En un país de partido único o hegemónico las alianzas políticas tienen poca o nula relevancia. La exclusividad del dominio o la aplastante mayoría de un solo organismo hacen casi siempre irrelevante la combinación de otras fuerzas, prácticamente sin oportunidades. El ascenso de la pluralidad política --uno de los aspectos esenciales del avance democrático-- plantea al contrario, particularmente para las oposiciones, nuevas formas de acción, de combinación de fuerzas, de modos de expresar los propios objetivos.
En México, por las razones apuntadas, prácticamente no se ha desarrollado una cultura de las alianzas. El abrumador dominio del PRI la ha hecho innecesaria en casi todas las circunstancias, su aplastante mayoría en las cámaras y la posibilidad automática del mayoriteo la convertía en irrelevante. Naturalmente los partidos de la minoría se encerraban en sus ``líneas'' y en sus tácticas, con mayor o menor fortuna según el caso.
Hoy, el ascenso de las oposiciones y las perspectivas de una competencia política real traen al primer plano de la agenda la importancia primordial del tema. La actual composición del congreso en el estado de México es ya un anuncio de escenarios posibles en la vida política mexicana. El PRI no tiene ya la mayoría que pertenece, reunidas, a las oposiciones. A nadie sorprendería que el próximo futuro, después de las elecciones de 1997, tal sea el cuadro en que se desarrolle la actividad legislativa en la Cámara de Diputados y en varios congresos de los estados. Inclusive es lo más probable: hacia allá vamos.
Las ``combinaciones'' de minorías en el Legislativo estarán a la orden del día y se moverán según temas y objetivos. Las alianzas serán el modo mismo en que se desarrollará la vida política en las cámaras, su nueva funcionalidad. Este modo requerirá que se desarrolle en los partidos y entre los partidos esa cultura de las alianzas de que hemos carecido. Será indispensable.
Pero hay otro campo en que se abre la posibilidad de una política de alianzas, o al menos de convergencias generales y afinidades, para objetivos específicos, por ejemplo electorales. Ahora, en este tiempo de México, precisamente poner un término a la mayoría absolutamente hegemónica de un solo partido en el Legislativo, y eventualmente en el Ejecutivo, es necesidad imprescindible para la transición. La historia de prácticamente todas las transiciones, en el momento definitivo de la ``inflexión'', ha exigido esa convergencia de lo desigual, el planteamiento de objetivos comunes que pueden ser provisionales pero que al mismo tiempo son fundantes de un nuevo tiempo, de una nueva época política. Eso es lo decisivo.
Es verdad que la nueva ley electoral, tal como fue aprobada, ha puesto serios límites a las coaliciones (en cuanto al tiempo, por lo que hace al contenido y al alcance de las mismas), y sin embargo las oposiciones, pese a esas dificultades, han de encontrar los ``modos'' operativos que les permitan superar esas barreras. El hecho de que el PAN y el PRD se hayan abierto a presentar candidaturas externas, por ejemplo para el gobierno del Distrito Federal, abre perspectivas que han de ser exploradas y explotadas.
No deja sorprender que uno y otro partido, en cuanto a los posibles candidatos externos para ese gobierno, hayan mencionado el nombre de Santiago Creel. Las perspectivas, las potencialidades de esa coincidencia resultan extraordinariamente interesantes.
Una cultura de las alianzas: muchos temas deberán explorarse y discutirse. En ese asunto estamos en pañales. Por ejemplo, las alianzas no implican por ningún motivo abandonar los propios fines programáticos. Al contrario, supone batallar por ellos pero tal vez con otro discurso para el caso y tiempos concretos, poniendo de relieve los objetivos y coincidencias primordiales: se subrayan más las afinidades que las diferencias estratégicas.
En la vida parlamentaria mundial la historia política de los países está llena de estas combinaciones que, en ciertos casos, pueden ser extraordinariamente fructíferas. En México deberán examinarse estas múltiples flexibilidades por los partidos de la oposición. Esta necesidad está ya en la orden del día, es una necesidad presente y perentoria.
En la historia reciente de la política mundial, y no tan próxima, podrían registrarse infinidad de casos en que las transiciones democráticas se hicieron con base en convergencias mínimas e indispensables para el cambio, inclusive entre partidos y tendencias profundamente desiguales.
¿En México esa ``política de las alianzas'' no es hoy imperiosa para hacer contundente realidad nuestra transición política hacia la democracia?.