Las esculturas de Sebastián pueblan plazas, calles, universidades, vestíbulos de edificios, son insignias urbanas, abren museos y se encuentran, como la Cabeza de caballo , en los entrecruces más conspicuos de las ciudades.
Sus exposiciones se multiplican en galerías y museos, conteniendo no sólo sus más conocidas piezas en fierro pintado, sino obra volumétrica en otros materiales, dibujos, grabados... Por todo ello --aunque desde luego más por su obra pública-- Sebastián es una presencia real en el mundo artístico de hoy y en los contextos urbanos.
Ahora un libro (uno más, vale decir, pero con cualidades y calidades específicas) da cuenta de lo más destacado de la desbordante tarea del artista. Sebastián, libro coordinado por Ida Rodríguez Prampolini, realizado por Américo Arte Editores para el Banco Bital (lo que por desgracia implica una distribución ``cerrada'', como suele ser en esos casos). La introducción es de Carlos Fuentes y se refiere a la disyuntiva modernidad-posmodernidad como lecturas posibles del trabajo del escultor, de su ``geometría sometida a un signo poético''. Ida Rodríguez Prampolini en su prólogo, que explica el contenido del libro, alude al sentido de la geometría en la obra de Sebastián como un proyecto de salvación del caos actual, tanto en la vida como en el arte.
Roberto Vallarino, al hablar de las raíces chihuahuenses del artista y de sus experiencias y visiones tempranas, sienta la base para lo que entiende como un destino dado en su origen. Otro texto del mismo poeta se pregunta por el modo y el cómo de los ``transformables'' del escultor, que tanto espacio han tenido en su quehacer, relacionándolos en su peculiaridad con las experiencias cinéticas del arte de este siglo.
Durdica Ségota trabaja sobre la relación imposible y posible de alguna obra de Sebastián con la escultura prehispánica, esa referencia válida, pero no copia sino apenas sugerencia.
Enrique X. de Anda se ocupa de los modos específicos en que el artista maneja la matemática, la geometría y la topología para alcanzar lo personal de su creación; mientras que Ferruccio Asta se refiere principalmente a esa línea reciente de su trabajo, llevada adelante en estrecha colaboración con Daniel Goeritz, que son las esculturas ``fractales'' (Esculturas cultivadas se llamó su exposición en el Museo Tamayo en 1995). Por mi parte tuve a mi cargo hablar de su escultura urbana, sin duda la parte más visible de su quehacer, aquélla que por su carácter está más en la conciencia de todos.
Un libro como éste, de muy buen diseño y magnífica impresión, es un objeto que reúne personas de condiciones y cualidades diversas. Primero el artista, que anda en calles, plazas, museos y colecciones y que aquí es parcialmente recogido. Luego los textos, que dan cuenta del hombre y de su quehacer, de sus cómos, dóndes y cuándos, pero que también da cuenta de los propios escribidores, de su experiencia y reflexión sobre los objetos salidos de las manos, de las cortadoras, soldadoras y fundidoras, del trabajo de las madréporas sobre sus guías: que al querer o no tienen condición de testimonio y valor de escritura.
Y también se comprende de imágenes, las que reproducen las obras. Enrique Bostelman es quien más ha aportado en este sentido, con su gran calidad técnica pero sobre todo su fina sensibilidad. Ha fotografiado de tiempo atrás la obra de Sebastián, de donde resulta que su trabajo es una especie de biografía visual de artista. Las magníficas fotos de Mario Monge, y su capacidad paciente de relacionar los objetos con el entorno, los paisajes, los cielos, los soles y las lunas, contribuyen en mucho al logro del objeto-libro; y aunque en menor cantidad las de Rogelio Cuéllar, Cuauhtli González y otros.
Artista, textos, fotografías, diseño, impresión... y todo lo que está detrás se conjuntan en este bello objeto: el libro Sebastián.