14, integradas por mestizos, residen en San Rafael.
En días pasados se realizaron reuniones de análisis sobre la explotación forestal que se lleva a cabo aquí, a las que sólo acudieron 15 indígenas, además de los representantes de la empresa, de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos --que asesoró a los ejidatarios en la presentación de una denuncia por tala inmoderada-- y funcionarios de la Semarnap, que brindan un amplio apoyo a la empresa, como reconoció su director, Harry Archer.
Como siempre, los dueños
del bosque en la miseria
El ejido San Alonso está ubicado en el municipio de Urique, en la Tarahumara central --conocida también como baja Tarahumara--, al suroeste de la entidad, donde vive la mayor parte de los rarámuris: cerca de 56 mil, de acuerdo con el censo de 1990. Aquí, la explotación del bosque y la venta del material a la empresa estadunidense, sólo ha beneficiado a algunos mestizos --5 por ciento de los ejidatarios-- y pocos tarahumaras participan con empleos.
Cerca de 28 ejidatarios tienen la suerte de trabajar en la explotación forestal, y perciben salarios que van de 30 a 80 pesos ya sea por tonelada de madera o por jornada laboral.
Dueños de los bosques de pino y encino ampliamente codiciados por las empresas papeleras, los tarahumaras viven en diminutas cabañas de madera en rancherías donde habitan dos o tres familias, alejadas de los caminos y de cualquier población, y a donde sólo se llega caminando.
En estos días comenzaron las primeras heladas de la temporada. Sin servicios básicos de agua potable y energía eléctrica, los tarahumaras tratan de sobrevivir con lo que quedó de la cosecha anterior, que fue muy pobre debido a la gran sequía que azotó el norte del país. Se alimentan sólo de frijol, tortillas y pinole. Sin embargo, a las puertas del crudo invierno que cubre con nieve la región, esperan obtener algún dinero con la venta de leña y artesanías.
Desde 1960 algunos ejidatarios de San Alonso comenzaron la explotación forestal, pero quienes participan en la rapazón, como los propios rarámuris la denominan, son los pocos mestizos,también son dueños del ejido.
Los residentes de San Alonso identifican a Miguel Frías, quien es ejidatario y fletero, como el cacique del ejido, ya que posee dos camiones de carga, además de otro más moderno, equipado con una grúa para movilizar la madera con más facilidad. De los 116 pesos que la empresa paga al ejido por cada tonelada de material, 75 por ciento se destina al pago del flete.
Aproximadamente 30 personas son empleadas en el proceso de explotación de la madera, y trabajan en la tala de árboles, la carga, el aserrío y el patio donde la empresa almacena el material; sin embargo no todas son ejidatarios ni indígenas.
Los rarámuris se mantienen al margen y sólo ven cómo desaparece el bosque. Unicamente salen de sus rancheríos para ir a vender algo o comprar alimentos, y son muy pocos los que acuden a la escuela. El analfabetismo de este grupo es de 50 a 60 por ciento.
El párroco de San Rafael, Carlos Ochoa Aguilar, expresa su molestia por la explotación forestal y por la miseria en que viven los dueños del bosque. Preocupado porque en las decisiones del ejido no participan los rarámuris, dice que la dificultad reside en que abandonen sus rancherías, ya que les gusta estar aislados. Sólo salen para lo indispensable, y esto es mucho más difícil en la actual temporada, debido a las lluvias y las nevadas.
A media hora de San Rafael está Mesa Redonda, un rancherío donde hay tres cabañas. En una de ellas vive Victoriano Domínguez Moreno, de 32 años, aunque en apariencia su edad es mayor. En un estrecho cuarto, sentado frente al fuego de un pequeño hornillo con leña, espera el regreso de su mujer, que salió desde hace varios días a Barranca del Cobre para vender unas muñecas de madera que ella elabora. Ofrece cada muñeca a 20 pesos, con suerte ya las vendió y tendremos para comprar algo de comida, dice.
Con timidez platica que en esta temporada él se dedica a cortar leña y baja a San Rafael a venderla en 60 pesos, aunque no siempre lo logra ya que son muchos los que se dedican a esa actividad.
Por eso Natividad, su mujer, hace muñecas y acude con sus hijos a venderlas al centro turístico más cercano; aunque a veces regresa con todas las muñecas, porque ``hay mucha competencia'', agrega.
Victoriano y Natividad se casaron cuando él tenía 15 años --``mi mujer fue la que me robó, ella tenía 23 años'', aclara-- y tienen cuatro hijos; el mayor, de 18 años, vive en Sinaloa, ``trabaja en la agricultura''.
A pesar de la baja temperatura sólo viste una playera roja, un pantalón azul marino y una cachucha con la leyenda: Colosio.
Comenta que ninguno de sus hijos fue a la escuela, porque ``están muy lejos y no los pude mandar''.
``¿De qué podemos vivir?'', se pregunta, y él mismo responde: ``De lo que se puede, un poco con la madera y lo que se gana por ahí''. Señala que nunca ha trabajado en la rapazón, ``ni sé si hay trabajo'', ni acude a las asambleas porque ``no sabe cuándo son''.
Para los ejidatarios de San Alonso la población más cercana es San Rafael, donde hay una clínica del IMSS, escuelas primarias, secundaria y preparatoria, aunque en ésta sólo se puede cursar el primer año. Y para llegar aquí, los tarahumaras deben caminar al menos una hora desde la ranchería más cercana, pero cuando hay mal tiempo no salen, aunque no tengan qué comer.
``Son muy buenos para aguantar el hambre'', dice el padre Carlos