Cecilia dormía en su cuartucho ubicado en el seno de las tinieblas de la Nueva Chimalhuacán. Soñaba, embriagado su ánimo y sus sentidos por el vaho delicioso de un mullido lecho, cuando el rumor de los pasos de Sebastián, su marido, la despertó. Alcoholizado percibió --en el silencio de la noche-- el personal perfume, suavísimo y enervado de Cecilia. Cada vez más penetrante, cada vez más cercano, que lo envolvía como bola de cloroformo, sumiéndolo en un mar de bombeos hormonales.
Dando traspiés llegó al lecho y se abalanzó sobre su desnuda esposa. El tibio aliento de su boca rozó su rostro, y la caricia de sus brazos desnudos, blandos y mansos, terminaron de enloquecerlo. Lástima que Cecilia se opuso y lo empujó con suavidad.
Sebastián insistió en besarla con más brutalidad, Cecilia se hizo bolita y Sebastián la improvisó, con ambas manos, cogió su cara, la apretó y al soltar una de ellas, cacheteó el rostro de Cecilia que regresó a su mullido sueño del golpazo recibido.
A jalones en lucha sorda con su esposa, que medio noqueada se defendía, Sebastián trataba de penetrarla con toda la torpeza propia de la melancolía de su alcoholismo. Sofocado y jadeante, insistía, apretándole los senos y lo que podía, a cuyo contacto sentía estremecerse presa de lascivo escalofrío que le exitaba dolorosamente su carne flaca y miserable.
Sebastián, cada minuto más enojado y embrutecido, golpeaba a Cecilia que no sabía cómo liberarse de los brazos de su esposo. La arrastraba en brava ola de confusa efusión tequilera durante la cual la intensa emoción del miedo que sentía daba paso a la sutil clarividencia del sadismo. Cecilia se dejaba por fin, livida y temblorosa, pensando cómo escapar de aquel laberinto en que su vida se desarrollaba.
Al terminar, Sebastián estaba más impregnado de aquel embriagador y penetrante perfume que le enchinaba el cuerpo y le acompañaba como parte de su ladino éxito. Saturado de aquel delicioso vaho que se confundía con el de su marranilla, volvía a golpear a Cecilia, diciéndole: ¡Para que aprendas a cumplir con tus obligaciones, pinche vieja de mierda!
¿Cómo desterrar estas violaciones de nuestra cotidianidad? Violaciones que con la expresión de graves neurosis traumáticas, repetición de una relación madre-hijo- abandonadora y parte de la estructura de la mayoría de los mexicanos que durante mucho tiempo se confundió con el ser del mexicano. Problema que está en nuestras raíces y no desaparecerá por cambiar la ley ni por sermones --entre violencia, promiscuidad y comerciales alcoholeros, televisivos-- promovidos por el señor arzobispo.