La Feria Internacional del Libro de Guadalajara ha cumplido diez años. Esta década fecunda y ruidosa obliga a algunas reflexiones; la primera y decisiva es que se trata de la reunión de editores más importante del idioma. Cada fin vde año, cerca de 200 mil visitantes presencian el raro milagro de encontrar todos los libros posibles en suelo mexicano. En sus últimas ediciones, la FIL ha puesto énfasis en los encuentros de profesionales (seminarios de edición, ventas de derechos, información actualizadade nuevas tecnologías); este aspecto, que provoca menos mariachi y oropel que los encuentros literarios, revela la madurez y las miras a largo plazo de la FIL. En buena medida, quienes se reúnen durante una semana en favor de los libros son niños. Un inmenso sector está dedicado a pasar sin trabas del juego a la lectura. A juzgar por la zumbante algarabía que domina la región de los ilustrados infantiles, se trata del mayor éxito de la FIL. Como toda empresa que va del taller de plastilina al sesudo simposio, la FIL requiere de custodios y animadores. Raúl Padilla, ex rector de la Universidad de Guadalajara y presidente de la Feria, así como Margarita Sierra y Maricarmen Canales, directoras de la Feria, han trabajado con insólito denuedo para consolidar el encuentro de libreros y para transformarlo en una fiesta. No es un logro menor que algo tan importante sea también una descomunal pachanga. Territorio de iniciación a la cultura de la letra, zona franca para la reflexión y el relajo, ciudadela del extravío y la pasión, la FIL congrega a multitudes dispuestas a pagar 12 pesos para acercarse a los libros. Un empeño de tal naturaleza sólo puede beneficiar a quienes nos dedicamos al siempre amenazado arte de leer y escribir.
La Jornada Semanal y la FIL
El año pasado, la FIL tuvo como invitado especial a Venezuela. Por ello, La Jornada Semanal dedicó su tema de portada a José Balza, orgullo del Delta del Orinoco y Premio Nacional de Literatura de Venezuela. Con el apoyo de Scotland Yard y del equipo de seguridad de la Feria, pudimos acompañar al "invitado sorpresa", Salman Rushdie, a la fuente primigenia de Tequila. Este año dedicamos nuestro número 91 a la literatura de Canadá, país invitado de honor. Gracias a que la Embajada de Canadá pagó un sobretiro de 20 mil ejemplares, La Jornada Semanal fue regalada en las mesas donde los desorientados se detenían en busca de una brújula. Insistimos en nuestro compromiso con la FIL para criticarla con entera libertad. La adhesión rutinaria no beneficia a nadie. Como en el Japón feudal, después de la ceremonia del té viene la batalla.
Glorias y miserias
Este año, la Feria logró objetivos importantes: el Premio Juan Rulfo fue a dar a Augusto Monterroso, Jaime Sabines y Antonio Skármeta leyeron fragmentos de su obra ante auditorio lleno, Nélida Piñón y Carlos Fuentes reivindicaron la novedad de Machado de Assis. Sin embargo, el intenso carrusel de actividades tuvo muchos altibajos. Por alguna razón insondable, tarde o temprano las instituciones mexicanas se ven aquejadas de gigantismo. Algún complejo de las pirámides perdidas hace pensar que todo lo bueno debe ser inmenso. La Feria no es ajena a esta desmesura y semeja un circo de cien pistas. Como es de suponerse, numerosas actividades carecen de público. El imperativo estadístico hace que se prefiera realizar 40 homenajes mediocres a tres bien logrados. Vicente Leñero, uno de nuestros principales escritores, recibió un homenaje en el que sólo participaron dos de sus colegas. No hubiera sido mejor esperar al año que entra para ofrecerle una celebración en regla? La FIL ha crecido tanto que la organización se delega a personas que representan todas las gamas de la psicología humana. La ensayista Dulce María Zúñiga organizó con brillantez el homenaje a Monterroso y todo funcionó como un reloj suizo. Por desgracia, en otras mesas los participantes recibieron maltratos que podrían ser tema de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El inepto José Ramírez tuvo a su cargo el homenaje a Jaime García Terrés, que clausuraba la FIL. A pesar de que recibió la lista de invitados con cuatro meses de anticipación, fue incapaz de invitar a tiempo a los ponentes. Un ejemplo para Kafka: el doctor Arnoldo Kraus recibió su boleto el día en que le tocaba participar, suspendió sus consultas, compró un boleto para su esposa y viajó a una Guadalajara donde nadie lo esperaba. Cuando finalmente llegó a la FIL, se enteró de que su mesa se acababa de cancelar y recibió un boleto de regreso. Para colmo, la oficina de Ramírez habló a casa de Kraus para decir que no había llegado, de modo que sus hijos pensaron que había sufrido un accidente. Otros invitados padecieron agravios semejantes. No es posible que la credibilidad de la FIL se ponga en entredicho por gente que no sabe usar el teléfono y que ignora la existencia de las agencias de viajes. Por una triste ironía, el homenaje a García Terrés tenía por tema "La difusión de la cultura". Una saludable lección del décimo aniversario es que la FIL debe reconocer sus limitaciones. De lo contrario, se convertirá en la Feria de los Faraones, donde miles de invitados desempeñarán el papel de esclavos. |
Ciertas predilecciones Me gusta el rechinido de la madera de las carabelas en el silencio de la noche. Sobre todo si la película es de piratas. Y el limpio y recién nacido olor a pasto cortado, y las grietas del pavimento y el ejemplo de Aristóteles que dice Mañana se librará una batalla naval y los popotes de papel. Y el solo de flauta al comienzo del Teniente Kijé de Prokofiev, que me trae el recuerdo de la alegría infantil y las puertas ocultas en libreros o chimeneas. Me gustan la Diet-Coke y el queso de Cotija y el vuelo de helicóptero del colibrí y los dibujos con demostraciones de teoremas geométricos. Y la patada de delfín del nado de mariposa y los tonos de verde de las hojas traslúcidas del árbol de plátano y la vida del Doctor Johnson que, a lo largo de la suya propia, fue escribiendo el entusiasta James Boswell. Me gusta sentir en la punta de los dedos la textura de los cuadros y ya he tenido problemas por eso en los museos. Y las obras de teatro donde aparecen submarinos y la capacidad de exagerar que tiene, muchas veces, la cultura china. Y el sabor de la alcachofa, y la operación de comerla, y su forma que recuerda al pangolín, y decir de algo que parece una alcachofa. Y pensar que en una caja de zapatos pueden guardarse 150 metros cuadrados de seda de la más fina. Me gustan las escenas con lluvia en los grabados en madera de Hokusai y de Hiroshige, y el pardo papel de las bolsas del pan y el lugar donde se tocan la mandíbula, el cuello y el lóbulo de la oreja, sobre todo en las mujeres. Me gustó que el astrónomo Guillermo Haro me corrigiera una tarde explicando que no se dice cameleopadatis (jirafa, en latín), sino cameleopadalis, con L en vez de T, y que añadiera que él sabía eso porque había una constelación con ese nombre, que luego hallé fácilmente en un mapa de constelaciones, que también me gustan. Y me gustan los anteojos que permiten ver a través de las paredes, y las manzanas que todo lo curan y que, una vez mordidas, se regeneran y vuelven a ser como antes, y los caballos blancos que vuelan y los viejos ríos que hablan y cuentan historias y las islas vivientes, siempre peligrosas, y los genios capturados en botellas. Me gustaría que hubiera llantas de vivos colores, sin nada del municipal y espeso negro humo que hoy ostentan, y osos enanos, y que un iceberg flotara inexplicablemente en una alberca olímpica con trampolín de 10 metros y que un apóstol de El Greco cobrará vida y recorriera en la noche el museo mirando cuadros y esculturas. Me gustan los trompos y los giróscopos y los acueductos y las cucharas de madera, y me gusta pasear por los malecones al atardecer, y bajar las escaleras, y la novela El misterio del cuarto amarillo. Y también me gusta la timidez de los adolescentes y los trapecistas del circo y las ilustraciones donde aparece el pájaro dodo y las peleas de box en las que gana el que va perdiendo. Y me gusta inventar silogismos, Todos los gordos tienen clorofila, y la rosa de los vientos y los diccionarios con entradas como ésta: "Andabatas: gladiadores que peleaban con los ojos cerrados en Roma, o con unas celdas sin visera. Y también había un juego de muchachos a su imitación, casi como el que ahora usan llamado de la gallina ciega." Me gustan las cestas, los quitasoles japoneses y la reticencia apasionada de Fauré, tan humana, las torres con relojes redondos y los ojillos de Charles Laughton, el gran bodoque gesticulante, mi actor predilecto. Y la frase de Mondrian "Las curvas son demasiado emocionales" y los faros en las playas donde no hay nadie y los majestuosos ceniceros de pie y los clips de colores y la pimienta de grano grueso y el acero inoxidable. Me gustan las cartas de baraja, sobre todo las mágicas que cobran vida y hacen gestos, y me gusta una metáfora donde aparece la palabra "escolopendra", y que se aviente arroz en las bodas y cómo se sacuden el agua los cuadrúpedos mojados e imaginar cómo podría ser la tierra si no fuera redonda. Me gusta tomar complejo B y los caballos de carreras de patas finas y el timbre del violoncello y Arturo de Córdoba en papel de loco y la manera de caminar de las palomas, moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás, y los cuadernos de cuadrícula grande. Me gusta la palabra mandril.
Un apabullante fenómeno televisivo
Seguramente sería un error invitar a una fiesta a Fox Mulder o a Dana Scully. Poca gente parece tener menos vida social o intereses extralaborales que los protagonistas de la exitosa serie televisiva Los expedientes secretos X de la cadena televisiva Fox. Los agentes del FBI Mulder y Scully están a cargo del departamento comisionado para investigar casos relacionados con fenómenos inexplicables. La serie creada por Chris Carter comenzó en 1993 y se ha convertido a su vez en un inexplicable fenómeno internacional que ha generado un culto de proporciones tan asombrosas como inquietantes. Desde Australia hasta Francia pasando por docenas de países, esta renovada versión de Holmes y Watson se ha constituido en la pareja más atractiva y enigmática de la televisión. La serie llegó a la televisión en el momento preciso en que la paranoia conspiratoria se propagaba como un virus de su hábitat natural (las publicaciones subterráneas) a diferentes ámbitos de la cultura popular. En esencia, lo que Mulder y Scully deben demostrar es que hay una variedad de fenómenos (visitas extraterrestres, experimentos genéticos en humanos, monstruos, brujería y poderes mentales...) de los cuales el gobierno estadunidense (y otros) tienen evidencias y sin embargo niegan. Como declara Scully ante un comité del senado, en un episodio reciente de la cuarta temporada, su trabajo consiste en descubrir a las fuerzas que están por encima de cualquier poder u organización policiaca. En toda teoría conspiratoria respetable, siempre hay organismos e individuos que están por encima de las leyes, ya que a menudo son ellos quienes las han creado y las aplican a los demás mortales. Scully y Mulder tratan de desenmascarar a la bestia desde dentro del gobierno, al tiempo que en la realidad una poderosa megacorporación de los media (Fox, del reaccionario Rupert Murdoch) vende su programa como entretenimiento. Lo interesante es que muchas de las ideas que se reciclan aquí forman parte de auténticos credos conspiratorios, de verdades ocultas que grupos marginales han tratado de probar al mundo. Finalmente, estas hipótesis alcanzan a las masas pero en forma de ficción, por lo que podríamos interpretar paranoicamente que el show en realidad forma parte de una sofisticada estrategia conspiratoria para desacreditar viejos y nuevos rumores subversivos.
Fox y Dana
El éxito de la serie se debe sin duda a la elección de los personajes. Por un lado está Mulder, interpretado por David Duchovny, cuyo rostro aparecía a menudo en las portadas de revistas para adolescentes y que actuó en películas como la fascinante metáfora bíblica The Rapture (Michael Tolkin, '91), uno de los mejores road movies criminales recientes, Kalifornia (Dominic Sena, '93) y las aventuras del san bernardo Beethoven (Brian Levant, '92). Mulder es un agente impetuoso, crédulo, paranoico, cuya obsesión por la idea de conocer la verdad (el lema de la serie es La verdad está afuera) le deja poco tiempo para ocuparse de la justicia y lo sitúa al margen de la institución. Por otro lado está Scully, una escéptica agente sobrecalificada, que aparte de ser doctora especializada en patología tiene un posgrado en física. La actriz Gillian Anderson fue la primera elección de Carter para este papel, aunque tuvo que pelear contra todo mundo para dárselo a una actriz sin experiencia que no encajaba en el prototipo de la heroína televisiva. La lógica del programa depende de la tensión entre las cosmogonías antagónicas de los protagonistas. Mulder representa una visión del mundo apocalíptica, milenarista, y es una enciclopedia de conspiraciones, cultos y supercherías, mientras que el trabajo de Scully, una sobreviviente del decadente espíritu del Siglo de las Luces, consiste en encontrar explicaciones a través del método científico y el análisis razonado. A la euforia de Mulder se antepone la frialdad disciplinada de Scully (quien quizá deba su nombre al ovniólogo Frank Scully, autor de Behind the Flying Saucers). La serie fue lanzada a pesar de que nadie en Fox tenía confianza en ella; no obstante, logró mantenerse en el aire por temporada y media hasta que súbitamente el fenómeno se disparó de manera inexplicable. La mayoría de los temas, historias y hasta algunas de las escenas más memorables que han aparecido en los capítulos de Los expedientes X están inspirados en diversas novelas de ciencia ficción, comics y películas (la deuda con el cine de Spilberg es grande). En ese sentido, la serie de Carter no es muy innovadora; en cambio lo es en su estructura: los guiones de cada episodio son extremadamente complejos y requieren de varias unidades de filmación. Además, lo que comenzó como una serie acerca de extraterrestres (como lo era Los invasores), pronto incorporó algunos monstruos (como Kolchak) y conspiraciones gubernamentales. Más tarde aparecieron episodios que eran meramente thrillers y, para sorpresa de los fanáticos, también hubo programas que hacían burla de los mismos temas que daban sentido a la serie. Los expedientes X agrupan cinco géneros en un solo formato. Esta variedad estaba presente en series exitosas del pasado, como La dimensión desconocida y The Outer Limits, pero el formato era de episodios independientes. Lo que faltaba a esas series era continuidad y rostros reconocibles de historia en historia. ¤ Naief Yehya ¤ [email protected]
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