Al comienzo de La ciudad de las mujeres, de Federico Fellini, se oye la voz de una protagonista que protesta risueña: ``¿Con Marcello otra vez? !Por favor, maestro¡'' La imagen, la voz, la risa, la fábula misma de la cinta, remiten a Ocho y medio (62), y a Guido, el personaje consagratorio de Mastroianni, novedoso Casanova enfundado en una larga toalla blanca, con sombrero negro y látigo en la mano, sometiendo a la Sarracena, descomunal fantasma de su infancia, y a todo un harén de hembras insumisas. Guido y la cabalgata de las Walkirias. Marcello, alter ego irremplazable de Fellini.
Del Mastroianni anterior a Fellini, las biografías retienen el perfil voluntarioso del hijo de campesinos que los alemanes capturan durante la guerra para recluirlo en un campo de concentración, del que consigue escapar. Se mencionan aspiraciones fugaces del adolescente en películas de Blasetti (La corona de hierro, 41) y de De Sica (Los niños nos miran, 43), y se sabe que a partir de 1945 comienza a trabajar como empleado en una productora de cine. Dos años después da inicio su carrera fílmica con una primera etapa prolífica y desigual, de escaso lucimiento personal, aunque ocasionalmente con directores de renombre: una vez más Blasetti, pero también Lizzani (Crónica de los pobres amantes, 53), Monicelli (Padre e hijo, 56) y Visconti (Las noches blancas, 57). El personaje se insinúa tímidamente: el joven melancólico y apuesto encarna el desasosiego existencial de la Italia de la posguerra: un emblema del individualismo en un cine todavía marcado por el impulso social del neorrealismo.
En 1960, año clave en su carrera, Mastroianni precisa y magnifica una imagen de cuarentón adolescente, seductor, travieso, taciturno y displicente; encarna inmejorablemente la ``dificultad de vivir'' y busca inútilmente respuestas en la frivolidad social o en el matrimonio; es amante impotente en El bello Antonio (Bolognini, con guión de Pasolini), escritor en La noche (Antonioni), periodista en La dulce vida (Fellini), cineasta en Ocho y medio (62); comparte estelares con Anita Ekberg, Jeanne Moreau, Anouk Aimée y Claudia Cardinale. Mastroianni es actor fetiche en las salas de arte de Europa, Estados Unidos y América Latina; lo opuesto al galán fanfarrón del nuevo cine italiano, Vittorio Gassman (Il sorpasso, 62) o Ugo Tognazzi (El mantenido, 61). En la misma década, la incursión de Mastroianni en la comedia es fulgurante: Divorcio a la italiana (Germi, 61), un episodio en Ayer, hoy y mañana (De Sica, 63) con Sophia Loren, quien le ofrece un striptease memorable (la escena se retoma, a manera de homenaje, en Pret-a-porter, de Robert Altman, 94), Matrimonio a la italiana (De Sica, 64) y Casanova 70 (Monicelli, 64). A finales de los sesenta, actúa en cintas de Visconti (El extranjero, 67) y de John Boorman (Leo the last, 69).
En la década siguiente, el actor alcanza niveles aún más altos de popularidad en Italia y en el extranjero. Celos al estilo italiano (Ettore Scola, 70) y La mujer del cura (Dino Risi, 70) son productos característicos de su impacto en taquilla. En esta época, Mastroianni trabaja de nuevo con Fellini (Roma, 71), con Ferreri en Liza (71), La gran comilona (73) y No tocar a la mujer blanca (74), con Ettore Escola en Nos amábamos tanto (74), entre lo más sobresaliente. A los 50 años, y en la cúspide de su carrera, la estrella de Cinecitta trabaja intensamente (hasta ocho películas por año) en proyectos no siempre interesantes, en ocasiones incluso muy fallidos (What?, Polanski, 72), pero que la celebridad del actor rescata un poco del naufragio total. Hay momentos formidables en los que Mastroianni abandona el prototipo de macho seductor --el cliché absoluto-- y despliega sus enormes capacidades histriónicas, como su caracterización de un homosexual en la Italia fascista en Un día especial (Scola, 77), al lado de una Sophia Loren formidable.
Un Mastroianni sexagenario, entre la serenidad casi patriarcal y la picardía irreductible, ofrece en los ochenta caracterizaciones vigorosas, para Liliana Cavani (La piel, 81), Nikita Mijalkov (Ojos negros, 87, premio de actuación en Cannes) o Federico Fellini (Ginger y Fred, 85; Entrevista, 87). En La noche de Varennes (Scola, 81), es el Casanova envejecido y lúcido que contempla los estragos de la revolución; en Entrevista, el actor veterano que revive momentos consagratorios al lado de Anita Ekberg.
De su personaje de profesor Sinigaglia, militante socialista genovés (Escándalo, Monicelli, 63) a sus apariciones de viejo sentimental excéntrico en Dos, tres, sol (Bertrand Blier, 93) o en Todos estamos bien (Tornatore, 90), la transfiguración es enorme. Mastroianni representa, entre tantas otras cosas, la erosión de una vieja grandeza del cine italiano, devorada hoy, banalizada, por el imperio de la televisión mercantil. Un star system europeo desvencijado, una cinematografía casi inexistente. Algo sintomático: el actor realiza sus dos últimas películas, primero con un chileno, Raoul Ruiz (Tres vidas y una sola muerte, al parecer excelente) y luego con un portugués, Manoel de Oliveira (Viaje al principio del mundo). El luto hoy en Italia es por Mastroianni, pero de manera más simbólica, por la agonía (ya inocultable) de la cinematografía nacional.