Luis Linares Zapata
Discrepancias

La tensión al interior del PRI ha crecido en forma exponencial y corre en paralelo con las condiciones de vida de la población afectadas por la conducción del gobierno, los escándalos y el fortalecimiento de la oposición. Se inició con el forcejeo por entender y luego llenar los huecos dejados por la ``sana distancia'' entre el partido y su llamado ``líder nato''. Tensión que creció y se hizo presente cuando los demás partidos le manoseaban, como nunca antes, el reparto escénico. Luego se alimentó con las rivalidades de sus bases y cuadros intermedios, resentidos por lo que llamaron el arribismo de una tecnoburocracia que se les encaramó en las posiciones de mando. Las cuestiones ideológicas, casi siempre menospreciadas, comenzaron a tomar densidad por los sedimentos nacionalistas que aún prevalecen en el imaginario del institucional. Pero ahora se sospecha lo peor. Con fundamento en las urnas salta a la vista una fatídica indiferencia y desapego por parte de los otrora fieles votantes.

En ese transcurrir de sobresaltos y dolores, el PRI ha visto pasar por sus oficinas, y en sólo dos años de la presente administración, a tres presidentes y una mayor cantidad de cuadros directivos. No bien se apoltronan en sus asientos del Comité Ejecutivo Nacional cuando los reacomodos les imponen la tarea de desechar biografías, rehacer planes, diseñar consignas y buscar otros compañeros de fortuna.

El diagnóstico que sustenta tales movimientos parece quedar en la penumbra de las decisiones cerradas.

No se sabe, a ciencia cierta, de qué naturaleza fueron los errores o dónde se borraron los rastros del rumbo. De repente, como si todo ello fuera un tinglado de ajedrez o respondiera a impulsos del ciberespacio, unos actores de reparto entran y varios de los protagonistas conocidos salen de pantalla. Las razones esgrimidas en la difusión poco apuntalan u orientan sobre la naturaleza de los acontecimientos.

Con olímpico desdén por el juicio colectivo los hechos se suceden sin explicación coherente y confiable.

El resultado no sólo se confina a retocar la pérdida de interés de los ciudadanos comunes, sino que deja en el desamparo y la indefensión a sus mismos militantes que vagan, buscando en las columnas periodísticas, los pedazos de su fragmentada información.

Los hechos consumados generan, sin embargo, su propia historia y explicación. No necesariamente ellos cuentan la misma versión que sus directores quisieron circular. La lógica de los cambios en el PRI habla de convulsiones efectivas que no han recibido, por impertinentes, el adecuado diagnóstico. Lo que aparece como la intención de reponer un liderazgo tocado por las fricciones entre sus cuadros de mando, en la realidad se comienza a desdoblar hacia las profundas afectaciones experimentadas en la base. Es un malestar efectivo que se viene trasminando a través de los votos contrariados lo que emerge de un cuidadoso análisis de los acontecimientos y no las carencias o los alcances mermados de un dirigente. Lo que alcanzan a dibujar las señales emitidas hablan de una disidencia entre las formas, los modos y las aspiraciones del priísmo de base respecto de las políticas oficiales.

La tensión entonces se ubica entre los polos de la ecuación: las bases y los simpatizantes priístas respecto del conductor de las políticas públicas que los están afectando. Los síntomas que afloran apuntan hacia un agotamiento de los cuadros medios que no logran llevar a término su función básica de correas de transmisión de abajo hacia arriba porque los utilizan como contenedores para aplacar inquietudes y sobresaltos. El mensaje que llevarían, de cumplir con su oficio, contiene cifras, pesares y sentires sumamente molestos al poder. Las cúpulas del PRI han utilizado a sus militantes para sostener una manera de gobernar que los está aniquilando como operadores sociales. Al mudar tan seguido de presidentes la instrucción se transparenta. Lo que se intenta reponer entonces es una pieza de control y no otra de real liderazgo. Lo urgente es un conducto para uniformar, para conciliar el mandato vertical con los mínimos reflejos de defensa popular mientras llega el goteo de la recuperación anunciada y siempre pospuesta. La respuesta se dará, con toda la atingencia y sin equívocos, en el 97 de todas las expectativas.