Teresa del Conde
Leonora en la GAM

Entre acrílicos, óleos, acuarelas y dibujos la Galería de Arte Mexicano expone hasta fines de enero 36 obras de Leonora Carrington, varias de las cuales no se habían exhibido, bien fuere porque es difícil obtenerlas en préstamo o bien porque son de reciente factura. Estas últimas llaman poderosamente la atención porque representan la continuidad en la trayectoria de una artista cuyas obras conocidas más tempranas fueron realizadas en Europa hacia mediados de los años treinta, posteriormente a su presentación en la corte del rey Jorge V de Inglaterra que tuvo lugar en 1935. La experiencia del baile que se ofreció en su honor se encuentra recogida en una de sus short stories, ``La debutante'', ya allí se encuentran prefigurados algunos de los rasgos iconográficos que, bajo codificaciones distintas, aparecen en su bestiario pictórico y en su elenco de personajes.

Para mí, la pieza más importante de todas las que se exhiben es un cuadríptico al óleo sobre madera, Tetramaze, realizado este año. No es fácilmente descriptible, pero se desarrolla teniendo como fondo una serranía que guarda alguna similitud con la que circunda la ciudad de Monterrey, casi privada de vegetación perfilándose contra un cielo luminoso. Varios personajes parecen efectuar allí una acción ritual y muchos de ellos, tres en primer término y los demás en lontananza, son candelabros humanos --sin cabeza-- que por su función semántica, no por sus formas, recuerdan un cuadro de 1938, El almuerzo de Lord Candlestick. Hay en la pintura un laberinto presentado a moda de lápida sobre un pedestal, la estructura tiene forma de busto con la cabeza redonda (cosa que permite la inscripción del laberinto) encontrando su compensación en el plumaje desplegado de un pavorreal, no enardecido, sino ``loco'', ante el que uno de los candelabros humanos, único sin la mecha encendida, despliega un lienzo blanco que puede recordar el velo de La Verónica. Dos personajes a la izquierda son mujeres portando tocado alto en forma de gato y se ocupan de vigilar un pájaro nada benigno atrapado en una red, del lado izquierdo. A la derecha, dos perros que descienden la pendiente parecen perseguir a un tercero que se dirige al punto donde se encuentra el pavorreal.

No veo para qué describir el cuadro como no fuera para explicármelo a mí misma. Es inquietante, y al recordarlo lo memorizo, de algún modo lo hago mío. A diferencia de otras pinturas que datan de épocas anteriores, ésta es muy delgada, los pigmentos se encuentran bastante diluidos y el dibujo sobresale sobre los efectos pictóricos. Recordando otras obras entiendo el porqué de la opción (que es, desde luego, muy afortunada). Leonora ha dibujado bastante de un par de años a la fecha. Como una joven se encuentra inaugurando nueva etapa creativa. Miro con detenimiento en la galería los dibujos y acuarelas. Desde luego unos son mejores que otros. Así: Monsieur 94 (referido a su gato predilecto) es muy libre, muy moderno. Esfinge, de 1991, es en cambio un dibujo bastante débil y Seance con caballo, un performance en torno de la tabla güija, de 1996, es sin duda mucho mejor pese a que reitera en demasía ciertos rasgos que en ella se volvieron maniera. Buena maniera, sin duda. Tango de 1994, donde combina lápices de colores con acuarela, es simpatiquísimo (hasta es posible imaginar la música) e Internet es al mismo tiempo cómico y angustiante pues el satélite comunicador es una explosión parecida a las descripciones del Bing-Bang. Además aparece allí un perro mecánico de expresión claramente amenazante, una mujer obsesa que parece salida de Los locos Adams, unos mirones y un impávido ingeniero que es quien rige los destinos al parecer incontrolables del mundo electrónico. Se exhiben cuatro esculturas que pertenecen al proyecto Libertad en bronce. Ya habíamos tenido oportunidad de verlas en el MAM.

La iconografía de Leonora se presta a imaginarse cosas... a hacer narrativa con ella. Por eso siempre resultará fascinante para muchas personas, si bien sabemos que la pintora es ajena a su posible público. Pinta o dibuja porque quiere y porque puede. Unas veces el resultado es de delicadeza e ingenio sumo. Otras no tanto, por más que su imaginario excéntrico siempre resulte interesante, crítico tal vez y extrañamente actualizado. Repito: no es interpretable, salvo cuando incorpora alegorías que ella misma ha pergeñado a través de sus conocimientos ocultistas o cuando logramos intuir que se está refiriendo a situaciones actuales.

Y aún así.

PD. Terminado de redactar este artículo, apareció el pasado miércoles en esta sección un texto de Jorge Alberto Manrique sobre Carrington. No es la primera ni será la última vez que coincidamos en la elección de tema para una nota, ni en las opiniones que emitimos. Son estas convergencias las que van creando consensos en la crítica de arte por más que quienes solemos dedicarnos a este menester no nos lo propongamos así.