Hace unos días, el Consejo Universitario de la UNAM aprobó la transformación de su Centro de Ecología en el ahora Instituto de Ecología de la UNAM. Quiero repetir aquí algunos de los argumentos que esgrimí en la sesión en que esto ocurrió, pues creo pueden ser de interés para la creación de grupos sólidos de investigación en el país.
Este nuevo Instituto se formó como un grupo, dentro del Instituto de Biología de la propia UNAM, bajo un esquema poco frecuente en México que incluía lo siguiente: Dado que no había propiamente instituciones sólidas en donde formar investigadores jóvenes en esta área, se seleccionó; no se tomaron a tontas y a locas a quienes quisieran, a un buen número de ellos y se les envió a las mejores instituciones del extranjero a obtener el doctorado. Se esperó a que regresaran, y con persistencia y paciencia se fue formando el grupo; no se aceleraron los tiempos; con trabajo y entusiasmo se esperó a que el grupo estuviera formado, para iniciar un programa de doctorado en esa área en la UNAM. El trabajo se inició buscando metas claras y el impacto internacional, no obstante que los temas de estudio pueden considerarse más bien locales. Los resultados fueron produciéndose poco a poco, pero los esfuerzos no se escatimaron y la persistencia fue admirable. El resultado: en unos años, que ni siquiera fueron muchos, el grupo se consolidó al grado que se hizo más que justificable crear un Centro de Ecología, que tampoco se durmió en sus laureles. Ese, en un principio pequeño centro, creció y continuó su consolidación hasta convertirse en uno de los mejores del país, con un prestigio que rebasa nuestras fronteras y es equiparable a cualquiera de los mejores del mundo. Es así, en breves palabras que la UNAM ha generado un excelente Instituto de Investigación, cuya creación debe ser motivo de orgullo y regocijo, no sólo para los universitarios, sino para el país. Además, cuenta ahora con uno de los programas de posgrado en Ecología de mayor eficiencia y calidad de México.
Es justo reconocer el valor del esfuerzo conjunto de los iniciadores del grupo, entre quienes destacan importantes investigaciones y promotores, pero injusto sería no reconocer el mérito de quien generó la idea, la persiguió con sus ingredientes fundamentales de perseverancia, paciencia, entusiasmo y trabajo, y logró comunicar a un grupo cada vez más amplio estas mismas características. No sé cuándo José Sarukhán concibió esta idea, pero sin descuidarla un momento, logró el desarrollo de este nuevo Instituto de Ecología de la UNAM, que ya ha dado y seguirá dando frutos de gran valor para la investigación científica de México.
El desarrollo de este Instituto contrasta con la creación de muchísimos que se han generado o intentado generar en México, que suelen organizarse a veces de membrete, y muy frecuentemente débiles, sin líderes académicos, casi todos basados menos en la realidad y más en la esperanza de que el tiempo y sólo el tiempo los componga. Ojalá que este ejemplo cunda y sirva de modelo para la creación de tantos otros grupos, en tantas otras áreas de investigación que el país no cultiva, o cultiva en forma timorata o ineficiente. Obviamente que tarea semejante no es fácil, en especial en nuestro medio, que parece estar intencionalmente desorganizado con el fin de bloquear el desarrollo de la investigación científica y en el que se confunden las metas, las ideas, los fines, los mecanismos para lograrlo. Pero dentro de la fortaleza de la UNAM en muchas áreas, entre las que destaca su capacidad en la investigación científica, tales obras son posibles; ojalá que también este modelo fuera adoptado por muchas otras universidades del país, para lograr un mejor y mayor desarrollo de una infraestructura en investigación, que tanta falta nos hace.