Woody Allen vio por primera vez al saxofonista Sidney Bechet en un local que estaba arriba del legendario Birdland. La mala ubicación de su silla (justamente detrás de una columna), sumada a la plática de sus tres vecinas (que traía más decibeles que el saxofón soprano de Bechet) y a una mosca que hacía túneles en la franja de espuma de su cerveza, le restó encanto a la experiencia. Tiempo después pudo verlo en una sala de conciertos, ya sin vecinas de charla soprano, ni columna enfrente, ni mosca excavadora. ``Ha sido la experiencia artística más satisfactoria de mi vida'', le dijo a un periodista del San Francisco Chronicle en 1965.
Allen asegura que la primera vez que oyó jazz estilo Nueva Orleans, no deliró tanto, ni tan grave, como cuando, en el filo de los tres años de edad, conoció la historia de Blanca Nieves; ni tampoco viajó con la intensidad que le proporcionó su primer truco de magia a los diez años. Sin embargo con el tiempo Blanca Nieves y la magia fueron rebasados ampliamente, en su catálogo de pasiones, por el jazz estilo Nueva Orleans. Su pasión por la magia empezó a decrecer un día que se encontró con Milton Berle, un cómico célebre que tenía su propio show de televisión y a raíz de esto también era conocido como, sobra comentar la obviedad, Mr. Televisión. Ese encuentro, que terminó en el desencuentro de Woody con la magia, se efectuó en los terrenos de la Circle Magic Shop, una tienda de trucos, bromas y canalladas que estaba situada en la calle 52 en Manhattan. Un empleado entusiasta le dijo a Mr. Televisión que Allan (porque entonces Woody Allen se llamaba Allan Konigsberg) era muy bueno haciendo trucos con las cartas. Mr. Televisión dijo: ``Hazme un buen truco y te presento en mi programa''. Allan, o Allen, comenzó a barajar un mazo de cartas sobre el mostrador. Esto sucedía en 1950 y conviene hacer notar que si ese maguito incipiente hubiera triunfado con su truco de mostrador, el cómico se lo hubiera llevado al show y hoy, probablemente, tendríamos un cómico de tele en lugar de ese cineasta extraordinario. Pero no olvidemos que Allen, aunque todavía era Allan, ya contaba con la lucidez torpe de Woody Allen y entonces en vez de abanico le salió un chorro de cartas que fue a dar contra la barriga de Mr. Televisión. Allan se disculpó: ``no suelo trabajar con cartas''. El cómico, casi cómico, respondió: ``da igual, yo tampoco suelo trabajar con niños''. Y en ese instante el mundo ganaba uno de sus mejores cineastas.
A partir de entonces Allan se volvió un experto en jazz, hay quien asegura que ganó un concurso de sabiduría jazzística en el programa de televisión The $64,000 Question. Otro de sus ídolos era el clarinetista Milton ``Mezz'' Mezzro, un judío blanco con ciertas tendencias hacia lo transparente, que se hizo pasar por negro con tanta eficacia que en su cartilla militar decía: ``negro de piel blanca''. Y él mismo andaba diciendo, sin necesidad de que se lo preguntaran: ``soy un negro voluntario''. Ni hace falta decir que la admiración por Mezz, que sentía Woody, terminó, en 1983 convertida en la película Zelig.
La pasión de Woody Allen por el Jazz empezó con el programa de radio de Ted Husing y se expandió hacia el antro de nombre Child's Paramount, que tenía la ventaja, quizá por el ``Child's'' del nombre, de admitir niños y de permitirles que bebieran cerveza y que tentaran, de vez en cuando y al son de un envío de clarinete, la parte más blanda de las meseras. A los 15 años se compró un clarinete en donde ejecuta, todos los días desde entonces, piezas de jazz estilo Nueva Orleans. El día que no lo toca, confesó en una entrevista, siente una culpabilidad insoportable. De aquellos años alrededor de sus 15 años dice: ``Poseía un fonógrafo de doce dólares y medio que era una especie de maletín con el altavoz en la tapa, aún así era absolutamente satisfactorio (...) nos pasábamos las horas muertas escuchando jazz (...) Y nunca dejábamos de escuchar, quiero decir escuchar obsesivamente, nota a nota''.
En 1973 viajó a Nueva Orleans con el propósito de grabar el soundtrack de su película El dormilón, con la Preservation Hall Jazz Band. Como era de esperarse no pudo resistir y tocó con ellos algunas piezas. El promedio de edad en la banda era de 75 años y además ninguno de los miembros iba nunca al cine. Con el ánimo de prepararse, Allan Jaffe, el líder de la banda, había ido a ver Las noches rojas de Harlem en una sala de cine que estaba por el rumbo; era la primera película que veía desde la aparición del cine sonoro. Durante aquellas sesiones Woody tocó dos veces, codo con codo, junto al famoso trombonista Jim Robinson, que tenía 83 años de edad, y no tenía idea ni del cine ni de quién era ese clarinetista pelirrojo que resaltaba en aquel paisaje básicamente negro. ``¿Te han dicho alguna vez que suenas como mi amigo George Lewis?'', preguntó Robinson el trombonista. Woody lo miró asombrado y el trombonista, que era la sombra misma, le hizo otra pregunta: ``¿Cómo dijiste que te llamabas?''.
``Woody'', murmuró Allen, que antes era Allan. La sombra misma, complacido, concluyó:
``¡Ah, Willard¡, eres un gran músico Willard''