Si algo distinguió al gobierno de Carlos Salinas fue la maña de juntar la corrupción y las relaciones públicas para el engaño sobre las conductas criminales que más han dañado y ofendido al pueblo de México, al menos desde que Antonio López de Santa Anna vendió la mitad del territoro nacional. Salinas se mantiene en el exilio, aunque a salto de mata, huyendo de los países que temen su contaminación criminal mientras se mantenga fuera de las rejas.
Pero su rasputincillo de importación, coordinador de su presidencia, José Córdoba, ha corrido con mejor suerte. El propio Salinas lo sacó del país, significativamente a raíz del homicidio de Luis Donaldo Colosio. Pudo colarse y circular de nuevo en México, al menos por el momento, por su red de complicidades. Le garantizan la impunidad de la que reiteradamente se jacta, y con la que se burla por sistema de la justicia mexicana y de sus procuradores, lo mismo de los fracasados y despedidos, que del recién arribado.
No sólo trajo la evidente embajada de Salinas. También hace gala de sus mañas para construir nuevas coartadas a su criminalidad; pero lo hace en pequeño. El minisalinato, que pretende instaurar, puede coludir a cómplices importantes. Aunque hoy ya no cuenta con los reflectores nacionales e internacionales, ni con los artificios consecuentes para engañar, que antes podían pagarse desde la montura del saqueo del erario público con la corrupción inaudita que mantiene arruinado a México.
Las nuevas coartaditas de Córdoba buscan el pasaporte para pasar de la criminalidad salinista a la decencia de la ciudadanía mexicana. No han podido ocultar el sello y la frustración de su patrón, Salinas, ante el triunfo histórico de la firmeza y el ejemplo de moral política de Cuauhtémoc Cárdenas. Hizo de su destrucción la razón de ser de su gobierno. La condena de la historia es implacable. El líder nacional de la democracia en México está junto con su pueblo, con un vigor inaudito consolida su indisoluble vinculación de raíz con la patria. Salinas está expatriado en un santuario criminal sin tratado de extradición con México, y Córdoba se la vive en desesperados sainetes buscando su salvación con el minisalinato pretendiendo rasguñar a Cárdenas.
Primero, con su amenaza, tan ridícula como mentirosa, de que el 31 de octubre pasado demandaría al ingeniero Cárdenas, a Ramón Sosamontes y a Jesús Zambrano por ``daño'' a su ``moral''. Enseguida, con su coartadita de editorialista con la que Córdoba se presentó, el miércoles pasado, como ejemplo de moral en el servicio público mexicano, apelando al aval de Arsenio Farell, frente a la ética política del ingeniero Cárdenas avalada por la historia y el pueblo de México.
El éxito de sus coartaditas sólo podría ser ocurrencia de un imbécil. Nacieron muertas. El mismo diario Reforma, en el que las difundió, pulverizó la pretendida moral de Córdoba y el pretendido daño a ella. El 14 de mayo de 1995, documentó públicamente la prostitución con que el rasputincillo organizó el despacho presidencial, su sociedad criminal para el ejercicio abusivo de funciones y el tráfico de influencia, sus vínculos con el narcotráfico, su complicidad en la defraudación al público ahorrador y en la coalición criminal para suspender la vigencia de la soberanía constitucional del pueblo de Michoacán y desatar la violencia en el estado. Con su editorial, ahora el mismo Córdoba acredita su confianza en el diario, y en la veracidad de la denuncia penal correspondiente que presenté en su contra, de su socia Marcela Bodenstedt y de Salinas el 2 de noviembre.
Por cierto, los únicos balbuceos que se registraron en la Procuraduría General de la República no son los que Córdoba me atribuye, sino los de él mismo, cuando la socia ``le sacaba la sopa'' o le ``apretaba las tuercas'', para usar el florido lenguaje de la moralidad weberiano del despacho presidencial que compartía con ella. A diferencia de los que me imputa, los balbuceos weberianos, Bodenstedt-Córdoba, sí son precisables, como los siguientes botones de muestra: B: ``Que no me vayan a tocar esa cejas, ni tus pestañas. ¡Eeh!''. C: ``Te hablo en la noche. ¿Vas a estar en tu casa...''. ``¡Mi amor! ¡Me encantan tus ojos! No es 50-50, ¿verdad?''. C: ``No, no...'' B: ``¡Mi pirata! No te vayas a equivocar de mujer ¡eh!''. C: ``¡Voy a ver dos Marcelitas!''.
Ciertamente, presidí los trabajos de la Comisión de Renovación Moral bajo cuya coordinacíon el distinguido jurisconsulto, Manuel Borja, fue comisionado para redactar el texto --al que Córdoba se refiere tan peyorativamente-- del proyecto de artículos 1916 y 1916 bis de Código Civil que se hizo ley, para establecer la responsabilidad civil por daño moral, gracias a la iniciativa del presidente Miguel de la Madrid. No está de más afirmar que mucho me honro de haber sido distinguido con ese encargo, tanto como lamento el fracaso de las leyes consecuentes por la corrupción con que Salinas y Córdoba llevaron al extremo la ruina del país.
Tampoco está de más precisar que los artículos de referencia protegen a las personas con patrimonio moral, y no a quienes como Córdoba han probado tener cieno en su lugar. Otorgan a favor de aquéllas una acción para reparar patrimonialmente los daños causados por conductas ilícitas. Y no una acción para satisfacer la frivolidad de las coartaditas de Córdoba contra la conducta pública, firmemente apegada a la ley, del ingeniero Cárdenas, al exigir que su investigación y responsabilización debidas prevalezcan sobre su impunidad.
Las grotescas mentiras judiciales de Córdoba también pulverizan sus coartaditas. No sólo se trata del derrumbe cuando con la mayor desfachatez mintió en la Cámara de Diputados al jactarse que demandaría el 31 de octubre, y no lo hizo. Sobre su mentira inicial, el requerimiento judicial de que cumpliese con su jactancia, promovido por el ingeniero Cárdenas y los diputados Sosamontes y Zambrano, lo obligó a presentar su mañosa demanda, aunque con casi un mes de retraso de la fecha ofrecida. Este fue un éxito total de la acción de los requirientes.
En lo jurídico, Córdoba se allanó a la prestación demandada, ridiculizando su absurdo alegato de absolución, aunque volvió a mentir al negar descaradamente ante el juez su jactancia pública. En lo político se doblegó ante la exigencia de revisar en proceso público el valor de su moral, aunque de entrada pareció aceptar que no vale ni un centavo partido por la mitad, al no fijar el monto alguno del daño causado. Sin embargo, la demanda sigue siendo una mentirosa jactancia para cualquier efecto legal, toda vez que por sus defectos, presumiblemente deliberados, el juez se negó a admitirla y Córdoba anunció un recurso improcedente, el de ``apelación'' para combatir la negativa del juez.
Para rematar sus coartaditas, Córdoba complementó su editorial, maquillándose de decencia y aceptación ciudadana, al presentarse como foco de irradiación en un cocktail de la intelectualidad que Salinas utilizó como cabús de su aparato de relaciones públicas.