La reciente aprobación por el Congreso Mexicano de la iniciativa de ley sobre no pérdida de nacionalidad muestra un gran adelanto de México en dar respuesta a las necesidades y aspiraciones de quienes han emigrado a otros países, particularmente a Estados Unidos.
No obstante que la emigración mexicana ``al norte'' ha sido por décadas un asunto prioritario en la agenda bilateral, no lo era de la agenda nacional. En el mejor de los casos, el abuso y la discriminación contra los inmigrantes sirvieron aquí no para promover su dignidad y bienestar, sino para denunciar las políticas racistas de Estados Unidos.
Ahora, por fortuna, hay un cambio significativo en la visión y actitudes hacia los hombres y mujeres que han emigrado. Su número y creciente relevancia en la sociedad, la economía y la política estadunidense los ha convertido en un factor clave para el desarrollo de Estados Unidos y de México.
Esta realidad alienta y fortalece a nuestro país, en tanto que preocupa e infunde temores a nuestros vecinos, no obstante los grandes beneficios que les entrega. Parecería que el Destino Manifiesto se revierte en su parte social y cambia de significado: ``Norteamérica para los mexicanos'', o bien, ``¡Pobre Estados Unidos, tan lejos de Dios y tan cerca de México!''.
Por ello, desde hace rato las campañas y legislación norteamericanas contra inmigrantes llevan como principales destinatarios a residentes mexicanos y a México. Para quienes creen que el predominio de la raza, la cultura y el poder anglosajones define la identidad y unidad de la nación, contener lo mexicano, y por extensión, lo latino, es de vital importancia.
A la vez, el alto número de inmigrantes procedentes de México y el resto de América Latina despierta incertidumbre y malestar entre la población no latina de Estados Unidos. Tales sentimientos son en gran parte infundados o exagerados, mas no dejan de ser comprensibles y legítimos.
De la popularidad de ritmos y cocinas al extendido uso del español y lenguas indígenas, los mexicanos y el resto de los latinos están cambiando de manera visible y contundente el tradicional american way of life anglosajón. Esto representa un enriquecimiento social y cultural para un país que se enorgullece de ser una nación de inmigrantes. Sin embargo, persiste en amplias capas de ciudadanos el temor de que lo ``extranjero'' termine imponiéndose a lo ``americano''.
En este contexto es imprescindible que México lleve a cabo un serio plan de comunicación en Estados Unidos para explicar los propósitos de la ley de No Pérdida de Nacionalidad y responder a las preocupaciones y reservas que ha comenzado a generar.
Los inmigrantes deben conocer a fondo tanto las bondades de la ley, como los efectos negativos que pueda suscitar contra ellas y ellos por parte de organizaciones y gobernantes xenofóbicos y, sobre todo, de grupos sociales propensos al recelo y la animosidad hacia comunidades originarias de otros países.
De igual manera, dirigentes latinos y afroestadunidenses y, en general, líderes políticos y sociales de las regiones donde existe una fuerte concentración de inmigrantes mexicanos, deben recibir un claro mensaje: la ley favorece, no perjudica, los mejores intereses de los pueblos mexicano y estadunidense.
En una lectura apropiada, la Ley de No Pérdida de Nacionalidad constituye una visionaria medida que responde a la necesidad de proteger la dignidad y derechos de hombres y mujeres que son fuente de vida nueva para Estados Unidos y México. Medida visionaria, también, para dar al proceso de integración global, del que forma parte sustantiva el flujo de personas y culturas, la dimensión solidaria y humanista que tanto le hace falta.