Jorge Alberto Manrique
Leonora Carrington

Una vez más, cuando aún no se apaga en nuestro recuerdo la gran retrospectiva de Leonora Carrington en el Museo de Arte Moderno, la artista está presente, ahora en la Galería de Arte Mexicano, su galería desde los años cincuenta.

Se trata de 36 obras en técnicas diversas, más cuatro esculturas en bronce. Predominan las obras recientes, de 94, 95 y 96, pero se recogen trabajos suyos que vienen de los años sesenta, setenta y ochenta. De modo que la muestra permite ver un panorama amplio con las persistencias y las parsimoniosas novedades de la artista. Permite constatar cómo la vivacidad de la Carrington no ha disminuido un ápice, ni con ella la inteligencia, la libertad, la imaginación a veces casi enloquecida, ni tampoco el fino oficio que la caracteriza desde temprano. Sus pasiones por los mundos esotéricos y trascendentes, la escatología que vive en casi toda su obra, y el humor, punzante, ácido, refinado siguen presentes.

Entre las piezas más notables, por su dimensión y porque implica cierto empeño mayor está el óleo sobre madera, cuadríptico Tetramaze (y recuérdese el gusto de Leonora por inventar palabras para títulos de sus cuadros). En el políptico apaisado hay cuatro elementos centrales a las cuatro partes, cada uno de ellos interrumpe colorísticamente el espacio de un paisaje casi desértico en tonos sepias y un cielo terracota: a la izquierda una telaraña con un objeto indefinido, extendida por dos figuras femeninas vestidas de negro, esa especie de brujas que pueden verse a menudo en su obra, al centro un laberinto que parecería proceder de los de las catedrales góticas, con una cobra y otros dos tipos extraños sin rostro; más adelante un pseudo pavorreal, un hombre semienterrado y otro sin rostro que sostiene un paño blanco: a la derecha irrumpen hacia las escenas centrales un tropel de tres animales raros, un tanto como tapires, un tanto aadvaks, el principal de los cuales lleva sobre los lomos un escudo con animales emblemático, guiados por otro humanoide y pastoreados por tres perros flacos.

La inútil descripción de la pieza me parece que permite sentir los modos de proceder de la pintora. Ahí, en ese espacio, suceden cosas, hay personajes y objetos, todos ellos con referencias al mundo de lo real, pero alterados de tal modo que se colocan fuera de la realidad. Las cosas que suceden, un tanto rituales, un tanto anecdóticas, tampoco corresponden a nada específico que el espectador pueda reconocer, tal vez no son nada más que esa sugerencia que provoca sorpresa, inquietud, desestabilización, tal vez hay un secreto que Leonora guarda. Todo realizado con un delicado dibujo --no exento, como es común en su obra, de ciertos convencionalismos dibujísticos que también parece asesorar. Es una composición tan equilibrada que podría ser la de un cuadro del siglo XV.

Ese mundo escatológico, esa presencia inquietante de lo mágico, de lo sobrenatural, esa indefinición de los objetos y los sucederes, ese trabajo fino, como de miniaturista y esa sabia estructura son los componentes de una obra intranquila e intranquilizadora, ambigua, encantadora y a veces rechazante, profunda pero irónica y también alegre.

En Aadvak groomed by Widows, también de 96, el animal, blanquísimo, es un tina de agua perfumada (¿por qué no?), sobado, mimado y alimentado con insectos, su platillo favorito, rodeado de las mujeres enlutadas y otros personajes extraños, la escena en un indefinido espacio de ocres ricamente matizados. En Red Steeds of Sidehe (otra vez la ambigüedad del título) tres caballeros rojos --rojos ellos, rojos los bridones-- son seguidos por otros tres negros en un paisaje agreste de cielo ominoso. Frente a esa historia de ambiente un tanto trágico, la risa franca de Monopoteosis, la exaltación de los changos o la simpática acuarela Internet, donde la electrónica y la magia se enfrentan. Un finísimo dibujo, Séance con caballo, reúne alrededor de una güija a cuatro individuos de rostros adustos, con un caballito, un perro y un gato, no sé si en referencia a los nuevos métodos de la policía mexicana para encontrar culpables.

La reciente y exitosa actividad de Carrington en la escultura muestra cómo ha transferido, sin aparente mayor dificultad, su mundo fantástico al volumen. Obras vaciadas en bronce patinado de verde, en ellas no hay otro color, no hay el importante espacio virtual de su trabajo en dos dimensiones.

Otra vez Leonora Carrington, surrealista de hueso colorado, señora de las religiones más ajenas y más profundas, convocante de hadas y monstruos, viene a sacarnos de equilibrio, a ponernos en jaque, a incitarnos, a seducirnos peligrosamente. Es tan fácil caer en sus redes.