La Jornada Semanal, 15 de diciembre de 1996
Por estas calles ya pasó mi entierro
con sus patéticos discursos.
Liviano me llevaban
entre parientes desconocidos.
Una mujer al paso del cortejo
se detuvo a mirarlo
con insinuante azoramiento.
Supe después que era una sombra,
llevaba siglos bajo tierra.
Arriba, monologantes nubes,
acaso un lento avión en vuelo;
abajo, toses, ademanes
y lugares comunes.
Iba dormido e indeciso
en el último viaje.
Era mi despedida de este mundo,
la primera vez que me moría.
Hacia el fin de milenio,
de pronto quedé fuera de grupo,
rezagado, contemplando los árboles.
El entierro, sin mí, prosiguió rumbo
por las penumbras suburbiales.
Lo voy siguiendo ahora desde lejos,
al paso de los años.