Gil Renard, fanático del beisbol, agente de ventas desempleado, es, a su manera, un pariente cercano de Travis Bickle (Taxidriver, Scorsese, 76) y de Rupert Pupkin (El rey de la comida, Scorsese, 83), perdedores natos interpretados magistralmente por Robert de Niro. En El fanático (The fan) de Tony Scott, realizador de El Ansia (83) y La Fuga (93), Renard es el prototipo del individuo totalmente marginado: el ser ordinario que anhela salir del anonimato a cualquier precio. En los 70, y a propósito de Taxidriver, la sicología instantánea vio en Travis-De Niro el emblema de una violenta afirmación personal frente a la deshumanización de la vida moderna. ``En cada gran ciudad hay un hombre tratando de demostrar que existe'', rezaba la publicidad de la cinta. Una década después, en El rey de la comedia, De Niro encarnaba a un pobre diablo ansioso de conquistar sus cinco minuto de celebridad secuestrando a Jerry Lewis. Hoy, Tony Scott retoma la fómula, con eficacia, pero sin brillantez apoyado en un guión cuya preocupación básica es seguir al pie de la letra las reglas del cine de acción más rentable, desaprovechando la actuacion de De Niro, con todo estupenda, y las posibilidades dramáticas que sugiere el tema.
Gil Renard (De Niro) admira desmesuradamente al jugador estrella de beisbol Bobby Rayburn (Welsey Snipes), y es fácil sospechar que semejante delirio es una de las causas del naufragio de su propio matrimonio, del odio que le tiene su ex mujer (Ellen Barkin), y de las dificultades para comunicar con su hijo de diez años, a quien intenta trasmitirle su pasión por el beisbol y su filosofía de la vida (``Las cosas positivas le suceden a la gente que piensa positivamente'').
Renard es hijo de un fabricante de cuchillos, un viejo artesano que pronto se vio desbordado por la rapacería de sus administradores. Renard hijo es ahora un pobre diablo al servicio de los empleados de su padre, y su única pasión es el beisbol y la idolatría que le profesa a Rayburn. Su fanatismo llega a conducirlo al crimen y a la esquizofrenia cuando intenta salvar la carrera de su ídolo Rayburn, tan cerca del colapso definitivo después de una racha de mala suerte. Resulta interesante la confrontación de la estrella y su ídolo, el paralelismo de sus dos fracasos, la reflexión sobre la mediocridad de Renard, misma que De Niro trasmite de manera soberbia (en el estadio, a través del contacto telefónico con la radio, en cada intento por comunicar y congraciarse con la estrella). Renard, el subalterno total, la mirada agradecida antes de recibir favor alguno.
Se pensaría que ese sometimiento extremo sólo puede conducir a un desenlace funesto, y que paulatinamente la cinta cobrará tintes de tragedia urbana --el tipo de pesadilla que con ironía negra presenta Scorsese en Taxidriver. Sin embargo, Tony Scott elige un tratamiento melodramático que incluye pleitos conyugales, una historia de amuletos, un providencial acto de heroísmo en la playa, y la intervención de los hijos de Rayburn y de Renard --misma edad, mismo nombre-- como elementos claves de la trama. Todo esto transforma a El fanático en un thriller convencional con valores familiares en peligro, escenas impactantes y un ritmo narrativo eficaz: un típico producto hollywoodense.
Lo que se busca desde las primeras escenas es seducir al espectador con efectos de todo tipo, desde las intermitencias de la luz en los créditos, la cámara lenta, apenas justificada, o los movimentos bruscos con cámara al hombro, hasta la omnipresencia de la música rock, con insistencia nostálgica en los Rolling Stones. Todo crea al inicio una atmósfera sugerente y anticipa una ruptura con el cine de acción rutinario. Pero lejos de orientarse hacia una propuesta novedosa o hacia un análisis más profundo de los personajes, la cinta de Scott se atiene a explotar los clichés del cine familiarista. Renard, el asesino psicópata, hace desdichada a su mujer y a su hijo, al que vemos llorando inconsolablemente, mientras que al mismo tiempo, otro niño, el hijo del beisbolista estrella, sonríe con un bat en la mano para estimular a su padre. Hasta estos momentos, De Niro sostiene la cinta con su solvencia característica, eclipsando fácilmente a Wesley Snipes (un Campeón sin corona con muy poco carisma) y a John Leguizamo, un actor estupendo que tiene aquí, como agente de Rayburn, muy pocas oportunidades de lucimiento. El fanático es una buena cinta de acción, aunque con De Niro en manos del director de La fuga, prometía ser algo más sobresaliente.