En su marcha hacia la moneda única los ministros de Finanzas de la Unión Europea acaban de discutir a tambor batiente las proporciones que deberán tener los respectivos presupuestos nacionales en las perspectiva de un presupuesto común, aunque aún no se han establecido los montos concretos de los mismos. Es evidente que este elevado grado de coordinación económica acelera la unificación de las normas financieras y monetarias entre los países que integran la Unión Europea. Es igualmente obvio que ésta aumentará su poder de atracción sobre los demás países del Viejo Continente, como aquéllos de Europa oriental que permanecen todavía al margen de la misma y, también, que los europeos alcanzarán un mayor poder de negociación frente a sus competidores. En una palabra, Europa se está blindando para defenderse mejor y para aparecer sin grietas en una competencia mundial sumamente dura.
En momentos en que las integraciones en América tienen todas grandes contradicciones y problemas (como lo demuestra ``la guerra de las escobas mexicanas'' desatada por el obtuso proteccionismo de Estados Unidos), y cuando el bloque asiático está apenas en construcción, Europa trata hoy de aprovechar a fondo su ventaja y la experiencia obtenida durante el largo proceso de integración que comenzó hace más de cuatro décadas con Monnet, Adenauer, los acuerdos sobre el carbón y el acero y el Pacto de Roma.
La aceleración de las medidas adoptadas por la Unión Europea y la intensidad y el carácter concreto de las discusiones buscan, por un lado, superar las debilidades de las políticas monetarias de cada país de la organización, que dificultaban cumplir con las normas fijadas por el Tratado de Maastricht para llegar a una moneda única. Pero, por otro lado, responden a la necesidad de ocupar posiciones estratégicas en la competencia internacional.
Estados Unidos, en efecto, con la guerra del Golfo y con su bloqueo a Irak se aseguró por décadas el control del petróleo medioriental y ahora con la imposición de su candidato en la ONU intenta perfeccionar su control sobre Africa, que era desde siempre el coto de caza de los europeos. Estos son la primera potencia mundial desde el punto de vista comercial pero, sin embargo, son débiles allí donde Estados Unidos es el más fuerte, o sea, en lo político y en lo militar. Por eso utilizan su fuerza industrial y comercial para reforzarse políticamente mientras también, aunque sin mucho ruido, y desde hace por lo menos tres años buscan una política y una fuerza militar propia.
Es muy difícil que los estadistas europeos se hayan dignado leer el Martín Fierro, que reza: ``los hermanos sean unidos/porque esa es la ley primera/ que si entre ellos no se unen/ los devoran desde afuera''.
Sin embargo, en la feroz competencia entre las potencias que ha desatado la mundialización de la economía la cosa es clara para los europeos: si las potencias chicas y medianas del Viejo Continente no llegan, y rápido, a muy corto plazo a un acuerdo que les permita construir realmente una gran potencia, les espera la dependencia.
Por eso actúan así, sin perder tiempo.