La Jornada 14 de diciembre de 1996

Luis González Souza
Drogas y doble nacionalidad

Estos temas son noticia importante estos días en los periódicos más atentos a la soberanía de México. Pero, ¿hay vinculación entre ellos? No en la superficie: sí en una perspectiva estratégica. ¿Es importante saberlo? Sí, entre otras cosas para repensar la política del aislamiento de los problemas con Estados Unidos (EU), seguida por el gobierno mexicano.

La arbitrariedad, en juicios y en acciones, es el denominador común en la política estadunidense respecto a narcotráfico, migración y prácticamente todos los demás temas de la agenda con México; lo que, bien o mal, la hacen una política integral y por ende eficaz. Y lo que no impide que, cuando se antoja conveniente, EU presiona y gana tema por tema. En cambio, la política mexicana se prueba tanto más infructuosa cuanto más se rehusa a desplegar todo el potencial negociador que derivaría de conjuntar, en vez de ``aislar'', los múltiples puntos en que puede afectar a EU.

En los temas que hoy nos ocupan la arbitrariedad comienza cuando el gobierno de EU unilateralmente decide que el narcotráfico y la migración han de colocarse en el centro de la agenda incluso global, junto con el terrorismo. En una siguiente maniobra, narcotráfico y migración aparecen vinculados de manera directa y no menos arbitraria. Con preocupante frecuencia, los trabajadores indocumentados son sospechosos de narcotráfico, salvo prueba en contrario. Tal vez pronto, cuando se les sorprenda con una navaja para defenderse de la migra o de las milicias antinmigrantes, también serán sospechosos de terrorísmo.

Este círculo de la arbitrariedad se cierra en el manejo específico de cada asunto. Por lo que toca al narcotráfico, es ilustrativa la tercera reunión del Grupo de Contacto de Alto Nivel, celebrada en la ciudad de México, los días 10 y 11 de este diciembre. Ahí volvieron a avanzar las doce grandes directivas de EU, para combatir el problema de las drogas: el militarísmo y el intervencionismo disfrazado de cooperación. Ambas directivas se concretan de manera especialmente clara en el acuerdo de que México conforme un ``cuerpo especializado de elite'', sobre todo con militares, para luchar contra las drogas. En cambio EU se reserva el derecho de no involucrar a su ejército en esta lucha, así como el ``derecho'' de seguir aprovechando la divisa: el que paga, manda. La potencia vecina más bien se dedica a aportar, ahora en una escala sin precedentes, los insumos técnicos y financieros: helicópteros, servicios de inteligencia, capacitadores (DEA, FBI) y demás. Y de paso se resiste a siquiera discutir esa perla de arbitrariedad, que en sí misma es la certificación estadunidense de la conducta de otros países en esta materia.

Por lo que toca a la migración, EU continúa haciendo de ésta un problema grande y creciente. Y continúa haciéndolo de manera incluso tramposa: no obstante el vital aporte de los trabajadores mexicanos (indocumentados o no) a la economía estadunidense, el maltrato de ellos crece día con día. En lugar de colocarlos en el altar de los valerosos inmigrantes, se les sume más y más en el cajón de los grandes enemigos.

Ante tamaña injusticia, ya era hora de que el gobierno mexicano hiciera algo significativo. Por fin se aprobó, hace unos días, la reforma constitucional para permitir la doble nacionalidad a los mexicanos que emigran del país. Reforma sin duda plausible porque abre el camino para que los emigrados reclamen los mismos derechos de todo ciudadano estadunidense. En verdad es lo menos que podía hacerse: si el gobierno mexicano no puede defender a los trabajadores migratorios de manera eficaz, es justo por lo menos no obstruir su autodefensa.

Para ser honestos, sin embargo, la llamada doble nacionalidad es una respuesta insuficiente y, sobre todo, fragmentaria. Mientras que el gobierno de EU golpea prácticamente en todos los puntos de la agenda bilateral, con tal o cual subproducto de la arbitrariedad, su contraparte en México apenas se anima a responder en uno que otro frente... siempre cuidando que ``no se contamine'' el resto de la relación. Una relación de suyo contaminada, en sus raíces mismas, por el veneno de la desigualdad, ahora expresada en una sistemática arbitrariedad de la parte fuerte, y una crónica sumisión o timidez, de la parte débil.

Así, la relación México-EU jamás será fructífera. Más bien seguirá contaminándose hasta morir. Y ambas naciones, que no quepa duda, sufrirían.