Ruy Pérez Tamayo
Elogio del Rector José Sarukhán

Conocí a José Sarukhán (JS) cuando era director del Instituto de Biología de la UNAM y presidente de la Academia de la Investigación Científica, creo que en 1983-1984. Me invitó a conocer y comentar una de las versiones iniciales de lo que finalmente se aprobó como el Sistema Nacional de Investigadores; el secretario de Educación de entonces, Don Jesús Reyes Heroles, había pedido a la Academia que la preparara y JS estaba recogiendo opiniones sobre ella entre algunos miembros de la comunidad científica. Nos hicimos amigos instantáneos, y nuestro trato ganó en cordialidad y admiración conforme fuimos identificando cada vez más áreas comunes: melomanía, bibliofilia, amor por la docencia, espíritu universitario, devoción por la ciencia, dedicación a la cultura, fe en México, etcétera.

En esos años ingresé a la Junta de Gobierno de la UNAM y en 1989 elegimos a JS rector. Recuerdo el momento en que lo visitamos en la Coordinación de la Investigación Científica para informarle de su nombramiento: su primera reacción, al registrar lo que había ocurrido, fue de gran sorpresa mezclada con inmensa alegría, pero un par de minutos después ya había recuperado el control y con naturalidad y eficiencia se hizo cargo de la nueva situación. En los ocho años de su rectorado JS nunca perdió esas tres cosas: control, naturalidad y eficiencia. Su programa de trabajo fue amplio y polifacético, pero se centró en un solo objetivo general: la academización de la UNAM. Como miembro de la Junta de Gobierno tuve oportunidad de verlo actuar de cerca en distintas situaciones varias veces al mes, algunas formales y otras no tanto, desde 1989 hasta que salí de la Junta, en 1993. Estuve cerca de él en el momento que considero más difícil de su gestión, cuando se vio forzado a retirar su propuesta sobre las cuotas de la universidad, cuando ya la tenía prácticamente ganada, así como en varios de sus muchos logros más satisfactorios. En todas estas situaciones siempre conservó su mismo espíritu sereno, su buen juicio, y su atención y respeto a las opiniones de los demás. Pero lo que era sobresaliente de su actitud era su inquebrantable interés prioritario en la UNAM; siempre lo vi actuando en favor de los mejores intereses de la universidad y no recuerdo una sola decisión, o siquiera un solo gesto, en favor de sus intereses personales.

La rectoría de la UNAM es una posición que pone a prueba la resistencia física y el carácter de cualquiera, sobre todo cuando se asume con la conciencia de que se está manejando a la institución académica y cultural más importante no sólo del país sino de toda América Latina. Las fuerzas políticas, tanto internas como externas, saben muy bien el botín que representaría conquistar la hegemonía en la UNAM y desde hace mucho tiempo han luchado por lograrlo, usando toda clase de artimañas y asestando todos los golpes bajos que han podido. Por fortuna, los rectores de la UNAM de los últimos 50 años (los de mi experiencia personal) han sabido resistir y defender la autonomía y la pluralidad académica de la institución.

JS fue ejemplar al respecto: le tocó acceder a la rectoría después de los tormentosos últimos dos años del doctor Carpizo, con el mandato de realizar un Congreso Universitario, pero lo llevó a cabo con todo éxito y logró que la UNAM saliera enriquecida de tan difícil episodio. Se encontró con una comunidad académica ninguneada por la burocracia y pésimamente remunerada, y logró recuperar para ella su sitio genuinamente prioritario dentro de la institución y encontró mecanismos para mejorar sus ingresos, introduciendo de paso el concepto de ``estímulos a la productividad'', que no es perfecto pero que representa un adelanto sobre las estrategias anteriores, basadas en la antigüedad y el escalafón.

Siempre persiguiendo la mejoría académica, JS instituyó el Programa de Apoyo a la Investigación Científica y a la Tecnología Educativa, que derramó millones entre los investigadores universitarios, destinados a financiar los proyectos de investigación aprobados por comisiones dictaminadoras formadas por expertos. Creo que JS presidió y habló en más actos académicos de la UNAM que todos los rectores previos, y siempre lo hizo con la misma dignidad, la misma eficiencia y la misma propiedad con las que reaccionó ocho años antes, cuando le anunciamos que había sido nombrado rector. En esos años mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de conocer y tratar a Adelaida, la esposa de JS, y a sus dos hijos, y naturalmente también nos enamoramos de ellos.

Otra característica del rectorado de JS fue la atinada selección de sus colaboradores, tanto cercanos como no tanto; en mi opinión, siempre escogió a los mejores, a los más experimentados, a los más inteligentes y a los más universitarios, y los apoyó sin reticencias. Se ha criticado que JS no logró disminuir la burocracia en la UNAM, pero aparte de que ésta es una opinión no documentada, en alguna ocasión JS señaló que si se eliminaran los trabajadores de confianza la UNAM se colapsaría, porque son los que realmente trabajan y la sacan adelante. También se ha dicho que en la rectoría de JS no hubo apertura al diálogo, pero a esta crítica no le encuentro sentido, porque siempre que yo quise verlo o hablar con él pude hacerlo, y lo mismo ocurrió durante ocho años con muchos otros universitarios.

JS ha sido, otra vez en mi experiencia de 50 años, el mejor rector que ha tenido la UNAM, y conste que en ese lapso ha tenido otros muy buenos y excelentes. La UNAM es una institución generosa y a través de su historia casi siempre ha sabido encontrar entre sus hijos a los mejores para que la dirijan. Estoy seguro de que en esta ocasión hará lo mismo. Pero el nuevo rector tendrá que ser no sólo muy bueno y excelente, sino hasta extraordinario, para llenar el puesto que JS ya habrá dejado cuando se publiquen estas líneas. Sólo me resta decirle a JS que, como muchos otros universitarios, yo estoy muy orgulloso de que por ocho años haya sido nuestro rector y que ahora regrese a ser (lo que realmente nunca dejó de ser) mi admirado y buen amigo, y que anticipo con placer algunas tardes futuras comentando algún concierto que distrutamos juntos, algún buen libro reciente, y algún proyecto en el que podamos colaborar para beneficio de nuestra querida UNAM.