Entre las mil explicaciones acerca de la renuncia de Oñate y la fulgurante subida de Humberto Roque Villanueva a la presidencia del PRI, destacan por su agudeza las de sus propios correligionarios, siempre tan oportunos y avezados para desentrañar los misterios del poder. Dice don Eliseo Rangel, presidente de la Comisión Nacional para el Debate Político del PRI, que el legislador llega al partido sobre ``la base de una impresionante solidaridad de los sectores y de las organizaciones que componen el partido, quienes demandan dinámica mayor y vigor más contundente para abanderar las grandes causas del pueblo mexicano''.
Que este nombramiento no es improvisado fruto del dedazo ni ajuste de cuentas, como malamente se ha dicho, cae por su propio peso: ``El hombre (Roque) tiene discurso fácil, palabra directa: pero además --que me perdonen Brito y Monsiváis por abusar de este material-- como él mismo lo señaló, vivencias con el priísmo de la militancia histórica que vale decir, el de los hombres y mujeres de este país que luchan por su grandeza para construir una nación a la medida de sus aspiraciones y no andan tras granjerías o prebendas vergonzantes'' (El Nacional, 6-XII-96).
Si tenía dudas, ahora ya lo sabe: ``El presidente Zedillo encauza, con la solidaridad combativa de su partido --y así lo subrayó el nuevo dirigente-- la marcha de la República hacia mayores niveles en el ámbito de lo económico, lo político y lo social''. Poco puede añadirse a lo dicho, salvo constatar una vez más la verdad de Perogrullo que emerge de la situación: en un régimen presidencialista no cabe la ``sana distancia'' entre el partido y el gobierno. Equivocarse en este punto, siendo priísta, resulta ilusión peligrosa: el partido siempre fue, es y seguirá siendo un instrumento del Presidente, a pesar de todos los cambios ocurridos. El entorno es diferente: las fuentes de financiamiento se clarifican, hay competencia real pero el PRI permanece fiel a su razón de ser: asegurar la continuidad del sistema, pensada desde la óptica redescubierta de la llamada gobernabilidad.
En unas cuantas frases, el nuevo líder priísta dio a entender que ya no habría más experimentos. En una palabra: que el PRI, dígase lo que se quiera, es irreformable. El que se sienta satisfecho que lance la primera piedra.