Víctor Flores Olea.
Entre la tragedia y la comedia
En la historia no hay destinos ineludibles. Sin embargo, parece que en ciertos momentos la dirección de los acontecimientos cobra un rumbo inflexible y la fatalidad los conduce obligatoriamente a su fin: los hados se imponen y los desenlaces son anunciados por el coro griego. Para cumplir con su sino ``la historia'' elige a sus exactos hombres, a las voluntades que cumplirán con su estrella irremediable.
No hablo por supuesto de una tragedia de Sófocles sino de algo mucho más cercano a nosotros: en un sentido tan dramático como una tragedia de la antigüedad y en otros tan risible como una comedia: hablo del PRI y de su crisis y, por tanto, de la crisis del gobierno mexicano, y digo que esa crisis, en manos de los protagonistas actuales, cobra por un lado un carácter de fatalidad irremediable y por otro el perfil de una bufonada.
Carácter dramático porque después de todo la historia mexicana del siglo XX ha transcurrido en gran medida bajo el signo del PRI y de sus predecesores, para bien y para mal, y porque ese partido surgió de uno de los movimientos populares mas generosos y más profundos del siglo.
Cómico también porque termina en un escenario en que se privilegian las señas obscenas sobre las ideas, sobre las dignidades y necesidades del pueblo y en que el director de las evoluciones sobre el estrado remata el acto con un despreciativo ``ahí encárgate de esto''.
Hoy, ya apenas a unas horas de su entronización la nueva presidencia del PRI da color y anuncia lo que será su mandato: privilegiar gobernabilidad --dice-- sobre cualquier otra consideración. Lo que equivale a un claro chantaje al pueblo mexicano: ``prefieran la estabilidad y lo malo por conocido'' a las veleidades e incertidumbres de la democracia, al pluralismo social y a las contradicciones de la ciudadanía que nos llevarán al desorden.
Como si éstas desaparecieran por decreto.
Ya se anunció la divisa del nuevo PRI, que se desarrollará en los próximos meses electorales: ``Yo o el caos''. Bajo esta amenaza que ni siquiera se disimula vivirá la sociedad mexicana en los próximos tiempos: esa conminación, que es también una provocación, será bombardeada a diario por todos los medios y todas las voces posibles y será el sumo de las ``ideas'' que el partido en el poder propondrá como emblema de campaña.
Por supuesto que la sociedad la rechazará porque en buena medida ``ya está curada de espanto'' y porque ha identificado plenamente cuál es el origen del caos, de la ingobernabilidad y de la inestabilidad que vivimos: el régimen mismo, que ahora se presenta como ``benefactor'' y Mesías. Por supuesto que los partidos de la oposición y los organismos sociales y políticos habrán de ocupar buena parte de su tiempo ``desmistificando'' la mentira y combatiendo la burla. No será difícil porque las evidencias abundan, pero habrá que hacerlo rigurosa, copiosamente.
Desde luego, como argumento primero deberá insistirse, al contrario de la tesis del ínclito Roque Villanueva, en que no hay verdadera gobernabilidad sin democracia. Y repetirse que la tesis que privilegia la gobernabilidad ha sido inmemorialmente la tesis de los gobiernos arbitrarios, autoritarios y antidemocráticos. La tesis que coloca a la ``razón de Estado'', como ``razón'' de la fuerza, sobre el Estado de derecho y sobre la ley. La tesis que excluye la participación, el consenso y la disidencia en favor de la voluntad concentrada y centralizada, que sustituye la voz plural de la sociedad por la voz única del mando supremo, que elimina las iniciativas ``de abajo'' por la exclusiva potestad que cuenta: ``la de arriba''.
Tesis antidemocrática como ninguna, la que hoy se escucha y arremete contra los mexicanos desde el PRI: ``la gobernabilidad soy yo'', ``desastre en el país sin mayoría priísta en el Congreso''. Por eso decía que si no fuera patético por la influencia que aún mantienen el PRI y el gobierno las afirmaciones de la nueva dirección moverían a risa.
Por supuesto, esta ``nueva'' línea pone muchos metros bajo tierra la posibilidad de un aggiornamento del PRI.
El presidente Zedillo, por conducto de su lamentable operador, se ha echado en brazos de las fuerzas más conservadoras de ese partido, abandona sus iniciales veleidades de ``sana distancia'' respecto al partido y de ``puente hacia la democracia'' en el país, y asume como única posibilidad política la de unirse a una fracción. A una fracción de la sociedad y a una fracción de su propio partido (porque hay muchos, que lo dicen en sordina y en voz en cuello, que difieren radicalmente de estas decisiones y de este nuevo curso, más allá de que abandonen o no formalmente las filas del partido en el poder).
Unirse a una fracción: es decir, abandonar la función de Jefe del Estado, como Presidente de todos los mexicanos, y abandonar la política del consenso que es la única propia y digna de un Jefe del Estado. Irse por ``su'' mayoría como método de gobierno y preferir el ``mayoriteo'' a la acción política en nombre de la sociedad entera.
Ya se veía venir, por supuesto. Ya estaba allí y ahora simplemente se le da forma y consagra. Sólo que ese ``nuevo curso'' no es la vía de la verdadera gobernabilidad y la estabilidad, como quiere hacerse creer, sino que es el curso de mayores confrontaciones, la vía segura de la ingobernabilidad y la inestabilidad. Los economistas deberían ya saber un rudimento de la teoría política: la verdadera gobernabilidad y estabilidad --no como recursos del chantaje, no como mistificación del poder en acto--, sólo pueden asentarse permanentemente en la democracia. Que la ignorancia no trate ahora de suplantar o contraponer los términos.
Por eso decía al principio que este ``nuevo curso'' no sólo no resolverá la crisis del PRI, sino que la ahondará sin remedio: se ejecuta ya, por sus exactos representantes de ocasión, la fatalidad inscrita en su destino.
Entre tanto los partidos de la oposición obtendrán unidos la mayoría parlamentaria futura. Esta será mañana --porvenir ya inmediato-- la genuina salud democrática y el futuro nuevo y renovado de la nación.