Mario Núñez Mariel
José Córdoba Montoya: el misterioso mentiroso

En un acto de cinismo sin precedentes, el pasado miércoles 11 de diciembre, José Córdoba publicó en el diario Reforma una diatriba exculpatoria donde pretende darnos una lección de derecho constitucional a los mexicanos, siendo que demostró ser un mentiroso y un farsante cuando se hacía llamar ``doctor'' sin serlo. Y con ese antecedente probado de ser un impostor académico -que así lo dictaminó la universidad donde hizo sus estudios con claridad meridiana, puesto que Córdoba no presentó su tesis doctoral-, se atreve a darnos lecciones de moral y hablar de principios de decencia.

A lo largo de casi todo el sexenio de la indecencia salinista, Córdoba, en su calidad de segundo de a bordo y pilar ideológico de esa misma indecencia, se hizo llamar por propios y extraños como ``el doctor'', y ahora pretende, semejante usurpador de títulos y de poderes, que le creamos una sola palabra los millones de mexicanos que sufrimos las consecuencias de la quiebra general del país.

A la que llegamos gracias a los consejos del autodenominado ``doctor'' en las inocultables orejas del ex presidente que, en su infinita inseguridad de mandatario usurpante al acceder al cargo por medios fraudulentos, y aterrorizado por su extrema ignorancia en los asuntos mundiales y nacionales para asumir la jefatura de Estado, no podía prescindir de la ayuda intelectual de su ``doctor'' político de cabecera.

En una sola cosa Córdoba tiene razón en su larga y cínica autodefensa contenida en el artículo de referencia, efectivamente son muchos, más de los que él se imagina, los sectores de la población que tienen ``motivos legítimos de irritación y reclamo''. Lo que Córdoba no dice es que esos motivos de reclamo son, entre otras cosas, contra las políticas criminales de miseria impuesta por decreto y el autoritarismo que caracterizaron la gestión gubernamental que él representó como virtual ``primer ministro'', en términos por demás metaconstitucionales. Aunque podría argumentarse con razón: ``la culpa no la tiene el indio sino quien lo hizo compadre''.

Ciertamente, la responsabilidad histórica de que Córdoba haya usurpado poderes gubernamentales en materia de política económico, de política interna y de política exterior es de Carlos Salinas de Gortari. Pero eso no exonera a Córdoba de su responsabilidad histórica por haber malcogobernado un país que no era el suyo y del cual obtuvo la ciudadanía en condiciones por demás irregulares, si no es que ilegales.

Pero más allá, Córdoba es responsable, al igual que su jefe y mentor, de haber conducido el gobierno más corrupto y caligulesco de nuestra historia, y resulta imposible creer que Córdoba no se benefició de ello. De la misma manera, sería ingenuo creerle que no supiera que su amaciato con Marcela Bodenstedt implicaba un riesgo de Estado y de seguridad nacional, que el problema en este caso no son las enaguas sino el narcotráfico.

Acaso Córdoba no sabía en qué cueva de ladrones se había metido; siendo que es un maniático del control de la información siguiendo el principio de la información al poder; siendo que tenía relaciones privilegiadas con los organismos de inteligencia mexicanos; siendo que se comportaba como una especie de Beria del salinismo y mantenía su propio aparato de inteligencia; siendo que mantenía relaciones también privilegiadas con los servicios de inteligencia de Estados Unidos, de las que poco sabemos; siendo, en fin, que sabía, incluso antes de acceder al poder, que las elecciones de 1988 habían sido fraudulentas y que, por tanto, el poder que ejercían Salinas y él era ilegítimo.

Córdoba lo sabía, era totalmente consciente de que su papel era de complicidad absoluta con el régimen que lo había impuesto, y como en toda mafia que se respete, la responsabilidad del atraco es compartida. De la misma manera, Córdoba siempre supo que las privatizaciones de las que era uno de los principales ideólogos e impulsores se hacían en condiciones totalmente irregulares, en la más total de las corruptelas, bajo el tráfico más descarnado de influencias y donde la utilización de información privilegiada, que muy posiblemente Córdoba mismo les pasaba a los interesados, era la práctica corriente. Así como sabía hasta qué extremo llegaban los ilícitos y la indecencia de la familia Salinas. Por supuesto que Córdoba sabía todo eso y mucho más, pero resulta que el gran mentiroso, en este caso por omisión, prefiere de todo ello ni proferir palabra, pretende ignorar que tanto peca el que mata la vaca como el que le amarra la pata, y usa su tiempo para explicarnos que era el mejor amigo de Colosio, a sabiendas de que éste se encuentra, por razones obvias, imposibilitado de decirle a la mexicana: una vez más, mientes con todos los dientes.