Pocas veces he visto en persona o en fotografía a José Sarukhán con una sonrisa tan generosa como la que muestra en La Jornada del pasado jueves cuando le da a Paco Barnés un abrazo de felicitación por haber sido designado, por unanimidad, rector de la UNAM. Tampoco es pequeña la sonrisa de satisfacción de Paco, que cumple ahora un viejo sueño. Aunque, visto desde fuera el lance, uno no se explica que para llegar a la Rectoría de nuestra Universidad haya tantos candidatos y de tanta calidad. Parecería mucho más un castigo que un premio. Pero así somos.
Difícil tarea la de la Junta de Gobierno que, me parece, cumplió de excelente manera. Con la sensación de pena para un grupo selecto de universitarios, de los que conozco a algunos, y que podrían haber desempeñado con éxito la función más alta de la UNAM.
El doctor Barnés de Castro llega a la Rectoría con un pedigree de excelencia. Su abuelo, don Francisco Barnés, historiador, maestro y político, fue Ministro de Instrucción Pública en España y falleció en México, exiliado, en 1947. Su padre, el doctor Urbano Barnés González, médico insigne, durante muchos años fue el Jefe del Departamento de Obstetricia del Sanatorio Español y sus manos recibieron a una muy buena parte de la generación mexicana del exilio. Todos lo recordamos con enorme admiración.
¿Cuáles serán las tareas fundamentales del nuevo rector?
Comprendo que mi visión de la UNAM puede ser, además de parcial, muy restringida. Alumno de la Escuela Nacional de Jurisprudencia desde 1943, en licenciatura y el doctorado, en ella empecé en 1953 mi labor docente ya siendo Facultad de Derecho. Desde entonces, con una larga ausencia justificada por una protesta personal en contra de la agresión al doctor Ignacio Chávez y al licenciado César Sepúlveda, rector y director de la Facultad de Derecho, respectivamente, de alguna manera siempre vuelvo a la vieja casa, durante algunos años en la ENEP Acatlán, mi pequeño exilio, y ahora en la División de Estudios Superiores de la Facultad de Derecho, sin olvidar mi viejo amor por el Instituto de Derecho Comparado, hoy Instituto de Investigaciones Jurídicas.
No es mucho, pero con esos precedentes, siento que tengo títulos suficientes para opinar sobre el futuro de la UNAM.
Hay, en mi concepto, dos situaciones inadmisibles. En primer lugar, el pase automático. En segundo término, la pobreza absoluta de la UNAM, perdida su autonomía en la lamentable dependencia económica del Estado. La solución, si queremos ser justos, esto es, aplicar reglas iguales para los iguales, deberá ser que todos los aspirantes, cualquiera que sea el lugar donde estudiaron el bachillerato, presenten examen de admisión. De la misma manera, es absolutamente indispensable que los alumnos paguen una colegiatura razonable, sin perjuicio de considerar situaciones especiales que permitan la exención a cambio de un compromiso a futuro.
A partir de allí, la UNAM debe revalorar los salarios de maestros, investigadores y personal administrativo y de servicio, porque no hay universidad en el mundo que pague peor. Y de esa manera, la pretensión de excelencia (no puede haber otra) cambiará de aspiración utópica a exigencia real. Con muertos y heridos en el camino.
Y una última cosa: suprimir del Estatuto universitario la absurda regla discriminadora de que para ser director de facultad o instituto o miembro de un Consejo Técnico, del Consejo Universitario o de la Junta de Gobierno, es necesario ser mexicano por nacimiento. Si eso es malo en la política (que es pésimo), mucho peor es en la Universidad, contracción evidente de la universalidad.
A Paco Barnés --no puedo llamarlo de otra manera, son demasiados los viejos vínculos ancestrales-- más que suerte le deseo resultados. Y a Pepe Sarukhán, mi querido y admirado amigo y aún rector, un sabático ininterrumpido y creador, aunque me temo que le va a durar muy poco.