La educación es el asunto de mayor relevancia estratégica en las sociedades modernas; especialmente la educación superior.
La misión central de la universidad es, en todo tiempo, la producción y la reproducción de las élites, en el sentido cultural y de dirigencia social del término. Por eso es motivo de una de las mayores controversias y disputas entre los diversos grupos que integran dichas sociedades. Quienes alcanzan educación superior constituyen el núcleo central de la capa de la sociedad que formula y procesa decisiones fundamentales de la sociedad. Esas decisiones requieren --hoy más que nunca-- conocimiento.
La generación y transmisión de conocimientos, en todas las ramas del saber, es la tarea de la educación superior. Pero no se trata de una tarea neutra. En la sociedad existen concepciones distintas de cómo cumplirla; vale decir, de cómo y con qué orientaciones básicas han de ser formadas las élites dirigentes.
La comunidad académica de una institución como la UNAM se ve hoy compelida a ampliar y profundizar su conciencia acerca del papel real que está jugando. Su pregunta-eje es: ¿cuál élite para cuál país? Una pregunta que abarca al conjunto del conocimiento. Una pregunta que exige conocer el estado del arte y la frontera del conocimiento en el mundo, para cada rama del saber, así como el estado concreto y específico que guardan las cosas a que el conocimiento se refiere, en México, una sociedad en transición, en la búsqueda de un proyecto nacional abierto al mundo. Una pregunta cuya respuesta implica y exige un proceso continuo y conscientemente organizado de trabajo académico. Una pregunta que, de otra parte, no tiene una sola respuesta, sino las múltiples respuestas y soluciones que de manera natural surgen de la vasta pluralidad y diversidad que es la Universidad.
Es una necesidad imperiosa de la Universidad saber lo que la humanidad ha acumulado como saber, en cada disciplina académica, como lo es saber qué ocurre en México y procesar las decisiones para participar como protagonista activo de la reconfinguración de nuestra organización social en tránsito, desde la trinchera que le corresponde: aportar cuadros y conocimiento. Pero se trata de determinados cuadros y de determinado conocimiento. Se trata, entre otras cosas, de saber qué valores presiden las decisiones acerca de la formación de las élites, qué propuesta de sociedad está implícita en dichos valores.
De otra parte, la ampliación de la conciencia del papel propio, a que me he referido, no es, por supuesto, un asunto de actitud. Es un asunto de conocimiento de sí mismo, quiero decir, de conocimiento de la forma, contenido y orientación del quehacer propio, de la naturaleza real de los procesos académicos en los que se está inmerso, del carácter y calidad reales de los productos que entregamos a la sociedad. Una institución del tamaño y complejidad de la UNAM requiere formas de conducción preparadas para ello.
Al lado de las múltiples soluciones casuísticas que sin duda deben ser tomadas en una institución como la UNAM, es irreemplazable el conocimiento agregado de sus procesos, tal que permita una visualización de conjunto de las tendencias académicas efectivas en todas sus disciplinas, sin lo cual no es posible tomar decisiones generales y estratégicas en conocimiento de causa de la materia que tiene uno en sus manos. Se trata, por tanto, de organizar, acrecer y enriquecer también las formas continuas de conocimiento de sí misma e incorporarlas como instrumentos centrales del gobierno de la institución. En otras palabras, la experiencia personal en la academia, el buen juicio o el buen sentido común académicos, valiosísimos factores humanos para la vida universitaria, son sin embargo insuficientes como bases para la formulación de decisiones. El conocimiento sistemático --generado con los instrumentos y las técnicas que le son propias a esos procesos--, es indispensable. La casa del conocimiento debe ser conducida en conocimiento de la casa.
A la Universidad le es indispensable revisar el papel efectivo que está jugando, en cada disciplina, en cada tipo de tarea académica y decidir, en conciencia, ratificar y rectificar según lo halle necesario. Si se trata de contribuir seriamente a formar a la capa dirigente con lo valores propios de una institución que ha sido el mayor proyecto cultural que ha generado la sociedad mexicana en este siglo --revisados y renovados si se quiere--, ninguna tarea, ninguna disciplina puede ser descuidada: ha de hacerse el mayor y mejor esfuerzo en la formación de cuadros y en la generación de conocimiento en todas ellas. El espacio natural de procesamiento de las decisiones estratégicas básicas es el Consejo Universitario y que lo haga apoyado en estudios y conocimiento efectivo, depende de sus instancias ejecutivas.