Rodolfo F. Peña
Dante en el infierno
Después de casi tres décadas de militancia, Dante Delgado Rannauro anunció su ruptura definitiva con el PRI el pasado 27 de noviembre, en el recinto legislativo de San Lázaro. Dijo entonces que era porque ya no coincidía con la forma de hacer el trabajo político en ese partido, particularmente en relación con Chiapas, y que tenía ya un nuevo proyecto para contender en las elecciones de l997, proyecto comprometido con la identidad nacional, con la soberanía y con los grupos sociales desprotegidos, todo sobre la base de un nuevo pacto social y económico. Ese proyecto resultó ser el de Convergencia por la Democracia, que está a punto de obtener su registro como Agrupación Política Nacional (APN).
Pero es el hecho que en adelante su oferta de cambio, consistente en lo que sea, tendrá que hacerla desde el penal de alta seguridad de Pacho Viejo, en los suburbios de Jalapa, donde va a ser procesado y donde se espera que, en atención a las recomendaciones de la CNDH, haya sido erradicada la práctica readaptadora de colgar a los presos de las manos, lo que le haría todavía más incómodas las cosas.
Según los comunicados oficiales, todas las actuaciones respecto de Dante Delgado han sido apegadas a derecho. No hay nada que abra sospechas sobre un fulminante castigo político por su recién estrenado espíritu disidente o sobre una medida de escarmiento para que otros veleidosos separatistas tomen conciencia sobre el significado de un sistema de lealtades y complicidades. Veamos.
Desde hace poco más de tres años (24 de noviembre de l993), el alvaradeño fue señalado por la Contraloría estatal como presunto responsable de varios delitos, peculado entre otros. Si todo parece demasiado lento, es porque también ha habido rémoras. Por ejemplo, hubo que esperar a que el indiciado dejara el puesto de gobernador sustituto de Veracruz, esto es, el poder, porque a alguien que tiene el poder no se le invita a Pacho Viejo o a un albergue parecido así nomás. Luego, el propio inculpado se enteró de las indagaciones de la Procuraduría estatal y se empeñó en estorbarlas bajo la mesa. Finalmente, una cosa es que la opinión pública veracruzana y los partidos de oposición lancen acusaciones a troche y moche, fundadas sólo en las evidencias, y otra muy distinta es investigar seriamente para establecer la verdad jurídica y poder obrar con justicia y sentido de la oportunidad. Cuando se investigó lo suficiente y la presunción de responsabilidad penal fue abrumadora, entonces se solicitó al juez la orden de aprehensión, como debe de ser.
Curiosamente, también la Secretaría de Contraloría y Desarrollo Administrativo (Secodam) estaba tramitándole un proceso legal, en el que Delgado Rannauro gozó de amplia garantía de audiencia, respecto de sus responsabilidades como servidor público. Y curiosamente, la conclusión de que había graves faltas en cuanto a las declaraciones patrimoniales, se alcanzó precisamente cuando terminaban las averiguaciones estatales. Y más curiosamente aún, la decisión de imponer la sanción administrativa de inhabilitarlo durante diez años para participar en el servicio público se tomó o se hizo pública tres horas antes de su aprehensión.
Aunque la APN encabezada por Dante Delgado haya solicitado su registro con casi el doble de los afiliados requeridos, no parece que haya muchas personas dispuestas a llorar la pérdida de la libertad del ex gobernador en desgracia, porque las acusaciones que ahora se conocen coinciden con las que durante mucho tiempo formularon sin ninguna fortuna otras voces con autoridad moral pero no decisorias. Ya él se había extraviado por sendas oscuras aun antes de la mitad del camino de la vida. Y digamos, ¿por qué no?, que en su caso ha resplandecido el derecho. Pero en el infierno de Pacho Viejo, o en algún otro equivalente, Dante espera compañía, porque de ningún modo es el único gobernante o ex gobernante que ha cometido peculado o se ha enriquecido ilícitamente; espera, por ejemplo, a Roberto Madrazo Pintado, con quien ya la complacencia política y judicial es una vergüenza. La soledad de Dante fundaría la sospecha de que la justicia está actuando selectivamente, y en vez de que resplandezca el derecho resplandecería el cinismo y todo quedaría en una vulgar revancha política.