Gabriela Rodríguez
La educación sexual de la Iglesia católica

``Disertar demasiado sobre la sexualidad es sabotearla''.

E.M. Cioran

La campaña televisiva de educación sexual anunciada en días pasados por el arzobispo Norberto Rivera es un nuevo intento por controlar las conciencias de los mexicanos y volver a la Iglesia un actor de importancia ante la llamada ``crisis de valores'' y el vacío de un gobierno desacreditado.

En esta ocasión se trata de una campaña que quiere sensibilizar a los padres de familia para que sean sus aliados estratégicos en la reincorporación de las masas de jóvenes que cada vez se apartan más de la tutela de la Iglesia.

Efectivamente, como presagio autocumplido, la llamada ``crisis de los valores'' es una frase que por efectos de la repetición ha tomado un lugar relevante en el discurso de los actores sociales, y se ha transformado en depositaria de otras crisis que hoy son verdaderamente escandalosas, tales como la crisis económica, la corrupción y la falta de confianza en los gobernantes.

Las instituciones están impugnadas y se mantienen comportamientos disímbolos ante ellas. Las instituciones que merecen mayor confianza entre los jóvenes mexicanos de hoy, según un estudio realizado por Salvador Camarena y Rafael Giménez (Reforma, 19 a 21 de mayo de 1996) son: la familia (77 por ciento), la universidad (30 por ciento) y los maestros (24 por ciento). Las de menor confianza son: la Iglesia católica (20 por ciento), los banqueros (7 por ciento), la policía (4 por ciento), los politicos (1 por ciento) y el gobierno (0 por ciento).

Los representantes eclesiásticos saben que todos queremos un cambio, una transformación de las actuales condiciones y que la familia es la institución más cercana y más valorada por los jóvenes. Ante este reclamo general ellos ofrecen en la televisión un nuevo producto: la educación sexual de los padres de familia. Veamos la justificación de la campaña:

``No creemos en las medidas veterinarias, creemos en las medidas educacionales, que son más difíciles, más complejas, pero que finalmente son las únicas que pueden transformar al ser humano. La humanidad no va a cambiar porque se multipliquen los plásticos, o porque se multipliquen los preservativos o porque vengan las esterilizaciones'' (La Jornada, 11/12/96).

Creo que difícilmente alguien estaría en desacuerdo con la justificación anterior. Los mexicanos tienen altamente valorada la educación como factor de cambio. Y si recurren a los métodos, es porque a pesar de declararse católicos cerca de 85 por ciento, la mayoría se aleja de las prácticas obligadas por la Iglesia católica: 63.1 por ciento de las mujeres en edad fértil (15-19 años) recurren a los anticonceptivos modernos como medio para controlar su cuerpo y su fecundidad; una de cada cinco de ellas ha experimentado un aborto (INEGI, Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica, 1992); las jóvenes y los jóvenes se van a vivir en pareja más de un año antes (mujeres 22 años, hombres 24.2 años) de casarse por la Iglesia (mujeres 23.2 años, hombres 25.0 años) y tienen su primera relación sexual a los 18 años en promedio, lo cual ocurre 0.2 meses antes de la primera unión en las comunidades rurales en promedio, así como 5.2 meses antes, en las áreas urbanas (Quilodrán, J. ``Nupcialidad y primera relación sexual'' en Reflexiones: sexualidad, salud y reproducción No. 4, El Colegio de México, 1995).

Este es el diálogo en uno de los spots de 30 segundos que están por estrenarse en la televisión:

Spot 2: ``Papá, ¿qué es sexo?

¿Qué cosa?

Educarlos en el amor y en la sexualidad no es un chiste, es algo muy serio. Prepárense, la educación sexual es su responsabilidad como padres.''

Spot 3: Aparece una niña a la que se ve que una mano le tapa los ojos, los oídos y la boca. Se oye una voz que dice: Sexo: no pueden cerrarle los ojos a la realidad ni impedir que la escuchen. No pueden evitar que pregunten. Mejor que descubran el amor y la sexualidad a través de ustedes. Prepárenlos, la educación sexual es responsabilidad de los padres.

Un producto bien empacado y seguramente propuesto después de un estudio mercadotécnico ad hoc. No podía faltar el elemento sexual, el sexo como gancho, el tabú se rompió y por primera vez ``la Iglesia nombra lo inombrable''. Y es que ante la imposibilidad, realmente lamentable, de que los niños pregunten y de realizar esa fantasía de los ministros de la Iglesia que sueñan con taparles los ojos, los oídos y la boca a las niñas, va a ser necesario hablarles del amor y la sexualidad. Pero los padres de familia, y sólo ellos, tienen el derecho de preparar a sus hijos.

Se trata de mensajes publicitarios que no se dirigen a cualquier tipo de padres, sino a aquel segmento del consumo que se distingue por vivir dentro de una familia estable y comandada siempre por dos: el papá y la mamá. No es para ese millón de personas que viven solas ni para los otros 3 millones de hogares que son dirigidos por mujeres ni para el 1.7 millones de familias monoparentales o conformadas por uno de los padres con sus hijos (INEGI: XI Censo General de Población y Vivienda, 1990).

En la campaña hay un supuesto normativo básico: que las niñas y los niños no son dueños de sus cuerpos, que los menores de edad no tienen derecho a informarse ni a decidir sobre su cuerpo más allá de lo que sus padres --y no sólo la madre-- les permitan.

Los mercadólogos no tomaron en cuenta que entre las nuevas generaciones, la autoridad del padre es poco flexible y aceptada con recelo en 55% porciento de los casos y que 60 por ciento de los jóvenes actuales niega el sentimiento de identidad con sus padres, y no así con sus madres (Leñero, L. Jóvenes de hoy, México, Mexfam-IMES, 1990).

Más lejos están estos mensajes de considerar uno de los problemas más sórdidos de los niños y jóvenes: el abuso sexual. Un fenómeno que ocurre principalmente a niñas entre 12 y 17 años de edad, en 87 por ciento de los casos los agresores son hombres y en el 60 por ciento se trata de agresores conocidos por las víctimas, ya sea el padre, el padrastro, el hermano, el tío o el padrino (Saucedo, Y. ``Violencia doméstica y sexual'' en Demos No. 8, UNAM, México, 1995).

Hay que preguntarse con seriedad si ¿es realmente mejor que las niñas y los niños descubran el amor y la sexualidad a través de sus padres? o ¿no podría la televisión ayudar a que las madres, los padres y los menores televidentes estén mejor informados, conozcan sus derechos y puedan ser dueños de sus cuerpos