Jean Meyer
Historia de los trece

Balzac ha sido muy leído en Rusia, tanto en el siglo XIX como en la era soviética, posiblemente menos hoy, ya que los empresarios amafiados han preferido otra cifra cabalística. Una sociedad secreta de trece amigos da su título a la Historia de Los Trece que corre de Ferragus, a la Duquesa de Langeais y La Fille aux yeux d'or. En Moscú una sociedad de siete hombres de negocios ha descubierto que negocios y política son inseparables y que la política puede ser una inversión muy jugosa. Con sus aliados más cercanos alcanzan la cifra trece.

El lector de Balzac tiene la tentación de pensar que la actuación, en la sombra, de los trece puede ser más importante que todas las peripecias demasiado visibles de las elecciones presidenciales, de la destitución de Lebed, de la operación de Yeltsin. La historia de los trece permite ver con amplitud y profundidad lo que ha pasado y lo que pasa en Rusia. Frente a esa historia ¿qué tanto pesan la implantación de la democracia política y las reformas económicas? A lo mejor no son más que apariencias, sombras chinas, manipuladas por unos invisibles titiriteros.

Los siete que se han manifestado recientemente no son más que la flor y nata de una oligarquía estable y cerrada ``de unas 150 a 200 personas, que maneja los destinos del país'' (Solzhenitsyn). Hábiles representantes de la antigua nomenklatura comunista, la conforman en compañía de nuevos ricos, poseedores de fortunas gigantescas logradas en unos pocos meses o años. Esos oligarcas controlan el Estado y están unidos tanto por sus intereses económicos como por su lógica sed de poder. La reciente promoción de unos de los siete al puesto de secretario del Consejo de Seguridad lo manifiesta claramente. Boris Berezovsky es uno de los siete empresarios que trabajaron de manera decisiva para la reelección de Boris (Yeltsin). Dueño de Logobaz (sector automotriz), de empresas petroleras, bancos, ORT (antigua televisión de Estado), periódicos, ha sido acusado por el general Liebed de ser uno de los artesanos de su caída dados los grandes intereses que tenía en la guerra de Chechenia.

Los otros miembros del grupo pertenecen también a ese mundo de la finanza de los negocios y de la política. En enero de 1996 se reunieron en Davos, Suiza, para aliarse y trabajar en la reelección de Yeltsin que, en aquel entonces, parecía perdido con su 5 por ciento de intenciones de voto, en 14a posición. Hicieron un pacto, como los trece de Balzac e idearon un plan y lo aplicaron. Funcionó y su hombre, Anatoly Chubais, se encargó con maestría de la campaña presidencial. El dinero, evidentemente, nunca faltó. Es más, sobró, con circulación de maletas y portafolios llenos de dólares. ``No hay general que resista un cañonazo de 50 mil pesos'', solía decir Obregón. La regla también vale para los rusos.

Se dice que el grupo se reúne cada semana para elaborar la política del Kremlin. Perdió toda prudencia --los trece de Balzac conservaron el secreto-- al colocar a algunos de sus socios en posiciones demasiado visibles: Berezovsky, en el Consejo de Seguridad; el banquero Vladimir Potanin, en el gabinete como viceprimer ministro.

Sus empresas controlan 70 por ciento de la economía rusa, los canales televisivos más importantes, las radioemisoras más populares, y casi todos los grandes diarios y semanarios nacionales. El liberal Gogory Yavlinski señala que ``nuestro nuevo régimen reproduce la características del antiguo. Esos nuevos imperios financieros y mediáticos son más que trusts y holdings. Su nombre es algo más que banca y televisión: es oligarquía y mafía''.

Chubais, su aliado, dijo hace unos años a Serguei Kovaliev, entonces defensor de los derechos del hombre, nombrado por Yeltsin: ``Roban, roban y roban. Roban absolutamente todo y es imposible pararlos. Pero hay que dejarlos robar, se volverán propietarios y luego administradores decentes de su propiedad''. ¿O sea que serían los Rockefeller, los Morgan, los Kennedy de la primera generación, los ``barones bandidos'' del primer capitalismo norteamericano? Nada garantiza que de esa mezcla explosiva de negocios, política y crimen salga una verdadera economía de mercado, mucho menos la democracia y una sociedad no demasiado injusta. Como escribe Solzhenitsyn, ``el sistema de Estado oligárquico y cerrado está rematado por los dictados económicos del gran capital''.