Héctor Aguilar Camín
Zedillo y el PRI

La primera impresión que ofrecen la renuncia de Santiago Oñate y el ascenso de Humberto Roque a la dirigencia nacional del PRI, es que el presidente Zedillo anda en busca del tiempo perdido, tratar de recuperar a su partido como instrumento de política y gobierno, luego de un bienio de distancia. Cabe preguntarse si el PRI es recuperable para la Presidencia o si se ha echado a nadar solo, un tanto irreversiblemente. La paradoja mayor del asunto acaso sea que las condiciones generales de competencia política y las específicas del PRI desdibujan la fuerza de la Presidencia como última tule de la voluntad priísta, y dan lugar, según vamos viendo, a muchas más opciones que la disciplina y la obediencia. De manera que una línea muy rígida de recuperación del PRI para la Presidencia puede tener como efecto no una mayor cohesión sino una más acusada querella interna, con más frecuentes tentaciones escisionistas.

La fuerza de la Presidencia como patrono financiero y último resorte de la voluntad priísta se ha desdibujado en dos facultades básicas, antes discrecionales: la facultad de dar el dinero y la facultad de nombrar los candidatos presidenciales del PRI. La reforma electoral última garantizó generosísimas cantidades para la operación de los partidos políticos, y desligó al PRI, al menos en el nivel nacional, de la antigua condición mendicante de andar pidiendo y recibiendo bajo la mesa y sobre la ley lo que necesitaba para funcionar. El PRI nacional recibirá ahora su dinero de un modo legal y automático, dependiendo no de cuánto quiera darle el presidente, sino de cuántos votos saquen sus candidatos. Los votos, no los presidentes, definirán en adelante los dineros del PRI. Y si el que paga manda, el que no paga, no.

Por lo que hace a la mella de la facultad de nombrar candidatos, la 17 Asamblea del PRI estableció requisitos que retiraron de hecho la condición de presidenciables a casi todos los miembros del gabinete de Zedillo. Se acotó así, drásticamente, el valor y el peso político futuro del gabinete federal, tanto como la facultad presidencial de escoger candidatos entre los colaboradores de alto nivel que nombra y remueve libremente. Esta era la mayor de las facultades discrecionales del presidente y la de mayor poder político: ordenar la contienda por la candidatura presidencial en torno de los personajes que el propio presidente incorporaba a su gabinete sin consulta ni explicación, para luego perfilarlo como únicas opciones de futuro a las que los priístas debían atenerse.

Rotas así, en lo fundamental las correas transmisoras del mando del dinero y el mando de los futuros de la política, ¿es recuperable el PRI para la Presidencia? No hay duda, como lo estamos viendo, de que el Presidente puede todavía remover y nombrar al dirigente nacional de ese partido. Pero no hay duda tampoco de que la dirigencia nacional del PRI es uno de los puestos más volátiles y de más corta duración que ofrece la política mexicana de hoy. Durante el gobierno de Zedillo, que apenas cumplió su segundo año, han desfilado por el PRI tres presidentes. Lo esencial, sin embargo, en este asunto del control o la recuperación del PRI, tiene que ver con las nuevas condiciones de competencia política que vive el país y que tendrán un primer escenario estelar en las elecciones del próximo año. Puede decirse sin temor a errar que el 1997 será el año de un nuevo reparto del poder en México. En primer lugar, por las oportunidades de triunfo de la oposición en el Congreso Federal y en las primeras elecciones que tendrá la ciudad de México desde los años veinte de este siglo. En segundo lugar, porque los ganadores de esas elecciones sean de la oposición o sean del PRI, tendrán un capital político propio, venido directamente de los votantes. Tercero, porque los políticos y los partidos ganadores en 1997 anticiparán, con toda probabilidad, a los ganadores de la Presidencia y el Congreso en el 2000.

Así las cosas, el mañana es hoy. Lo perciben esos priístas que no ven claro el horizonte dentro de su partido y buscan fuera la oportunidad que no encontrarán dentro. Las oportunidades de la vida democrática incluyen ese mercado de ansiosos apostadores. Junto con las ventajas de la representación genuina y las elecciones efectivas, la contienda democrática trae también el aluvión de demagogos y oportunistas, la frecuente popularidad del simulacro y la no infrecuente eficacia de la gesticulación electorera. De acuerdo con la preferencia política o el talante moral de cada quien, puede subrayarse en ese espectáculo el oportunismo descarnado de los actores o la abundancia de opciones para los políticos que quieran actuar a campo abierto. Lo que parece inútil es rasgarse las vestiduras por el espectáculo, como si no fuera inherente a la transición democrática y a la democracia misma. Como en el carnaval, mejor reír que sermonear.

¿Es recuperable el PRI para la Presidencia? No lo creo. Sin poder gobernar su dinero ni diseñar su futuro, la Presidencia podrá acompañar y atemperar al PRI, pero no recuperar su antiguo imperio sobre él. Y a partir de las elecciones de 1997, menos cada día