El entusiasmo por el libre comercio pareció en un principio compatible con el avance de los procesos de regionalización económica que surgían en diversas partes del mundo. Hoy, dicha compatibilidad genera cada vez más cuestionamientos. Ronda por el mundo del nuevo liberalismo el fantasma de la protección tanto entre países individuales como entre las agrupaciones que se han ido formando. En ese marco se dio la reunión de la recientemente creada Organización Mundial de Comercio en Singapur.
La verdad es que esta institución multilateral no ha logrado establecerse como el líder del orden comercial que vislumbran algunos políticos y otros entusiastas académicos. Mientras tanto, las grandes empresas multinacionales son las que tienen más claro el panorama y avanzan en la conformación de los verdaderos negocios ``globales''. La notoriedad ganada por el GATT sobre todo con la muy larga y última ronda de negociaciones, conocida como la Ronda Uruguay, no ha sido capitalizada por su heredera la OMC. Hoy proliferan los arreglos entre países que forman nuevos grupos y asociaciones comerciales. Los registros en la propia OMC indican que hay en el mundo 76 áreas de libre comercio o uniones aduaneras, de las cuales más de la mitad se han creado durante la década de 1990. La pregunta es por qué los países se agrupan en lugar de reunirse en torno a la OMC para ordenar el libre comercio. De ahí es de donde surgen las dudas sobre los posibles conflictos que pueden surgir de las tendencias dispares de la liberalización y la regionalización.
En el caso del TLC es evidente que para la economía mexicana se registró un significativo aumento del volumen del comercio, es decir, la suma de las importaciones y exportaciones es hoy más grande que antes de la apertura comercial y sobre todo antes de la entrada en vigor del TLC. Pero ese aumento ha puesto en evidencia problemas severos de esta economía. Entre ellos se pueden señalar la dependencia creciente de los capitales externos, la fragilidad del conjunto del sector externo, la desarticulación de la estructura productiva y las restricciones para recrear las condiciones de un crecimiento sostenido del producto y de los ingresos. Es cierto que ha habido una transformación, sobre todo en el sector de la industria manufacturera de exportación. Pero ella está muy concentrada en algunas pocas ramas de la producción y sigue siendo muy relevante el papel de la industria maquiladora.
La modernización de la actividad productiva del país no se ha conseguido, sobre todo desde una perspectiva de la integración sectorial. El TLC, además, ha estado marcado por diversos conflictos sobre productos específicos. El caso más reciente, y que ha llevado a la Secofi a imponer sanciones a productos de Estados Unidos, se centra en las escobas de mijo. Independientemente de la relevancia de este producto en las exportaciones mexicanas o de la razón que asiste a las autoridades comerciales mexicanas en su disputa con aquel país, no deja de llamar la atención el producto motivo de discordia. Las escobas de mijo, que se sepa, no constituyen un producto de avanzada en términos tecnológicos o de integración de cadenas productivas; no es tampoco un producto que abra nuevas brechas en la penetración de mercados. Es significativo que el TLC represente para México disputas comerciales en productos como escobas, tomates o acero y no debe ser un tema al que la contraparte estadunidense le asigna la importancia que tienen las negociaciones con Japón o la Unión Europea.
Esta cuestión debe servir cuando menos para poner en perspectiva a nuestra propia economía, a sus posibilidades y requerimientos. Puede servir también para ubicar mejor los grandes esfuerzos de la diplomacia comercial del país. La firma de acuerdo comerciales alrededor del mundo con socios poderosos o menores no llevará automáticamente a que los sectores productivos del país se acomoden de manera efectiva a los beneficios del comercio libre. La historia económica es prolija en las enseñanzas de que los documentos no sustituyen a las estrategias y, sobre todo, a la preparación de las condiciones económicas internas para la competencia internacional. Entrar en la competencia sin herramientas para ganar es una estrategia trunca y costosa. El asunto es de política, no sólo de aquella que lleva por apellido económica. Los Estados que hoy deveras compiten, y que machaconamente se toman como el ejemplo a seguir, hicieron política partiendo de sus propios intereses nacionales. Los años siguen pasando y las condiciones de la competitividad externa siguen dependiendo de dos variables de precio: el tipo de cambio y los salarios, que son insuficientes como factores para fortalecer la economía en el largo plazo.