Sylvia Navarrete
Mauricio Sandoval

Mauricio Sandoval (Aguascalientes, 1960) expone poco. Pertenece a la generación de Boris Viskin, Germán Venegas, Roberto Turnbull, Gustavo Monroy y Manuela Generalli, entre otros. Con ellos precisamente fundó Zona en 1993, galería-cooperativa de artistas única en su género y que lamentablemente desapareció en 1995, entre diversas razones, por falta de apoyo oficial. La última ocasión en que se pudo ver obra de Sandoval, hará un año en el Café La Gloria, algunos de sus óleos con collages desconcertaron por las inútiles concesiones que hacían a un conceptualismo puro y duro. En la exposición que presenta actualmente en la Galería Nina Menocal, Mauricio Sandoval vuelve a ser él mismo, esto es, aquel que buscaba transmitir por medio de una pintura semiabstracta y muy gestual, un proyecto plástico que se retroalimenta de sus propios planteamientos.

Recordamos nítidamente una exposición de Mauricio Sandoval en otra difunta galería, la Sloane Racotta, en 1991. Se titulaba Atrapar vientos y se centraba en las energías subjetivadas de la naturaleza otoñal. Esta serie de ``paisajes inservibles'', como los llamaba él, creaban atmósferas a partir de las impresiones que le había dejado la contemplación de las hojas muertas en los charcos de su barrio, la Condesa. ``El paisaje no es percibido como algo estable --escribió a la sazón Raquel Tibol--, sino como un vértigo que sorbe al sujeto y lo envuelve en innúmeras sensaciones que giran, difíciles de atrapar. El acto de pintar se convierte entonces en una audaz reconstrucción de un ilusorio proceso perceptivo''. Y efectivamente, el pintor lograba expresar aquel estado de conciencia que se alcanza cuando los sentidos, estimulados por algún rasgo invisible del entorno, acceden a una percepción virtual. De allí un lenguaje basado en formas insinuadas que sugerían un interés en ``los artificios de la pintura'', antes que en la articulación de imágenes.

¿Qué ha ocurrido desde entonces en la pintura de Mauricio? En primer lugar, ésta se volvió abstracta. Ya no se trata de paisajes, sino de espacios metafísicos. La exposición de la Nina Menocal, titulada Fin de siglo, se organiza alrededor de tres tonos dominantes: rojo, blanco y naranja. Incluye cuadros de formato mayor (180 x 200 cm) donde los planos de color y los trazos entablan un diálogo desenvuelto y sumamente armonioso. El rojo (Paisaje con cometa) se combina de pronto con el blanco (La sangre de Edén) y el blanco, a su vez, con el naranja (Vuelo). Los fondos son generalmente claros, trabajados con mucha destreza, y las capas superpuestas de pigmentos procuran aquí y allá efectos de transparencias, playas azules, rosas o amarillas. De un lienzo a otro, los campos de color se dotan de chorreados oscuros, o de huellas de objetos simbólicos (la manzana, por ejemplo), de formas geométricas (un cono) u orgánicas, o de amplios trazos que parecen espontáneos. La composición encuentra su equilibrio entre signos ingrávidos que se acomodan libremente en la superficie y el ritmo con que los diferentes colores introducen lujosos contrastes de tonos y de texturas.

No sólo hay elegancia en esta nueva serie. También hay cierto atrevimiento: no cualquiera es capaz de pintar cuadros enteros color salmón sin caer en el remilgo. Un par de óleos, sin embargo, viene a romper un poco la unidad de la exposición: entre éstos, aquel titulado She is a girl, que resulta más agresivo que aquellos que lo rodean, con sus imperiosos derrames negros sobre fondo naranja subido. Más sutil, en esta misma gama cromática, puede parecer el pequeño Abanico, en el plano naranja franco queda intervenido por discretos motivos oscuros.

En suma, Mauricio Sandoval entrega en este muestrario de su trabajo reciente una prueba elocuente de su esfuerzo, encaminado a elaborar una pintura que se sostiene a sí misma, que se funda, como dice Jorge Juanes, en ``los usos polivalentes de la sintaxis pictórica'', en una pintura que experimenta con sus propios recursos y no deja por ello de ser tremendamente atractiva. Hay quienes opinan que el estilo de Sandoval es tributario de la tendencia abstracta-lírica practicada en los años setenta. Puede ser. Pero él da a este lenguaje una vigencia intemporal, y muy actual también debido a la reflexión no explícita que desarrolla acerca de la pintura y del espíritu de este fin de siglo. Su obra manifiesta una gran delicadeza, sobre todo en las texturas y los trazos. Las asociaciones de colores delatan un gusto certero y los juegos de contrastes proyectan una fuerza visual indiscutible, a medio camino entre el refinamiento y la violencia. Estas cualidades se ven enriquecidas por acentos poéticos que confieren a sus cuadros un valor decorativo que nunca llega a limitar la propuesta plástica --al contrario, la completa y le da vigor interno y accesibilidad ante la mirada ajena.