Alberto Aziz Nassif
Desbandada y dedazos
Preámbulo: La ``sana distancia'' que tendría el presidente Zedillo de su partido y el discurso de ``respeto'' a la dinámica interna, son nuevamente contradichos por las prácticas que muestran otra realidad. Usted como yo nos preguntamos cómo obtuvo Roque Villanueva (campeón del mayoritero legislativo) la dirección del PRI; una crónica periodística lo retrata así: le pregunta el presidente Zedillo a Roque: ``Humberto, ¿cómo va el partido?
--``Bien, señor.
--``Pero puede ir mejor... Encárgate de eso''. (La Jornada, 14/XII/96)
Hay dos aspectos importantes que en estos días han expresado una nueva faceta de la crisis del partido de Estado: la desbandada de sus militantes que en las últimas semanas ha dejado de ser una sorpresa, porque prácticamente todos los días algún militate del PRI anuncia su salida (en la última fase, Manuel Camacho, Alejandro Rojas, Dante Delgado, Salvador Ramos, Layda Sansores, Virginia Betanzos, Francisco Luna Kan, etcétera); y por otra parte, la tesis errónea que muestra la salida de Santiago Oñate de la dirección nacional, no sólo por el dedazo, sino por los supuestos motivos de su ``renuncia''. Ambos problemas son claramente indicadores de la situación por la que atraviesa la clase política priísta.
Durante varias décadas el PRI y sus versiones anteriores, PNR y PRM, lograron mantener un núcleo básico de intereses, negocios y de grupos políticos, a pesar de que no faltaron nunca rupturas y divisiones, desde Vasconcelos a fines de los años veinte; luego Almazán a fines de los treinta; Padilla a mitad de los cuarenta; Henríquez Guzmán en los años cincuenta, y por supuesto, la división más importante, la del cardenismo en los ochenta. Hay en todas las divisiones una doble pugna, de poder y de proyecto. Hasta antes del caso de la Corriente Democrática, las rupturas fueron asimiladas por el sistema político dentro de márgenes muy aceptables de disidencia interna en un sistema de partido casi único. El cardenismo sí logró poner en jaque al sistema priísta, no sólo por el fraude salinista de 1988, sino porque se convirtió en una opción estratégica para empujar la democratización del sistema. Hoy el PRD ha dejado de ser un partido acosado por el poder presidencial y, a pesar de sus fuertes pugnas internas, resulta una opción viable para muchos militantes del PRI que ya no caben, tanto porque no logran posiciones y candidaturas, o porque ya no comparten la política del presidente Zedillo.
El caso de Layda Sansores perfectamente se puede entender en un contexto de fuerte pragmatismo de ambas partes. La senadora ha ganado un cierto capital político por posiciones críticas y votos en contra de la línea de su partido; deja el PRI y se va al PRD, el cual ante la posibilidad de tener su primera gubernatura, Campeche, le abre las puertas y la hace su candidata sin mediar ningún procedimiento democrático, con lo cual el PRD muestra que es un partido que necesita todavía una buena dosis de institucionalización democrática interna para no repetir los dedazos priístas como el de Campeche.
Mientras el PRI pierde militantes todos los días y votos en cada elección, algunos priístas piensan que el problema es interno, que basta cambiar a la dirección, como en los viejos tiempos, para que las cosas se arreglen. Pero la novedad es que tanto la pérdida de votos como de militantes se debe a realidades externas que están fuera del control priísta; ésa es la realidad que marcan los tiempos que vivimos: la competitividad electoral, la participación ciudadana, la pluralidad social, la fatiga de los votantes frente a la misma opción de 67 años en el poder, la falta de un proyecto de desarrollo que integre a la mayoría y no sólo a unos cuantos, es decir, ese más de lo mismo, que se repite de forma obsesiva todos los días, tiene al priísmo en crisis. Por supuesto que cada dirigente que se va tiene detrás problemas diversos y en el caso de Oñate la lista no es corta: desde las resoluciones de la XVII Asamblea hasta la derrotas electorales en Guerrero, Coahuila y el estado de México, pasando por las múltiples renuncias y el desafortunado ``destape'' en Nuevo León. Si de ahora en adelante la eficiencia de los líderes del partido se va a medir por los triunfos electorales, la estancia de Roque va a ser tan corta como lo que falta de aquí al próximo 6 de julio de 1997.