Al México de finales de siglo lo atraviesan contrastes y paradojas que expresan las formas compleja en que se imbrican tendencias de signo diverso y aun opuesto: el cambio y las resistencias; lo urbano con lo rural; lo nacional con lo local y comunitario; la apertura del país al mundo con los valores nacionales; las tendencias a la individualización extrema con la homogenización de carencias, incertidumbres y expectativas.
El nuevo rostro de la sociedad mexicana no responde a una sola lógica ni se conforma de acuerdo a patrones predecibles. Es un mosaico abigarrado de pasado con presente y atisbos de futuro.
Se trata de una sociedad de más de 90 millones de personas, de las cuales para dentro de unos cuantos años el 80 por ciento residirá en espacios urbanos. Una sociedad que --como otras-- duda de la política y de los partidos como opciones viables de cambio, pero que cuando cree que su voto será decisivo acude a las urnas, como lo puso de manifiesto el 77 por ciento de participación en las elecciones presidenciales de 1994; que es creyente pero laica en sus expresiones políticas; que condena la corrupción pero la acepta como un mecanismo de sobrevivencia social; que se ha vuelto incrédula y escéptica pero que sigue siendo solidaria y que es capaz de comprometerse en acciones de carácter colectivo.
Se trata de una sociedad compuesta por clases en proceso de recomposición, por sectores integrados al cambio y otros descolgados de sus beneficios, por actores emergentes que quieren hacer escuchar sus demandas y planteamientos y que, para conseguirlo, se organizan y movilizan, por élites tradicionales y modernizantes, por fuerzas sociales que se oponen coherentemente al estado de cosas existente y por grupos que se mueven en la ilegalidad para sacar provecho de la inestabilidad y el temor.
La sociedad ha sido impactada por la crisis y el retroceso en los niveles de vida, el crecimiento del desempleo y la economía informal, el aumento de la inseguridad pública y la violencia, los escándalos de corrupción y los crímenes políticos... Están presentes tendencias que favorecen la desorganización y la polarización.
En sentido opuesto influyen la universalización de los derechos humanos, de la democracia y de la preservación del medio ambiente; las más estrechas relaciones con diferentes culturas y formas de pensar que trae consigo la internacionalización de la economía y las comunicaciones; los ánimos gregarios y participativos de los actores emergentes; la reivindicación de la ética y de la verdad en los asuntos públicos...
En el marco de estos procesos y tendencias, los diferentes grupos y organizaciones sociales se hacen presentes en la vida cotidiana del país, con sus valores y aspiraciones, con sus necesidades y demandas, a través de canales de comunicación y actuación propios o alternativos, incidiendo con diferente peso y dirección en los procesos de transformación nacional, entrelazando las agendas particulares con los grandes temas de la agenda nacional.
Hoy son demandas sentidas: el apoyo a la educación y la formación profesional; la preservación y mejoramiento de los sistemas de asistencia social; la creación de empleos bien remunerados y la defensa de la ocupación; el respeto a las formas propias de organización que se dan los grupos sociales, la existencia de canales de participación efectiva en los asuntos que afectan o interesan a la sociedad; la denuncia ante acciones arbitrarias o discrecionales; el derecho a la movilización y a la protesta; la presencia en los medios de comunicación...
En medio de carencias y rezagos acumulados, de inercias y resistencias al cambio, los mexicanos de este fin de época generan sus formas de hacerse presentes en las transformaciones que definen el nuevo tiempo mexicano. He aquí uno de los datos mayores de nuestro accidentado proceso de modernización.